Bela Tarr. Después del final 05 Ago 2013

Béla Tarr. Después del final

Con los ojos abiertos / Otros cines | Roger Koza

El último materialista

 

Como su colega Alain Badiou, Jacques Rancière es un filósofo profesional que dedica bastante tiempo a escribir sobre cine. Los tres libros anteriores a Béla Tarr. Después del final, ensayo breve y lúcido sobre el cineasta vivo más grandioso, son títulos fundamentales e ineludibles. En El espectador emancipadoLa fábula cinematográfica y Las distancias del cineRancière ha demostrado una combinación perfecta y equilibrada de cinefilia y filosofía: los conceptos se ponen al servicio de las imágenes.

En tan sólo 85 páginas divididas en cinco capítulos, Rancière busca los signos que singularizan la obra del director húngaro. No son muchas películas y, aparentemente, no habrá nuevos filmes para el asombro y el análisis. Rancière se ubica, privilegiadamente, frente a la obra como un todo, en un estadio preciso y frente a un gesto radical por parte del autor que resulta constitutivo de su poética. Tarr no cumplió todavía 60 años, pero ya ha anunciado su prematuro retiro (ahora enseña cine, pero ese dato no forma parte del libro). ¿Por qué retirarse en vida? ¿Tarr ya ha agotado las posibilidades de su cine y no tiene nada que decir? La tesis de Rancière es precisa: “Haber hecho su último filme no es entrar forzosamente en el tiempo en que ya no es posible filmar. El tiempo después del final es más bien aquel donde se sabe que en cada nuevo filme se planteará la misma pregunta: ¿por qué hacer un filme más sobre una historia que, en su principio, es siempre la misma?”.

La pregunta no es retórica y de ahí se predica un concepto clave para intelegir la sustancia de la obra de Tarr: la repetición. Este concepto obsesiona a filósofos, teólogos, psicoanalistas y también a los mejores cineastas. En Tarr, tanto las historias elegidas como la forma de contarlas no alcanzan a traspasar o superar la ley de la repetición: los motivos musicales de Mihály Víg, los planos secuencia que transmiten el tiempo en su duración, el blanco y negro que estaciona los filmes maduros en un temple específico funcionan como materia compuesta de la repetición. Pero frente a esa intensidad sin horizonte cada película de Tarr, como experiencia en sí, es un salto hacia un acontecimiento, una esperanza sostenida en una materialidad radical que modela de otro modo la sensibilidad del espectador. Es la fuerza del estilo, que Rancière define en el sentido de Flaubert: una “manera absoluta de ver”. Y agrega: “Una visión del mundo que se vuelve creación de un mundo sensible y autónomo”.

Si bien Rancière admite la interpretación del propio Tarr sobre su obra como una unidad sin grandes diferencias, entiende que en el período comunista la indignación es el sentimiento predominante, lo que se traduce formalmente en movimientos agitados de una cámara en mano. En el período maduro, poscomunista, el pesimismo se impone como un estado de ánimo ineludible y los planos secuencia devienen eternos. Los aportes de Rancière sobre la gramática de Tarr funcionan como relámpagos: a partir de sus señalamientos quien vio los filmes puede ahora percibir algo más. Y para quien nunca ha visto una película de Tarr la inquietud será mayúscula: ¿cómo puede un director transformar la lluvia, los perros, una ballena gigante en una plaza, un caballo en piezas estéticas que determinan material y espiritualmente la puesta en escena? Además, Rancière extrae de la obra de Tarr un conjunto de personajes conceptuales: la familia, los estafadores, los idiotas, los falsos profetas y los locos cifran el dilema político y filosófico de sus filmes. Son signos de una obra.

La tesis de Rancière a lo largo de todo el libro es que Tarr es el cineasta materialista por excelencia. En su propia materia sensible, que excede al orden visual, las películas de Tarr interpelan sobre una experiencia límite, todavía negada en un mundo que sigue dispuesto a entregarse distraídamente a cualquier evento histérico que reavive el encanto por la superstición. Esa experiencia es en sí el cine de Tarr, que confronta todas nuestras certidumbres: “El tiempo después del final no es el tiempo uniforme y moroso de quienes ya no creen en nada. Es el tiempo de los acontecimientos materiales puros a los que se enfrenta los que se enfrenta la creencia durante todo el tiempo que la vida pueda soportarla”.