El amor de Platón 19 Mar 2009

Terror a las mujeres

La Nación | Chile | Redacción

Los placeres y los libros

 

El escritor centroeuropeo de lengua alemana Leopold Sacher-Masoch (1836-1895) no imaginó que su apellido daría lugar a la palabra "masoquismo", aludiendo al sufrido concepto que el lector bien conoce. Pero sí imaginó curiosas novelas donde el engaño y la frustración permean el supuesto amor. Un engaño más metafísico que adúltero: en "El amor de Platón" se trata de una mascarada. Una bella aristócrata rusa llamada Nadiezhda (significa "esperanza") se prenda del joven militar Henryk, atormentado protagonista. Debe enfrentar una terca y espiritual obsesión del joven, quien considera que el amor, sobre todo en su vertiente sensual, más que llamar a la felicidad, la ahuyenta. La condesa recurre a un ardid carnavalesco. El éxito no es seguro.

El relato consiste, principalmente, en las cartas que Henryk enviara a su madre unos años atrás (y que ésta le muestra en el presente a un amigo de su hijo). En esas misivas el muchacho recordaba a su progenitora cuánto había padecido ella por causa del amor que, al parecer, su esposo no correspondió. De ahí surge la filosofía de vida de Henryk, apodado "Platón" por su manía especulativa, su idea de que las mujeres (a quienes en el fondo teme) no son capaces de un amor "puro", puesto que su vanidad las lleva a anhelar ser deseadas en el muelle, pero alborotado, contacto de los cuerpos. Diríase que el fantasma de la homosexualidad acecha al puntilloso Henryk. Misterio.

El desenlace consigue enervar al lector sensible, quien se morderá los puños de ira. El propio Sacher-Masoch, por otra parte, habría vivido extraños episodios a partir de la publicación de esta novela (incluida en el ciclo "El legado de Caín", al que pertenece también "La Venus de las pieles"). Así lo da a entender un apéndice redactado por la propia esposa de Sacher-Masoch. Tiros por la culata obtuvo, por "califa", el nervioso escritor austro-húngaro.

Si Henryk tenía "una especie de miedo al amor", por otorgar éste tan sólo "alegrías imaginarias", y si, llegado el caso de enamorarse de una mujer, buscaba "no poseerla nunca para no perderla nunca", ¿tratábase del ropaje conceptual que escondía el alma de un complicado maricatunga, un hombre, sí, pero dañado por una situación edípica no resuelta? El lector tiene la palabra. Recuerde, eso sí, que Henryk no dejaba de "calentarse" ante la condesa enmascarada. Ésa es la pimienta de tan masoquista historia de amor. El autor, asimismo, quedó para adentro en la realidad real, según cuenta su astuta cónyuge.