Gombrowicz en Argentina 26 Sep 2008

Las huellas sureñas de un polaco

El País | Montevideo | Elvio Gandolfo

Libro sobre Witold Gombrowicz

 

UN VIAJE marítimo "de placer", como invitado, se convirtió en una estadía forzada de casi veinticinco años en Argentina para el escritor polaco Witold Gombrowicz. Primero fue la guerra, después la invasión de Polonia por la Unión Soviética: el tipo de literatura que hacían los tres más destacados escritores de la época ("Gombo", como le decían los amigos, Witkiewicz y Bruno Schulz) estaba en las antípodas de la que permitía un régimen comunista que deseaba una forzada coherencia de todas las áreas, incluido el arte literario. El barco que traía a Gombrowicz, el "Chobry", llegó a Buenos Aires el 21 de agosto de 1939; el barco que lo devolvió a Europa zarpó del mismo puerto el 8 de abril de 1963. Según sus propios cálculos Gombrowicz había pasado hasta entonces 9.490 días en Polonia y 8.395 días en Argentina.

En ese extenso período, Gombrowicz se convirtió casi en un escritor argentino, a tal punto que cuando mucho después la revista Humor hizo una encuesta sobre las mejores novelas argentinas, su Trans-Atlántico obtuvo varios votos. Ya destacado, antes de viajar, en su propia literatura nacional (en Polonia había publicado los cuentos de Memorias de la inmadurez, la novela Ferdydurke, y la obra teatral Yvonne, la princesa de Borgoña), su larga estadía en Argentina (con fugaces pasadas por Montevideo y Piriápolis) le hizo conocer algo invalorable para quien decía respetar mucho más la Inmadurez que la Forma: un paisaje existencial donde cada día era un interrogante nuevo. En condiciones de penuria económica, logró recibir algún subsidio de la Embajada de Polonia, y entrar finalmente (1947) en el Banco Polaco, donde trabajaría siete años y medio.

Entretanto usó su capacidad histriónica y ambigua (a menudo era imposible distinguir su insolencia real de su "polonidad" inevitable) para mantenerse apartado del eje crucial de la cultura de la época (la revista Sur/Borges), fue amigo apreciado del poeta Carlos Mastronardi y el novelista Roger Pla, entre muchos otros, y se convirtió en una mezcla de maestro y payaso sublime para un grupo de jóvenes de Tandil y Buenos Aires que lo aprovecharon, lo disfrutaron y en muchos casos lo imitaron hasta la desaparición del perfil personal. Admirador casi oportunista de Ernesto Sabato (lo consideraba crucial como puente para la consagración), protagonizó un hecho cultural sin precedentes: la traducción grupal y bolichera de Ferdydurke, entre un polaco que sabía poco castellano y unos latinoamericanos (con un papel central del cubano Virgilio Piñera) que no sabían nada de polaco.

UNA CHICA VIVÍSIMA. Cuando en el regreso ya iba perdiendo de vista la costa uruguaya, Gombrowicz empezó a extrañar de inmediato Argentina. Iba bastante enfermo (nunca había tenido una salud de hierro), y la enfermedad se acentuaría en Europa, hasta matarlo. Viajó con una beca Ford, y logró lo que quería, primero en Berlín, después en París: formar parte de la "literatura europea", obtener premios importantes, traducciones y reconocimiento.

Pero la nostalgia, casi tanguera, hacía que en sus cartas a su amigo Juan Carlos Gómez ("el fiel Goma", le llamaba), le planteara planes muy concretos de regreso: no a Buenos Aires (donde el aire contaminado agravaría su dolencia), sino a algún sitio del interior argentino, que había recorrido y registrado magistralmente en su Diario.

Esa correspondencia, recopilada en Cartas a un amigo argentino (Emecé, 1999), exhiben hasta qué punto Gombrowicz se volvía un maestro del humor, el chicaneo y la "joda" para sus amigos jóvenes. El empeoramiento de su salud a la larga le hizo aclarar que había dejado de lado el proyecto de regreso. El 10 de setiembre de 1964, registraba un hecho importante: "Allí, en los Alpes Marítimos, estaré con una joven canadiense (23 años) [Marie-Rita Labrose] de extraordinaria eficacia y que me ama tiernamente y me procurará cuidados".

Más expansivo, el 15 de noviembre ampliaba la descripción, con su peculiar uso del castellano: "Rita es una niña que digamos moderna, desde 5 años vive en París escribiendo una tesis sobre Colette (todavía reúne materiales), amiga de Dalí, etc. Le encantaría, Goma, es vivísima, nada tonta, charla, ríe, jode, cocina, viste (muy bien) es de la última ola y en el viento (dans le vent). Frescura del alma. Exigente en el amor. Enloquecida conmigo. Carita enloquecedora, cuerpito bikini". Dicho de otro modo, el veterano escritor, muy a la defensiva (como registra en otras cartas) estaba él también enamorado. El 28 de diciembre de 1968 se casaba con Rita, y el 24 de julio de 1969 fallecía en Vence, de insuficiencia respiratoria, con Rita a su lado.

AL OTRO LADO. Puede pensarse que parte del atractivo de la joven Rita venía para Gombrowicz no sólo de su edad, sino también de provenir de Canadá, como Argentina un país "no central", inmaduro. Sumadas, las dos características lo sacaban de la tristeza, la obsesión por la enfermedad y la probable muerte. Volvía a ser un "juventón", como él le llamaba a los adultos que querían ser jóvenes. Por su parte Rita pronto descubrió que "sólo en privado Witold tenía grandeza", mientras que en público "era un poco Chaplin, no se tomaba en serio", según contó en un reportaje de El País de Madrid.

Después de su muerte, en abril de 1973, Rita decidió viajar a Argentina, a conocer ese mundo que tanto había pesado en la vida y la obra de Witold. Rastreó los sitios que mencionaba en su Diario, en especial los recortes que estructuraban el Diario argentino (Sudamericana primero, después El cuenco de plata). Descubrió que todo estaba fresco aún: "sus discípulos de Tandil, sus compañeros de La Fragata y el Rex, sus compatriotas polacos, los traductores de Ferdydurke". Pasó algunos meses conversando incluso con gente que lo había conocido en el lejano 1939 de su arribo. En 1978-79 Rita regresó durante seis meses, en que grabó los testimonios de todos esos conocidos, que lejos de caer en la nostalgia, re-vivían la presencia, los trabajos, el entorno, el humor, los fastidios y la capacidad propia de fastidiar de Gombrowicz.

El resultado fue un libro impar, que apareció traducido al castellano por primera vez como Gombrowicz íntimo (Biblioteca del Dragón, Madrid, 1987) y ahora aumentado y corregido como Gombrowicz en Argentina 1939-1963. La discreción de Rita es ejemplar. El sistema es simple: cada parte general o particular suele ir precedida de un fragmento de su Diario, al que sigue el testimonio directo, sin intervención de ella. Sólo Borges insistió en no recordar en absoluto a Gombrowicz. En cambio Silvina Ocampo narra divertida una cena donde se le cayó al piso la fuente de comida, ruido que Gombrowicz oyó: al ir a ayudarla le recomendó colocar todo de nuevo y servirlo, para divertirse después cruzando miradas enteradas mientras los invitados alababan la comida.

Están respetados los tonos y extensiones de cada entrevistado. Por ejemplo, el testimonio más largo, previsiblemente, es el de Alejandro Russovich, que convivió con Gombrowicz un buen tiempo en la pensión de la calle Venezuela donde habitaba. También están todos los discípulos y amigos de Tandil, con distintas longitudes de onda y distancia ante él; o el muy porteño "Goma".

Pero tal vez sean las personas menos intelectuales, en especial las mujeres, quienes proporcionan los detalles que van armando la figura real, elusiva pero viva, de aquel polaco que sufría problemas de salud diversos y estaba seguro desde un principio de su valor, y de la libertad que necesitaba para ejercerlo. Entre ellas una compañera de trabajo del Banco Polaco que se irritaba sobremanera cuando él "comía mucha fruta, en especial grandes manzanas, que masticaba ruidosamente, para molestarme. También comía uvas y tiraba las semillas desde lejos al tacho. Era muy infantil, pero podía ponerte los nervios de punta".