Confesiones técnicas 08 Abr 2023

La mirada teórica de un cineasta único

Ideas | La Nación | Nestór Tirri

Reseña: Confesiones técnicas, de Pier Paolo Pasolini

 

Al recorrer los imprescindibles ensayos de Confesiones técnicas y otros escritos sobre cine, publicados entre 1966 y 1971, el lector cinéfilo revisará seguramente sus hábitos en la percepción de imágenes. Y coincidirá con Pier Paolo Pasolini (1922-1975), por ejemplo, en que “la realidad, después de todo, no es más que cine en estado salvaje”. Es una de las intuiciones temerarias de “La lengua escrita de la realidad” (1966), uno de los textos ya conocidos y ahora oportunamente rescatados y traducidos por Guillermo Piro. Así se arma este volumen, inexistente en Italia y otros países, “inventado”, en buen sentido, para esta edición.

No es el poeta y cineasta habitual el que se descubre aquí sino, más bien, el Pasolini semiólogo, el que dialogó (y a veces discrepó) con Christian Metz y con Roland Barthes. Pero, se sabe, PPP fue un intelectual de aristas inagotables, y en él –acaso como en Hölderlin o en T.S. Eliot– todo intento de exhalar un discurso acaba asociando el objeto específico (en este caso, el cine) con la poesía y su proyección filosófica.

A partir de un verso de Dante (“percibo el tremolar de la marina”), Pasolini anticipa un enfoque semiológico que se seguiría desarrollando en los años posteriores a su trágico asesinato, a los 53 años: la perspectiva del sujeto en la instancia estético-contemplativa. “Este estupendo endecasílabo –sugiere–, ¿no está apostando, acaso mucho, a la capacidad imaginativa del lector?” Y propone trasladar esta misma operación, del plano literario al del “cinema”, esto es, el morfema visual, en el fotograma.

“La tesis expuesta en estas páginas es que existe una verdadera langue audiovisual del cine”, sostiene, pero advierte que “fue un ensayo de Christian Metz, ‘Le cinéma, langue ou langage?’ (Communications, nº 4), lo que me obliga a reconsiderar y refutar muchos puntos de mi tesis”. Algunos “puntos” carecen de rigurosa relación lógica entre ellos –él mismo lo advierte–, en estas páginas “extravagantemente interdisciplinarias”. Una extravagancia que, sin embargo y “como es habitual”, excita y dispara la voracidad intelectual tanto de cinéfilos cuanto de lingüistas.

Pasolini admite que hasta ese momento (1966) las obras cinematográficas mantenían una uniformidad en su carácter “narrativo”, pero anuncia que “el cine comienza a articularse, a bifurcarse en diversas jergas especiales”. Queda claro que las transformaciones del cine y los ensayos en torno a él continuaron su evolución; de todos modos, es fascinante asistir en este volumen su lúcida lectura del disruptivo “cine de poesía”, en especial de Godard.

Algunos de estos textos demandarán ser leídos en perspectiva histórica, lo que no impedirá enriquecerse, una vez más, con las iluminaciones que el creador de Teorema dejó como legado para esclarecer caminos futuros.