San Foucault 29 Ago 2012

San Foucault

Librosampleados | Hugo César Moreno Hernández

 

David Halperin escribe San Foucault con rigurosidad y sin remilgos, con creatividad y sin hipocresías. La obra inicia con una declaración poco sutil, poco académica, casi con tono literario. En el Prefacio a la edición francesa abre con “San Foucault es un libro animado por la cólera”. Una respuesta a las condiciones de existencia de una académico homosexual acusado de venerar a Michel Foucault sólo por cliché, ocultando así la potencia del pensamiento del francés y sometiendo a la bajeza al académico homosexual estadounidense. Como si con esta relación logicizada por el prejuicio (si uno, entonces el otro) se invalidara cualquier lectura del entorno social, político y cultural. Como si la crítica a estos espacios fuera pura reacción histérica. La cólera de Halperin va contra esta forma de pensar, que sucede a izquierda y derecha, a liberales y conservadores y marxistas y libertadores. Escribe contra ellos y para quienes “han respondido al desafío lanzado por Foucault a nuestras maneras establecidas de pensar, leer, escribir y hacer política” (p. 33), escribe, pues, para los anormales.

El primer capítulo, “San Foucault”, es la toma de posición frente a la veneración a Michel Foucault tanto como pensador y productor de herramientas teóricas y políticas, como personaje más allá de lo puramente académico, además de la entrada para iniciar el análisis más profundo de la segunda parte, “La política queer de Michel Foucault”. Halperin hace un adecuado repaso sobre el concepto de poder en Michel Foucault, donde éste se asume como relaciones y no como tenencia, desde sus aspectos positivos, no prohibitivos y negativos: “La clase de poder en la que Foucault está interesado, lejos de esclavizar a sus objetos, los construye como agentes subjetivos y los preserva en su autonomía, para envolverlos de un modo más completo. El poder liberal no se contenta simplemente con prohibir, ni aterroriza directamente, sino que normaliza, “responsabiliza” y disciplina” (p. 39). Produce una subjetividad atrapada por la pinza de la disciplina y el panóptico, por la vertiente de la individualización, y la biopolítica, por el lado de la gubernamentalidad. Tecnologías del poder que en la sexualidad hallan entre biopolítica y microfísica al sujeto moderno como sujeto-objeto del saber (crítica epistemológica que Foucault realiza con acuciosidad en Las palabras y las cosas).

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La lectura de Halperin, aun cuando es un tanto tendenciosa, parece la mejor encaminada, sobre todo si, asumiendo la teoría foucaultiana, comprendemos que la textualidad de la obra supone una caja de herramientas presta para ser usada según la inmanencia de quien la precise. Forzar la obra de Michel Foucault hacia la postura queer no es una traición, sino un plegamiento fiel a las enseñanzas de San Foucault. Esto significa que, ahí, en la localidad de lo vital y la resistencia, manosear sin piedad ni pudor los textos permite la producción intelectual necesaria para enfrascarnos en nuestras resistencias y encontrar los marcos teóricos que permitan producirnos otras formas de vida. En este sentido, cuando David Halperin clama por convertirnos en queer no se coloca en una especie de supremacía gay, sino en la bajeza de lo local, inmanente y vital, quiero decir, clama porque nos encontremos fuera de los contornos de la normalidad y la verdad que nos inmoviliza para la resistencia.