Las Hortensias y otros relatos 08 Oct 2009

El fantástico talento del señor Felisberto

Crítica de la Argentina | Belén Iannuzzi

Sus cuentos influyeron notablemente en la literatura latinoamericana de estas décadas. Dos antologías locales lo vuelven a poner en el centro de la escena.

 

Un hombre que le encarga a un artesano la confección de muñecas en tamaño natural, parecidas en aspecto a su esposa, para convertirlas en amantes ocasionales (“Las hortensias”); otro que viaja desde el futuro al Renacimiento y persigue a una monja que lo conduce hacia una habitación ascética de un monasterio (‘Lucrecia”); la historia de un maestro de piano ciego y virtuoso (“Por los tiempos de Clement Colling”), son algunos de los relatos que pueden encontrarse en Cuentos reunidos (Eterna Cadencia), con prólogo de Elvio Gandolfo, y Las hortensias y otros relatos (Cuenco de Plata), con prólogo de Julio Cortázar, recientemente editados. Y también celebrados por los amantes de la literatura fantástica de este lado del Río de la Plata, luego de décadas de ausencia en las librerías (con excepción de ciertas casas de saldos) de la obra de este uruguayo, tan caro a la tradición de la literatura latinoamericana, que influyó sutilmente en la obra de ambos prologuistas: algunos aspectos de Gandolfo, el primer Cortázar cuentista de Bestiario y Todos los fuegos el fuego. Pero Felisberto también es revisitado por otros escritores jóvenes argentinos, como Hernán Ronsino (La descomposición, Glaxo) o Diego Meret (En la pausa, La ira del curupí).

Ambas ediciones encuentran un denominador común en el relato “El acomodador”, uno de los puntos más elevados de la narrativa suave, experimental y en ese sentido vanguardista de Hernández, cuyo narrador, una primera persona del singular que recién abandona la adolescencia, despliega la dimensión de lo fantástico literalmente desde sus ojos, que son dueños de una luz que le permite ver objetos (y maravillas) en la oscuridad. Asimismo, las ediciones mantienen la sintaxis y la puntación originales, aun en el caso de usos incorrectos y algunas fallas ortográficas. Pero también guardan el plus de haber sido cotejadas y corregidas de acuerdo con las primeras versiones de los relatos de este escritor, nacido a principios del siglo XX en Montevideo, pianista itinerante que se ganaba la vida musicalizando películas mudas en los cines de su país y de la Argentina.

Felisberto Hernández fue traducido al alemán, inglés, francés, italiano, griego y portugués, entre otros idiomas. Recibió el reconocimiento de voces tan plurales como las de Italo Calvino, Gabriel García Márquez y Juan José Saer. Sus descripciones manieristas, de ensueño, lo aproximan a la poesía de su coterránea Marosa Di Giorgio: los jardines, los árboles, las frutas, los cerezos, las plantas de hojas pequeñas que caen como enredaderas, al tiempo que recuerdan cierta tristeza provinciana del Flaubert de La educación sentimental. Los cuentos fueron publicados desordenadamente durante su vida en revistas y suplementos culturales de Uruguay, París (ciudad donde vivió) y Argentina. Ocurre que Felisberto Hernández era una rara avis para sus contemporáneos, nucleados en torno a la revista Marcha y caracterizados como la “generación del 45”. Sin embargo, Hernández publicó once libros de relatos en vida.

Afirma Gandolfo en el prólogo a la edición de Cuentos reunidos: “Si hay un autor con el que puede compararse a Felisberto, que también tuvo mucho sentido del humor y mucha angustia, que escribió de manera incomparable, y que demoró mucho en ser al fin aceptado, es Kafka. No hay suerte más envidiable que la de un buen lector que todavía no conozca algo de cualquiera de los dos”. En efecto: afortunados ellos.