Las conversadoras 24 Mar 2006

Entrevistas con Marguerite Duras

El País | Montevideo | Redacción

Memorable, como sus libros

 

CORRE EL año 1973. Hace sólo cinco años del mayo del 68. Marguerite Duras aún no ha cumplido 60 años y es una de las grandes escritoras francesas, aunque polémica. Desde que escribió Moderato Cantabile en el 58, desde que deslumbró al mundo con su guión de la película Hiroshima mon amour en el 59, ella sabe muy bien que ha sucedido un quiebre en su escritura. (Duras atribuye el cambio a una experiencia erótica muy fuerte, muy violenta, con un hombre).

Dice que a partir de entonces sus libros fueron distintos, que fueron escritos "en soledad", "que se desmanteló la facilidad". Y además, apareció para ella la posibilidad de filmar, de dirigir, de meterse en ese lenguaje poderoso que es el cine, pero un cine que ella rotula como "pobre", con "muy pocos planos".

En esos tiempos se la lee muchísimo en inglés, en alemán; se la critica en Francia; los jóvenes la aplauden, la interpelan y van a verla, la acosan a preguntas durante horas; los lectores le escriben cientos de cartas, los hombres y las mujeres le confiesan una y otra vez que tal personaje, o tal otro, "soy yo".

Aun así, Marguerite Duras dice cosas bastante amargas con respecto a la recepción de sus libros: "soy muy conocida, pero no desde adentro", "la gente no comprende lo que hago"; sabe que ese miedo a entrar en los libros propiamente dichos (no en el personaje célebre), "se dará naturalmente después de mi muerte". Y es contundente cuando declara: "yo atraigo la misoginia de una manera muy especial". Cuenta anécdotas espeluznantes, de "personas enfurecidas", como cuando el editor de Gallimard, el conocido Raymond Queneau, a quien Duras le entregó el manuscrito de El marino de Gibraltar, la insultó "de manera muy fuerte, muy fuerte", haciéndola incluso llorar, "porque decía que eso era romanticismo".

Cuando explica el acercamiento progresivo que ha tenido su vida hacia las otras mujeres y hacia los hombres homosexuales (confiesa que hubo un período pretérito en que no soportaba a las personas de su mismo sexo), dice que los hombres (clásicos) siempre están enojados con las mujeres, e insiste: "siempre están enojados cuando las mujeres escriben libros". Lo tiene clarísimo: habla de "la clase fálica", y dictamina: "un hombre fuerte que construye el porvenir (risas), ah, ah, eso se acabó. Ninguno de ellos entra en mi casa." Reconoce que son una especie en extinción, pero la escritora, muy divertida, recuerda que "Todos los hombres de la crítica sí son machos".

HABLAR Y ESCRIBIR. La editorial argentina El cuenco de plata acaba de publicar un libro que incluye una serie de entrevistas realizadas en ese 1973 a Marguerite Duras por Xavière Gauthier. En la contratapa del volumen se cita una frase clave, de 1988: "No hay diferencia, entre lo que digo en las entrevistas y lo que escribo en general". Es muy importante que la escritora haya explicitado este concepto, porque es algo que el lector presiente al leer las entrevistas. Pero como las declaraciones de Duras a diestra y siniestra en cualquier medio de comunicación se volvieron tan exasperantes para tanta gente, hace falta recordar que ella valoraba la palabra hablada del mismo modo que la palabra escrita, con toda su libertad, con toda su creatividad, con el poder de decir y desdecir, con su capacidad de romper y volver a construir lo dicho.

El origen de este libro está en un proyecto de Xavière Gauthier, quien pretendía hacer un dossier sobre la escritura de las mujeres para el diario Le Monde. Gauthier interrogó a varias autoras pero, significativamente, algunas se negaron a responder, y otras (¡tan teóricas!) como Luce Irigaray y Julia Kristeva, sólo aceptaron escribir al respecto. Finalmente, sólo Dominique Dessanti y Marguerite Duras aceptaron "hablar". Cuando la doble página estuvo lista, una importante redactora (mujer) de ese diario, se opuso a su publicación. Nunca salió.

LA CHÁCHARA. Pero el esfuerzo no fue en vano. Marguerite Duras invitó a Xavière Gauthier a charlar todo lo que quisiera a su antigua casa de campo, Neauphle, ese lugar mágico que había sido tan productivo para la literatura de Duras. Las conversaciones fueron grabadas (a veces se acababa la cinta y no se daban cuenta, y hasta entre una charla y otra hicieron mermeladas), pero se siente todo el tiempo que ambas dejaron de ser la periodista y la escritora famosa, y se convirtieron en un par de mujeres "parlanchinas", que hablan hasta por los codos, que más que dar respuestas se preguntan todo, que les interesa mucho saber qué piensa la otra, y que sobre todo, giran una y otra vez en una cuestión muy común en las conversaciones entre mujeres: los hombres.

Las dos tratan de dilucidar cuál es la gran diferencia, por qué los hombres y las mujeres son distintos. Y Xavière Gauthier expone sus ideas de feminista cuadrada (¡no olvidar que son los comienzos de los 70!), pero Marguerite Duras, de una manera única y deliciosa, deja escapar sus ideas imprevisibles, o mejor dicho, pre-ideas, conceptos en gestación, que mastica, que baraja, que contrapone a otros. Sorprende que la misma mujer que llegó a escribir uno de los textos más desgarradores del mundo, El dolor, sea la misma persona divertida que ironiza de la manera más simpática sobre temas verdaderamente preocupantes: "Hay un soldado en cualquier hombre. (...) Está el soldado de la familia, está el soldado de la mujer, soldado del niño, soldado papá (risas), pero todos los son, creo que todo hombre está mucho más cerca de un general, de un militar, que de cualquier mujer." Pero también hay palos para las mujeres, dados con puntería: "todas las esposas de la sociedad burguesa, que tienen empleadas domésticas, que no hacen nada (...) son mantenidas. ¿Y el hecho de la manutención no es... catastrófico? Yo lo considero inadmisible." Y más adelante recuerda una conversación que tuvo con un gángster sobre las mujeres de los gángsters, que esperan muertas de sueño a que sus hombres terminen de jugar al póquer. Y no lo ve muy distinto de aquellas recepciones mundanas, donde hay mujeres que se callan tres horas seguidas. "Ellas esperan. Están disfrazadas, están peinadas, han ido a la peluquería, tienen un hermoso vestido, con flores." Pero mucho más repudiable aún le resultan las mujeres con poder sobre otras mujeres: "Ah, es odioso, es odioso. Son jefes de oficina, son capitanes, son como esas administradoras de burdel, apenas una mujer tiene autoridad sobre otras mujeres las empieza a torturar, las que son capataces en las fábricas se vuelven administradoras de burdel".

ELLA Y EL UNIVERSO. Otro aspecto muy interesante de este libro es la personalísima posición de Duras frente a fenómenos sociales como el "escritor estrella": "Tuve esa gloria después de Hiroshima, esa gloria mundana. Pero sabes que es el infierno. Las personas te invitan a cenar para mostrarte como un animal que hubiesen comprado y al que sobre todo habrían domesticado. Eso duró tres o cuatro meses y después me puse a resguardo". Y no duda en declarar que la idea "sagrada del autor" sólo puede ser pensada por "boludos".

En el 73, Marguerite Duras hacía años que había sido expulsada del Partido Comunista y había comulgado con los jóvenes del 68. Pero estaba convencida de que "el hombre debe dejar de ser un imbécil teórico" y que "es preciso que el hombre aprenda a callarse." Según Duras, en la decepción posterior a Mayo del 68, está la responsabilidad del "charlatán que hizo de las suyas (...) hablando solo por todos, en nombre de todos, (...), hizo callar a las mujeres, a los locos (...) hizo de policía teórico y amordazó la algarabía silenciosa, enorme, que se elevaba de la multitud —también el silencio es justamente la suma de las voces de todos".

Pero lo que no tiene desperdicio en este libro es la forma en que Marguerite Duras, —que pasó su juventud arriesgando su vida en la Resistencia, y la posguerra repartiendo la prensa oficial del Partido Comunista puerta por puerta— desprecia al stalinismo, duda seriamente del marxismo y se horroriza de la militancia: "El hombre que sólo tuviera una conciencia marxista de sí mismo, que pretendiera ser así en todos los instantes de su vida, el hombre simplificado en suma, es el modelo planteado en principio por el stalinismo. Es el hombre peligroso, aterrador. (...) Toda simplificación es fascista." Contra la simplificación, concibe un ser humano revolucionario que sea en sí mismo su propio izquierdista, desvinculado de la "manía de la militancia". Si se piensa que todo es reductible en el hombre, entonces Duras no duda un instante: "toda revolución está jodida".

Aún faltaban unos cuantos años para la caída del Muro. Duras siente náuseas cuando ve a Brezhnev caer en brazos de Nixon, el destructor de Vietnam (la otra patria de la escritora), y declara que "el marxismo ha perdido su valor poético" y que "ya comienza a adquirir su rigidez cadavérica. Igual que el freudismo".