La flor de lis 30 Ago 2004

El misterio recorriendo la chacra

Brecha Edición Digital | Roberto Echavarren

Hemos perdido a una amiga. Sus amigos junto con su hermana y sobrina y familiares estamos unidos en el dolor de despedir a Marosa. 

 

A modo de consuelo queda la obra de una de las mayores poetas de la lengua castellana. Pero no sirve de consuelo por haber perdido a una amiga. Que algunos de nosotros hemos conocido por 25 años. Nuestra amiga, nuestro estímulo, la empatía y el deslumbramiento de descubrir su obra en gestación, paso a paso, su desarrollo consistente y a la vez renovado. Una vuelta de tuerca mantiene cada vez la intensidad y la frescura. Perdimos a la intérprete de sus propios poemas en espectáculos de performance. Perdimos una dimensión de lo milagroso. Desaparece con ella un criterio, una forma de manejar las cosas y de ubicarse que no conocíamos, que llega como algo revelado y una vez aquí es parte de nosotros. Se elevaba, desplegaba otra dimensión singular e intensa que la pobreza cotidiana de las comunicaciones ignora. Sorpresa, humor, hondura: miraba de frente lo terrible, el misterio de una figura recorriendo la chacra.

Su muerte es una pérdida que escritores, lectores, sentimos como una pérdida capital, como se sintió hace diez años la de Juan Carlos Onetti. Marosa es un referente, un pedazo de nuestro aire. Está viva en nosotros, que la conocimos, como está viva su obra, que nos acompaña. Es un invento nacido de pies a cabeza, un cuerpo extraño y a la vez familiar.

Su voluntad señalada, unida con el talento, le sirvió para redimensionar su voz en cada libro. Pasó de rareza a piedra de toque. Esa misma voluntad, unida con el pudor, la sostuvo para enfrentar el proceso de su enfermedad última.

La voz se forma del ruido de las cosas, jadeo perceptible que no se entiende bien. Ella lo interroga. No se ahorra el espanto dentro del juego. El afecto y el eros hacen visible una carga de magia para averiguar los designios secretos de lo inevitable, el temido encuentro con el final marido, pero también para glosar los resplandores de la abuela: la huerta, el jardín, el patio, la magnolia, centro de imantación de donde surge un laberinto a cada parpadeo. Marosa tuvo el coraje de sus apariciones.

Incluyo para despedirla un fragmento de su poema "Abuela", de Magnolia.

 

Desde que te fuiste 

siento que me llaman desde el trasmundo. 

Sé que prendes lamparillas para mí 

y haces rodar planetas silenciosos 

por las casuarinas.

 

Y tú te regocijas en Dios 

pero no te olvidas de mí, y me nombras, y me sigues queriendo más que a nadie, 

y en cierto modo me llevas allá 

y juegas conmigo como con una muñeca

 

Sellas lo que yo pruebo, 

reconozco tu azúcar, 

me miran desde el agua 

tus ojos de higo, de manzana. 

Retrato errante, 

furtiva gacela, te vas, 

y vuelves, gacela inexorable, 

a buscar tu cena,tu ración de jazmines.

 

* Algo recreadas, estas fueron las palabras con que Roberto Echavarren despidió a Marosa en nombre de amigos y escritores después del velatorio en Montevideo en la mañana del jueves.