Las conversadoras 02 Mar 2006

Diez años sin Marguerite

Revista Debate | María Malusardi

Editan un libro de entrevistas a la autora de El amante

 

La escritora Marguerite Duras prueba su mermelada a punto, tibia todavía. Xavière Gauthier, su entrevistadora, la acompaña y también, cada tanto, elabora su propio manjar. No es esencialmente culinario el objetivo del encuentro de estas dos mujeres que decidieron compartir algunos días en la casa de campo de Duras, en las afueras de París. Es, más bien, un intercambio intelectual. Pero en la vida cotidiana, el peso de la materia obliga a centrarse en las pequeñas acciones que son, en definitiva, las que permitirán completar la imagen “real” de un personaje. De aquí nació Las conversadoras, un curioso libro editado originalmente en francés a mediados de los años 70, y traducido al castellano recientemente para su publicación en Argentina (Editorial El cuenco de plata junto a Ediciones literales).

Gauthier introduce el clima de lo que vendrá, en un prólogo necesario: “Me quedé allí casi todo el verano. Cautivada por el encanto de esa casa, por el color, el olor y hasta el sabor de sus muros gruesos, de sus tapices con flores marchitas que la hacen un lugar privilegiado, un sueño de infancia. Cautivada por la generosidad, la franqueza de Marguerite Duras, angustiada, entusiasta, atormentada, absoluta, intransigente. Tal vez se pueda percibir algo de la atmósfera muy particular en la cual se desarrollaron nuestras conversaciones y de la relación amistosa que se creó entre nosotras. Y entre las grabaciones de nuestras entrevistas, hicimos mermeladas.”

Sí. La descripción de Gauthier prepara al lector para sentarse junto a las dos mujeres alrededor de la misma mesa redonda sobre la que apoyan sus antebrazos y entrelazan, inconscientes, sus dedos mientras hablan y escuchan. Una grabadora registra todo pero, en ocasiones, la cinta llega a su fin y ellas ni lo notan. Asiste, el lector, a los entretelones de las mermeladas pero debe soportar que ninguna de ellas jamás lo perciba. Podría avisar que la cinta ha terminado, rogarles que se detengan, pero ellas, como personajes de la novela de Bioy Casares, La invención de Morel, no escuchan y ciertos trozos de las conversaciones se pierden para siempre -lo advierte Gauthier en su prólogo. Están compenetradas en diálogos profusos, llenos de ideas y de inflexiones lingüísticas, de emociones y recuerdos, de reflexiones políticas y sociales.

Conversan sin tapujos con elevado nivel. Aunque el libro transcribe las charlas en crudo, tal cual se produjeron, sin retoques ni pulidos de ninguna especie –salvo el obvio cuidado de la puntuación, evidente y necesaria en la escritura-, asombra a cualquier lector el resultado naturalmente literario de las cinco entrevistas, más una sexta generada en otra oportunidad, pero que se decidió incluir en esta edición.

Aclara la entrevistadora: “Nuestros dos discursos se encabalgan, se superponen, se interrumpen uno al otro, se responden como en eco, concuerdan o se ignoran. A veces las palabras salen difícilmente a la luz, con angustia, y otras veces se atropellan febrilmente.” Y pone por encima de la corrección estilística a ese “primer impulso del habla” o a la “virginidad de la inspiración”. Revela que el ordenamiento preciso de los textos hubiera funcionado como un acto de censura hacia lo esencial y genuino de las conversaciones. “Lo esencial –dice Gauthier-, aquello que no quisimos decir pero que se dijo sin que lo supiéramos, en las fallas de la palabra clara, límpida y fácil, en todos los lapsus”.

No hay detalles del entorno. Las conversaciones van atravesando, en un aceptable desorden, la obra literaria y cinematográfica de Duras –quizás el cine aparece con mayor insistencia-, centrándose, a veces en exceso, sobre cuestiones de la mujer. En este punto presiona –por momentos abruma- mucho más Gauthier y arrastra a la autora de El amante quien pareciera tener, a esa altura de su vida, menos interés en remarcar cuestiones vinculadas al feminismo tan radicalizado.

Los momentos más elevados, e incluso emotivos, de las conversaciones, se producen cuando Duras regresa a sus afectos y experiencias de infancia, a los exotismos tristes de Indochina, a sus repasos por las orillas del Mekong, a ese envoltorio de pobreza, amigos de juego y convivencia con vietnamitas, y la presencia de una familia espesa y contrariada que no dejará jamás de penetrar sus páginas, aunque la transforme, aunque la invierta, aunque la camufle. Cabe destacar que los párrafos y diálogos contenidos entre las páginas 115 y 118, más personales, valen el libro.


Marguerite Duras murió el 3 de marzo de 1996. Hija de padres franceses, nació en Indonesia en 1914. Como la infancia no es un tiempo de la vida sino un lugar donde perderse para siempre, Duras no pudo excluirla de su ritual artístico. Llevó su pasado a París o a donde fuera, y fundamentalmente a toda su obra. El lugar, entre todos los lugares, fue finalmente la escritura. Su cuerpo entero, su historia toda, sus detalles y sus movimientos se alojaron, hasta la apropiación absoluta, en la palabra escrita. “Cuando yo escribía en la casa todo escribía. La escritura estaba en todas partes”, detalla en su ensayo Escribir.

Entre vida y obra hubo una simbiosis perentoria. Títulos como Un dique contra el Pacífico, El vicecónsul, Destruir, El dolor, El amante, Moderato cantabile, El mal de la muerte lo confirman. Pero esta simbiosis no confluye en una literalidad autobiográfica, sino que se produce una traslación de la experiencia sutil y, más aún, de los vacíos que esa experiencia va dejando por el camino de la vida, hacia el lenguaje, hacia la palabra como un cuerpo derrumbado, quieto, sobre el papel.

Duras narra diferente. Narra con ausencias y con blancos. Narra con lo que no está y con lo que permanece, intrincado, detrás de los ojos. La mirada es fundamental, porque determina de manera subyacente los movimientos de la escritura pero también se hace evidente cuando toma la cámara y se apropia del cine. Dice, a propósito, en Las conversadoras: “La cámara nunca reemplaza la mirada. La filma, la mira, mira la mirada pero no puede reemplazarla. Por eso mis películas son magras, porque siempre es preciso que la mirada esté presente.” Además de sus propios films, se destacó como guionista de la inolvidable Hiroshima mon amour de Alain Resnais.

Aunque obtuvo reconocimiento mundial como escritora y cineasta, su vida fue difícil. En el terreno del amor, la pérdida y la imposibilidad –muy remarcadas en su obra- han conducido a la desesperación y a la llaga. Padeció el alcoholismo. Y la relación compleja con su último amante, Yann Andréa Steiner, cuarenta años menor que ella y homosexual, vino a dilucidar que el mundo de Marguerite Duras pertenece, desde siempre, a otra dimensión de valores y reglas: esa zona donde lo reconocible y aceptable se desdibuja.

Estas conversaciones expanden y profundizan, de alguna forma, la heterodoxia de su obra y de su vida. Y enriquecen.

 

El libro de entrevistas de Xavière Gauthier

Un fragmento de Las conversadoras


M. D. - Pero cuestionar la sociedad, a pesar de todo, es admitirla. Es como en las películas sobre la guerra, en todas las películas sobre la guerra hay una adoración secreta por la guerra.

X. G. – Sí, entonces no hay “cuestionamiento” en este caso.

M. D. – Quiero decir que las personas que se ocupan de eso, que escriben sobre el rechazo de la sociedad, llevan consigo una especie de nostalgia. Estoy segura de que están mucho menos separadas que yo. Estoy absolutamente segura.

X. G. – Sí, sí. Y además escriben de la misma manera, escriben contra una sociedad…

M. D. – Ahí lo tiene, como desde dentro, como dentro de la sociedad.

X. G. – Emplean el mismo lenguaje y eso no hace que estalle esa sociedad, no la hace desaparecer, y usted sí.

M. D. – Vaya donde vaya en la sociedad, por todas partes veo los signos de su muerte. Es alucinante.