Barrio rojo 15 Jul 2023
Perfil | Martín Kohan
Entre la solemnidad acartonada y la risa, entre la vigilancia severa y la risa, yo también prefiero la risa. Ahora bien, creo que ahí no se termina el asunto. Porque hay risas de muy distinta especie, porque no todas tienen el mismo carácter.
En Barrio rojo. El placer y la izquierda, que acaba de editar el sello Cuenco de Plata, el filósofo francés Michaël Foessel especifica: “Los medios conservadores contemporáneos privilegian una forma de risa que no sólo es inofensiva para el orden social, sino que impide a los espectadores tomar la más mínima distancia respecto de los ‘valores’ políticos dominantes (…). Ese tipo de risa no respeta nada salvo lo eminentemente respetable: el poder y el dinero siguen estando fuera de su campo. Para que un humor confirme los valores sociales dominantes, tiene que ejercerse a expensas de aquellos y aquellas que tienen la osadía de ponerlos en tela de juicio (…). Como los fuertes tienen rara vez el recurso de reírse de sí mismos, se divierten en general con la suerte de los débiles”.
A esta risa, la de la dominación, la de los verdugos, opone Michaël Foessel una “risa de emancipación”: “Lejos de satisfacerse consigo misma y de adherir al mundo tal como existe, la conciencia dichosa comprende (y esta comprensión es un alivio gozoso) que lo que la apartaba de la felicidad es contingente y, por lo tanto, puede desaparecer”. Es ésta una risa de resistencia, es una risa liberadora. Esta risa me fascina, me divierte por desternillante.
Con la otra, con la que se regodea en el padecimiento ajeno y procura incluso acentuarlo, tengo en el fondo un problema básico: no me hace ninguna gracia.