El señor de los venenos | El señor de los venenos 27 Dic 2004

El lado más taimado

Efecto Tabano | Redacción

 

El libro se llama: El señor de los venenos

Lo escribió: Enrique Symns

Lo editó: El Cuenco de Plata Registros

Sale: 28 mangos

Symns odiaría este comentario. No por lo que se pudiera decir aquí a favor o en contra de su libro.

Yo a él no lo conozco, lo vi una sola vez en mi vida y fue un flash, pero me late que es un tipo que se debe divertir bastante leyendo las cosas que se dicen en su contra. Es decir: estoy presuponiendo. Es que de Symns uno siempre supone cosas, porque él es un interesantísimo personaje público para recortar y armar.

Tengo una amiga de 35 que está convencida de que Symns es la inteligencia que vive en los bordes, una de 47 que cree que es solo un idiota extrovertido y algo imaginativo, un amiguito de 16 que -por el contrario- está seguro de que es un demonio que trae la luz. Y así sigue la lista, en polifonía entre los que lo levantan y los que lo menosprecian.

En tono empírico, por ejemplo, conozco una mina que se acostó con él en los 90 y dice que -a pesar de vender esa imagen que vende- es un tipo dulce y finalmente un poco aburguesado. Tengo otro amigo que -asegura él, eh- gracias a Symns vio la luz y se hizo chorro. Dice que durante años probó de todo, pero después de charlar personalmente con él, en 1992 decidió dedicarse a robar. Mirá vos, todo un gurú de lo marginal, eh...

Symns fue un tipo popular. Si uno quisiera, tras estos pocos casos puntuales que se han citado en este artículo, uno podría ponerse a mencionar de forma más genérica a toooooooodo ese puñado de gente que leyó a Burroughs y tomó más o menos cocaína durante diez años (87/97) y después -como el arriero del sketch de Les Luthiers - se olvidó de aquella "profesión" . ¿Y por qué mencionarlos?: porque todos ellos adoraron a Symns ya sea como monologuista de Los Redondos, como editor de "Cerdos & Peces" o como columnista border del mensuario “El Porteño” .

Luego los años pasaron, la cocaína se diluyó social y comercialmente, los intereses estimulativos de la masa psiconauta trocaron, comenzaron a ser otros y la cultura esnifante de la merca se dejó de lado casi por completo. Levanten la mano los que estén tomando merca como en aquellos días. Bueno... al parecer Symns no ha abandonado el hábito.

02) Vooor-veeeeer

Que haya vuelto Enrique el terrible está muy bien. Se nota que hacía años no estaba entre nosotros: uno lee el primer capítulo de este libro y la fuerza de choque del venenoso Symns te demuestra automáticamente que su ausencia fue concreta. El capítulo de apertura inquieta, escandaliza. Enrique ha de estar chocho.

Tuve un amigo de adolescencia, a los 17 0 18, se llamaba Alejandro, pero todos lo conocíamos como el Conde, ya que era un punk super reventado (como la mayoría de los verdaderos punks tardíos argentinos) pero había en él un verdadero halo aristocrático. Es dificil de explicar, tal vez otro día les cuente la historia del Conde . Lo puntual de su mención en este artículo es que al Conde le encantaba ponerse ebrio hasta las tapas y salir a tocar timbres en las casas de Bahía Blanca a eso de las tres o cuatro de la mañana. Los suyos no eran rinrajes pueriles, eran auténticos actos de molestia, apoyaba el dedo en el timbre de una casa o palma d ela mano en la botonera completa del portero eléctrico de algún edificio y la dejaba allí apoyada durante treinta o cuarenta segundos. Luego salía caminando, como si nada. Nunca le dijeron nada, nunca nadie salió a esa hora a ver de que se trataba, el miedo paranoico urbano es antiguo, mucho muy anterior a Blumberg . Pero una noche -a eso de las cuatro- salió a la vereda una vieja, así: de sopetón, como si hubiese sido el ancestral fantasma que se materializaba con un solo estímulo del pulsador del timbre. El Conde quedó helado, miró a la anciana a la cara y solo pudo develarle la verdad de su vida toda: “disculpe señora, yo solo quería molestar” . Así le ofreció un trago de la botella de Legui-primavero-alfonsinista que traía en la mano y al ver que la vieja (boquiabierta) no decía ni mú, continuó alegremente su camino.

Symns, en este sentido verdad/misión es exactamente igual que el Conde .

De todo podemos acusar a Symns menos de sincero.

En este aspecto uno puede abordar la autobiografía de Enrique el verborrágico con confianza absoluta: Symns a veces es un fanfarrón insoportable, otras un exagerado total, en otras un cínico con flojera y en otras más un pobre tipo pidiendo disculpas por sus debilidades acometidas. Pero Enrique el desmadrado es -a pesar de su pretendida amoralidad prepeadora- un tipo absoluta y completamente honesto.

Su libro es excelente en tanto esta premisa. Vamos, que la honestidad en estos tiempos que corren no es poca cosa. Además -hay que admitirlo señores de las academias- está muy pero muy bien escrito: desplazamientos de la voz del narrador, sustancialmente onírico de a momentos, poco feliz y realista en otros, jolgorioso y hasta infantil de a ratos... ese libro tiene de todo.

Si testimonialmente es válido o no como fotografía de una época (menemismo en la Argentinaborder, esa otra de la que nadie ha escrito nada demasiado notable) o como representación tácita de un estadio bastante masivo de consumo de cocaína por doquier en una sociedad lastimada por la nada de la “seguridad” en cuotas... vaya uno a saber. Enrique el can rabioso podría decir lo que alguna vez dijo Vian: “esta historia es real porque yo la he imaginado de principio a fin”, y listo, las dudas sobre el valor testimonial de este libro se disiparían automáticamente. Así debería ser todo.

04) Finale

En sí mismo "El señor de los venenos" es un buen libro, obsesivo, algo pueril en tanto insitencia tóxica, pero muy bueno.

¿Y por qué me cagaría a trompadas Symns al leer este artículo?... porque mientras él se desangró escibiéndolo, yo lo elegí como EL LIBRO para leer en la playa.

A veces la vida es así de cruel, ¿no?