El amor de Platón 28 Nov 2004

Delicias del amor puro

La Nación | María del C. Rodríguez

 

En su Presentación a Sacher-Masoch, Gilles Deleuze destaca que los creadores de los cuadros clínicos denominados "sadismo" y "masoquismo" tuvieron destinos muy disímiles en la clínica y en los estudios literarios: "el divino marqués" se transformó en un referente mayor en ambos campos mientras que la singularidad de Sacher-Masoch (nacido en Galitzia, actualmente Ucrania, en 1836, y muerto en 1895) quedó atrapada en una pseudounidad "sadomasoquista" y su compleja producción literaria, concebida como una serie de ciclos, fue injustamente olvidada.

El ciclo más importante de su obra, que incluye también cuentos folclóricos y nacionales, se titula "El legado de Caín". A ese ciclo pertenecen su novela más famosa, La Venus de las pieles, en que los comportamientos llamados "masoquistas" se perfilan con más claridad, y El amor de Platón, donde se trata justamente del amor "platónico" y donde la homosexualidad y el travestismo, en una ligera danza en torno al amor ideal y a la decepción, hacen pensar en los juegos propios de "los hijos cándidos y sensuales del mundo eslavo" -diría el protagonista de la novela-, o bien remiten a ese "perverso polimorfo" que en el tan inocente niño detectó Freud.

La pequeña novela es un relato enmarcado. El narrador visita a la condesa Von Tarnow, le pregunta por su hijo -el conde Henryk, "nuestro Platón"- y se entera, azorado, de que aquél a quien reconoce como un idealista, "espiritual" como su madre y apegado a Mimí, su "intelectual" gata negra; aquél cuyos rasgos femeninos recuerda con nitidez (veía en él "a una muchacha disfrazada de varón, tan tierna y grácil era su apariencia") llegó a casarse y se divorció pasado un año. Dada su sorpresa frente a tal noticia, la condesa (que para su hijo es "más que una mujer", una suerte de andrógino que tiene "el espíritu, el corazón y el carácter recto de un hombre") le entrega una serie de cartas que el joven conde le envió durante seis meses desde el regimiento en que, ocho años antes, se había enrolado como soldado.

El relato se lee en las sucesivas cartas, en que el terror a la mujer que experimenta el conde Henryk asume las tonalidades románticas del temor a la pérdida ("si he de amar a una mujer alguna vez, nunca la he de poseer, para no perderla") y el diabolismo de la sensualidad femenina. El joven concluye que el amor que busca -espiritual e infinito, no carnal- sólo puede darse en la amistad entre dos hombres y traba amistad con un tal Schuster. Y las aventuras se suceden: le regala a una muchacha -verosímilmente en un prostíbulo- El Banquete de Platón; se siente atraído por una condesita a la que ve más tarde en una velada y a quien le explica su teoría del amor ideal; comienza su ambigua amistad con un personaje enigmático, Anatole (su "Apolo niño"), capaz de disfrazarse de gata negra para recordarle a Mimí; crece el deseo, las relaciones se complican, y la decepción irrumpe cuando se revela que Anatole es la condesita vestida de varón. Con ella se casa tiempo más tarde, se separan, y el joven Platón y su amigo Schuster terminan viviendo en Hungría, refugiados como "dos Diógenes".

En medio de estos equívocos apenas velados, entre voces sensuales de una maliciosa candidez, se dejan oír los ecos del lector Masoch y las referencias a Platón, a Goethe, Gogol, Lessing, Molière o Shakespeare entran en el baile de disfraces: "¿Por qué no [...] vestir a Karl Moor con frac y a la fierecilla shakespeariana con rodete victoriano?" Masoch docente cita canciones tradicionales de Galitzia y poemas eslavos, que reproduce en su lengua original en notas al pie, donde también añade aclaraciones míticas, históricas o geográficas. Y la delicada frontera entre la realidad representada, el sueño y el fantasma se esfuma como la frontera entre la ficción y la realidad en la vida de Masoch: una aventura con Anna von Kottowitz le había inspirado La mujer divorciada; otra, con Fanny von Pistor, La Venus de las pieles, que tuvo repercusiones en la realidad cuando una muchacha se dirigió a él con el pseudónimo de Wanda (protagonista de la novela) y terminó siendo su esposa. También El amor de Platón tuvo sus efectos: una curiosa aventura, presuntamente con el rey Luis II de Baviera, que Wanda cuenta en su autobiografía y se reproduce en esta edición.

En 1886, Sacher-Masoch se alejó de Wanda, Krafft-Ebing describió el "masoquismo" y el escritor protestó enérgicamente contra esa utilización de su nombre: no se consideraba un "perverso". También en 1886 hizo un viaje triunfal a París, donde fue condecorado. ¿Sospecharía por entonces que sería olvidado, que un filósofo francés reivindicaría su singularidad en 1967, o que en una lejana tierra como la Argentina un excelente crítico y teórico literario, José Amícola, iba a verter en español en 2004 esta deliciosa novela? Seguramente no. Tal vez sí sospechara que en el término perversión, tan cercano a "perversidad", la connotación negativa y la sanción social seguirían pesando más que la simple denotación. Por eso protestó, y con razón.