Barrio rojo 28 Sep 2023
Revista Ñ | Luis Diego Fernández
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Entrevista al filósofo francés Michaël Foessel que recorre una genealogía del disfrute.
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Revisa las posiciones de la izquierda, denuncia el wokismo de la derecha y postula maneras de comunes del goce.
El filósofo francés Michaël Foessel emprende en Barrio rojo (El cuenco de plata), su último libro, un proyecto tan complejo como original: articular una genealogía del placer que no sea refractaria con la izquierda política. Y en gran medida lo logra analizando los placeres como acontecimientos que desplazan el principio de realidad abriendo nuevos horizontes en relación a los modos de vida y a sus políticas consecuentes.
Barrio rojo es un ensayo lúcido y necesario que habilita a pensar en una izquierda hedonista y libertaria que no caiga en la melancolía ni en la tentación identitaria, sin por ello renunciar a la denuncia contra las violencias sexuales, justamente en virtud de propiciar la construcción de placeres igualitarios donde las mujeres y las minorías tengan reconocimiento en este plano.
El autor conversó con Ñ a la distancia sobre el recorrido que realiza en su libro sobre una multiplicidad de temas como la conflictiva relación entre placer e izquierda, el debate de Foucault y Deleuze en torno a los placeres y los deseos, el llamado “wokismo” de manera peyorativa por parte de la derecha, las figuras reaccionarias del placer, así como las nuevas modalidades que permiten pensar acontecimientos hedónicos femeninos y de la diversidad.
–¿Por qué considera que el placer ha sido borrado u ocultado como un territorio problemático y delicado en la tradición política de izquierda durante los últimos años?
–La desconfianza de la izquierda con respecto al placer es antigua. En el pensamiento y la política francesa, uno la encuentra en la expresión de oposición de Rousseau hacia Voltaire o de Robespierre con Danton. Los primeros han reprochado a los segundos ceder frente al hedonismo en un mundo marcado por las desigualdades. ¿Se puede gozar en un mundo injusto sin ser cómplice de esta injusticia? Esta pregunta no ha cesado de atormentar a la izquierda hasta el presente y la encuentro bastante legítima. En una sociedad capitalista donde el placer está ligado al consumo, el menor disfrute parece vinculado a un sistema económico y a sus desigualdades. El placer en sí mismo deviene un atributo social, hay un precio y quien lo toma lo hace en relación a otros (los pobres, los sirvientes, el servicio doméstico, etc.). En este libro he querido mostrar que, sin embargo, el placer no se reduce al intercambio económico porque el mundo no se reduce a la sociedad capitalista. Hay usos placenteros del cuerpo que no reenvían a la explotación de los otros ni del planeta. Esos placeres son subversivos y no deben ser abandonados al mero consumo.
–Encuentro muy interesante la reconstrucción que realiza en Barrio rojo del debate entre Foucault y Deleuze en torno al deseo y el placer. ¿Qué es lo más remarcable de esta discusión para pensar el presente?
–Deleuze se opone a Foucault porque valoriza el deseo contra el placer. Para él, el deseo señala hacia otro lugar, es una potencia que cuestiona las jerarquías sociales y políticas. El deseo es fundamentalmente revolucionario. Esta idea es directamente resultado de mayo del 68 y de la creencia según la cual hay que liberar el deseo de su definición burguesa. Ahora bien, para Deleuze el deseo burgués es aquel que busca la satisfacción en el placer. El placer sería entonces el fin del deseo e incluso su muerte: el sentimiento por el cual uno adhiere al mundo tal cual es o el desaparecer de todo deseo de transformarlo. Foucault ha tratado de rehabilitar el placer en sus últimas obras consagradas a la sexualidad. Pero lo hace en referencia al hedonismo antiguo o en todo caso a una concepción muy individualista del placer como experiencia sobre sí mismo. Es lo que llama “el uso de los placeres” donde el cuerpo deviene objeto de una higiene, de una gimnasia o de un erotismo que finaliza por ser una inquietud de sí. Desde este punto de vista, ha anticipado las prácticas contemporáneas del placer que se asemejan a menudo al desarrollo personal. Si Foucault ha tenido el mérito de rehabilitar el placer, me parece que lo ha hecho contra una concepción que sigue asociando política y práctica colectiva. Ahora bien, el placer tiene también una dimensión colectiva e igualitaria.
–Usted incita a no caer en la estigmatización que la derecha hace sobre las derivas identitarias, particularmente, en eso que llaman “wokismo”. Sostiene que es importante visibilizar los cuerpos de las minorías sexuales no solamente para criticar la discriminación a la cual son sometidos sino para reconocer su capacidad de gozar y para que puedan crear sus propios placeres. ¿Cómo desarrolla esta relación entre placer e interseccionalidad?
–El término “wokismo” es instrumentalizado de manera ideológica por la derecha conservadora para convencernos que la izquierda es moralista e intolerante por esencia. Es necesario manejarlo con prudencia. No obstante, es verdad que el abandono del marxismo ha favorecido a la crítica de una izquierda preocupada por estar “despierta”, es decir, sensible a las diversas formas de exclusión de las cuales son víctimas las minorías. Ya sea se trate de mujeres, del colectivo LGBTQI+, de personas racializadas, ha ocurrido que la figura tradicional del proletario no es la única en encarnar la injusticia del mundo. Que la izquierda se preocupe por la manera en que los cuerpos son minorizados y dominados en función de su origen o de sus deseos me parece perfectamente legítimo. Pero creo que efectivamente la política de los cuerpos no se puede reducir a la denuncia de los sufrimientos. El placer, en tanto que no espera la transformación social para existir, demuestra que es aquí y ahora donde la emancipación puede tener lugar. Mostrar que los individuos no son solamente víctimas de la dominación es también indicar que los ideales igualitarios de la izquierda son realistas. Los placeres arrancados de la norma económica de rendimiento y de la norma política de la dominación son por tanto signos del carácter artificial de las normas. Que se piense en ocupaciones de fábricas en el pasado o, más recientemente, en los movimientos de las plazas, constata que se trata cada vez de ocupar con los cuerpos lugares simbólicos del poder económico y político. Y de mostrar que esos lugares pueden devenir espacios de discusión, de intercambios y de placeres no conformistas.
–¿Qué es lo que llama “tentación ascética” en la filosofía del placer de Foucault y por qué significaría un peligro que sería mejor evitar?
–La tentación ascética designa el espíritu de seriedad que a menudo se apoderó de los revolucionarios pero cuyas raíces son religiosas. La ascesis designa no solamente el rechazo del cuerpo y de los placeres sino la sumisión a una moral del cálculo. ¿Qué puedo sentir que no ponga en peligro mi salud? ¿A qué régimen corporal y mental debo someterme para no colaborar con las instituciones desiguales que gobiernan el mundo? Foucault se interesó por esas prácticas ascéticas porque comprendió que tenían algo de contestatario en un mundo que privilegia el exceso y el hedonismo burgués. Pero haciendo eso ha participado de una confusión entre política y ética. En ciertos movimientos políticos contemporáneos, por ejemplo, el veganismo como forma de protesta contra el maltrato animal, me parece que el ideal ascético funciona con plena eficacia. Se trata de vivir como santos en un mundo infernal pero sin que las coordenadas fundamentales de ese mundo sean cuestionadas.
–En el capítulo del reaccionario bonvivant realiza una descripción irónica de esta figura masculina visible los últimos años que encuentra en el feminismo post me too un obstáculo y una forma de represión al estilo de vida hedonista. ¿Cuáles serían los principales atributos a partir de los cuáles se puede identificar este personaje?
–La figura del “reaccionario bonvivant” se construye de hecho al abandonar el placer y dejárselo a la derecha. Un personaje como Trump, siempre presto a denunciar el wokismo de la izquierda y reivindicar la libido de la manera más vulgar, sería impensable sin el giro moralista de una cierta izquierda. Sin embargo, es necesario recordar que el placer del cual se reclaman los reaccionarios es un placer individualista reservado a una élite de millonarios que confunden erotismo con violencia social. El reaccionario bonvivant goza dos veces: una primera vez del placer de todo el mundo, una segunda de ser el único en poder aprovecharlo. Es el placer de los VIP o de las fiestas privadas prohibidas al pueblo. Ahora bien, existen placeres que no pueden ser sino igualitarios. Una verdadera fiesta no es una fiesta privada que no hace sino reproducir las jerarquías sociales que actúan en el mundo. Es una fiesta sin retratos ni guardias de seguridad y donde, en principio, las apariencias de las clases son puestas en suspenso. Los reaccionarios detestan esas fiestas, una razón de más para que la izquierda continue reivindicándolas. El slogan del 68 “gocemos sin obstáculos” conserva esa pertinencia hoy que comprendemos que los obstáculos vienen del capitalismo autoritario y patriarcal.
–Usted afirma que la sexualidad moderna está motivada por la búsqueda de un acontecimiento placentero que es político. ¿Cómo entiende esta noción de acontecimiento y por qué la considera clave para pensar un hedonismo de izquierda?
–Los placeres que me interesan son efectivamente aquellos que crean un acontecimiento. Dicho de otra manera, los placeres que no son solamente la satisfacción de un deseo que los precede. Cuando, por ejemplo, los obreros de 1936 en Francia ocuparon sus fábricas para bailar y cantar no habían imaginado jamás transformar su lugar de trabajo y de sufrimiento en un espacio de fiesta. Ha sido necesario que este placer-acontecimiento haya está ligado para que, súbitamente, el mundo tome otro aspecto y que lo inesperado (hacer de un lugar de trabajo un lugar de alegría) devenga real. La filósofa Simone Weil ha hablado de “pura alegría” a propósito de estas ocupaciones de fábricas que le han devuelto a los obreros su dignidad.
–¿Cree usted que luego de un primer momento de denuncia de la violencia sexual podremos asistir a un feminismo más centrado en el placer de las mujeres que salga del privilegio de la víctima y el dolor?
–La denuncia de la violencia sexual invisible de la cual las mujeres son víctimas es un momento necesario luego de siglos de negación. Desde este punto de vista, la utilidad del “me too” está absolutamente fuera de duda y la crítica feminista de los privilegios masculinos pertenece con pleno derecho a la exigencia progresista. Soy sensible a que, sobre la base de estas críticas, aparece también un interés inédito por el placer femenino y las modalidades del orgasmo de las mujeres. Está bien porque las mujeres han soportado la objetivación de sus cuerpos por parte del deseo masculino, su placer ha sido silenciado por el discurso dominante. Desde este punto de vista, el dolor presente es el reverso de un placer del futuro que no sería fundado sobre desigualdad entre los géneros.
–Encuentro muy enriquecedor el ejemplo que da en Barrio rojo para pensar formas de placer nuevas en la teoría queer, como la risa, la parodia y el juego. ¿Podría ampliar eso que Judith Butler denomina “resignificación” y por qué según su mirada es una manera de salir de cierta melancolía de izquierda?
–Estoy muy interesado por la manera en que Butler ha analizado la “resignificación”, es decir, el trabajo de militantes que consiste en reenviar a sus opositores las injurias de las cuales los han hecho objeto. Reivindicarse como “negro”, “queer” o “marica” es a la vez retomar la injuria y desviarla de un modo irónico. Hay una risa liberadora que recuerda la contingencia de las normas ya que incluso esas normas discriminatorias pueden ser subvertidas. El encierro en una posición de víctima deviene melancólico si no se practica un distanciamiento humorístico en relación a las normas dominantes. Por supuesto, no es posible siempre reírse de aquello que nos aflige pero la potencia subversiva del humor sigue siendo un horizonte deseable. La risa es un placer que indica que la justicia no es reenviada a un paraíso inaccesible.