La flor de lis 30 Ago 2004

Adiós a Marosa - Luz princesa

Brecha Edición Digital | Sofi Richero

 

I. Una rosa es una rosa es una rosa

Cuando en el año 2000 publicó Reina Amelia en Buenos Aires, tuvimos oportunidad de entrevistarla para aquella publicación, Insomnia,* en donde Marosa escribía una columna semanal. Reina Amelia era su primera novela, sostenía Marosa, y sentíamos la boba obligación de preguntar, con necia y consciente futilidad, sobre el asunto del género de sus textos, sobre su forma de discriminarlos. En su renegado pero inocultable elemento irónico, Marosa condescendía: "Entiendo que novela quiere decir novedad". Y luego, para que sencillamente calláramos un poco: "¿Qué podría hacer que no se trate de una novela? ¿Acaso el lenguaje con centelleos?". Luego quisimos saber sobre su obstinación estilística, eso que parecía teñir todos los aspectos de su vida: que ella acicalaba su figura casi como acicalaba sus textos; que había como una continuidad de estilo entre su persona y su obra. Que Marosa es Marosa es Marosa es Marosa, le arrojábamos. Que su escritura es acuática, narcótica, perfumada, ciega, y que asimismo ella, a imagen y semejanza. Algo que la indigencia mental de cierto turismo literario montevideano reduce a un asunto de cosmetología excéntrica. Su respuesta a esas sandeces fue también lacónica, pura. Esta vez sí enmudecimos: "Debe ser mi arco iris, mi aura, que me deja igual a lo que escribo. O si no, que el lebrato es igual a la liebre madre".

 

II. Luz princesa

En esa misma entrevista se deslizó una pregunta sobre si el mundo que su obra anima era en alguna medida violento, en tanto que salvaje. "Violencia no advierto. Sí tensión erótica, luces corriendo, o candelas en hilera", resumió Marosa. Ahora recuerdo que hacía continuos pronunciamientos sobre la luz. Al recibir la noticia de su muerte, a través de una muy fea placa televisiva, reparé en la luz de esa noche. Deben estar velándola entre toda esta niebla. No era una luz anémica la del miércoles. Era una luz indecisa, de gestación. O mejor: era su luz princesa, pensé. Milésimas de luz, polvo dorado en los centros de las gotas del agua de la niebla. Estaba bien. La niebla dispuso geometría de templo para ella. Recordé entonces algo de Herrera y Reissig: una elegía para todos quienes aman lo irresoluble, lo gaseoso, lo incompleto. La niebla estaba bien. Una noche seca hubiera ajado sus vestidos de gasa.

 

III. Baile

Sus columnas para Insomnia llegaban siempre por carta, y su caligrafía era exquisita aun con la bic azul. En el costado del texto, y en forma vertical, Marosa escribía cuidadosamente la palabra cuidado. Sus cartas traían sellos: ese oficial, del correo, y luego los otros, de su elección: sellos postales con flores insistentes. Abrí hoy, al azar, uno de aquellos sobres blancos. Las flores de ese día ofrendaban la precisión botánica de la Oxalis pudica y la Aechmea recurvata: las primeras blancas y gaseosas, las segundas eréctiles y rojas. La columna, adentro del sobre, titulaba "Cavan entre las fresias". La repasé con miedo, supersticiosamente, remontando las volutas de su letra, y terminé su final con inmensa gratitud: "Digo: y bien, si es de noche... iré a un baile. Retiro un vestido de gasa, de adentro de una planta, y me lo ajusto. Pero me asaltan una enorme inquietud y una pesadumbre. Y ¿por qué? Si estoy de baile".

 

* Separata cultural de Posdata. N° 122, 19 de mayo de 2000. "Soy la habitante de mis libros". Entrevista de María José Santacreu y Sofi Richero.