El señor de los venenos | El señor de los venenos 08 May 2005

Vida mágica y misteriosa

Clarín | Redacciòn

Música: Dos libros echan luz sobre la hermética personalidad del Indio Solari.

El cantante de los Redonditos quedó bajo las muy diferentes lupas de los periodistas Enrique Symns y Gloria Guerrero. Y asoma un personaje insondable.

 

Hay una frase que afirma que aquel que se acuerda de la década del 80 no la vivió. Seguramente Carlos Indio Solari no recuerde muchos aspectos de estos años. Dos libros editados en forma casi simultánea ayudan a la memoria: El señor de los venenos, de Enrique Symns (El cuenco de Plata), e Indio Solari. El hombre ilustrado, de Gloria Guerrero (Editorial Sudamericana). Que dos periodistas de perfiles quizás antagónicos se sentaran a contar, con diferentes excusas y lateralmente, parte de esa década, sirve para poner en foco aspectos que quedaron en la nebulosa under de la época. Symns lo hizo escribiendo su autobiografía; Gloria Guerrero, centrándose directamente en la figura de Solari.

En tiempos en que Symns agitaba desde Cerdos & Peces (la revista "de este sitio inmundo", que fundó desde El Porteño) o como monologuista de Los Redonditos, Guerrero ampliaba su espacio rockero de Las páginas de Gloria, sección clave de la entonces masiva revista Humor. No se trata de trazar un paralelismo; apenas una serie de coincidencias que colaboran a definir el espíritu de aquella época.

Con una prosa admirable, El señor de los venenos es una vertiginosa cabalgata que a la manera de un Hunter S. Thompson con picardía criolla recorre una vida tallada por la droga, los viajes y la marginalidad; un galope hippie, punk, sexópata, intelectual y desolado que se relame en historias hacinadas en cárceles cariocas y estafas en Europa dentro de un clima de eterno happening toxicológico.

Es en los 80 cuando Symns se vuelve protagonista de los sótanos de Buenos Aires. Symns cuenta minuciosamente cómo conoció a Poli, Skay y el Indio Solari. Pese a que la palabra traición atraviesa los capítulos en que cuenta su tensa relación con la banda (terminaron peleados), la mirada es tierna y vagamente nostálgica. "Con el Indio habíamos desarrollado una amistad cocainómana y febril —escribe Symns—. En su casa sosteníamos agotadoras maratones conversacionales, en las que él era una experto ajedrecista (...) El cariñoque sentí por el Indio en aquellos días no ha desaparecido. Sus miserias personales, su incapacidad de ensuciarse en la roña de la calle (...) jamás consiguieron borrar el efecto sedante que me producía su sonrisa irónica, su mirada permanentemente llorosa que transparenta una desolación tan lacerante como asumida".

El libro de Guerrero se estructura como una biografía coral. El Indio no habla sino a través de sus compañeros de ruta o de entrevistas extraídas de archivos periodísticos. Las voces son de personajes como Rocambole (responsable del arte de tapa de los discos), Mufercho (el monologuista del grupo, luego desplazado por Symns), músicos de la prehistoria ricotera como los hermanos Basilio y Ricky Rodrigo y Pepe Fenton, Willy Crook, Isa Portugueis. Y, claro, la Negra Poli.

De sus inicios como entusiasta cortometrajista en Super 8 junto con Guillermo Beilinson, el hermano de Skay, a sus veranos en Valeria del Mar, el "otro Indio" asoma en algunos pasajes. "Había hecho su casita con caña, madera de por ahí, juncos, totora —escribe Guerrero—. Chiflaba fuerte y salía, a veces descalzo, a la playa semisalvaje; lo seguían Saturno y Nambulú, ladrando igual de fuerte. Después, todavía más tarde, mientras en el tocadiscos sonaba el wah-wah de Zappa, se tiraba en un colchoncito a leer libros de cómics, de ciencia ficción, de Keoruac, de Merton, de Dylan. Y escribía, cuando quería. Y pintaba...".

Algunos datos mínimos (su costumbre de ir disfrazado para que no lo reconocieran a la disquería El Agujerito; su pasión por Boca y, de La Plata, por Gimnasia; el hecho de jurar que jugaba "muy bien" al fútbol) se suceden y resultan interesantes sólo frente al hermetismo del personaje. "En su vida privada era un reductor implacable de la experiencia; llevaba una vida cotidiana tan domesticada que resulta casi imposible moverlo de su rutina hogareña. Jamás se aprovechó de las ventajas eróticas que facilita el escenario, y nunca le fue infiel a su compañera", escribe Symns.

En su fortaleza de Parque Leloir, con 56 años, un hijo de 5, una mujer y perros alrededor, Carlos Solari debe sonreír ante estos intentos de vulnerar su coraza. El efecto es de boomerang, una paradoja: cuanto más se intenta develar el misterio, el misterio crece, se apodera de todo y vuelve a es conder al personaje real bajo el sobretodo ya raído del mítico Patricio Rey o en el más vulgar anonimato. El lugar del que, cuenta, no se perdona haber salido.