Werner Herzog : una guía para perplejos 25 Mar 2023
Número cero | La Voz del Interior | Javier Mattio
“Una guía para perplejos” reúne una valiosa serie de diálogos con Werner Herzog que repasan la obra del cineasta alemán, así como su mirada única.
Pocas veces un libro de entrevistas alcanza el espesor épico de Una guía para perplejos, la antología de intercambios entre el editor Paul Cronin y el cineasta alemán Werner Herzog (1942) que acaba de lanzarse en versión ampliada y actualizada.
El volumen de casi 600 páginas es una guía ineludible para repasar una de las obras artísticas más profundamente coherentes del siglo 20, pero también un muestrario de lucidez hablada, una rara confluencia entre argumentos y visiones.
En efecto, la voz mesurada y siempre al borde del abismo de Herzog (que se asocia instantáneamente con la de sus filmes) entabla un paralelo nítido con el cine único del realizador, una enciclopedia contemporánea en la que detallismo y capacidad de asombro no son excluyentes.
Herzog es un empirista romántico que idolatra el extatismo de Wagner, Novalis y Caspar David Friedrich, a la vez que recurre a la cámara como órgano de experiencia irrefutable. Como los grandes del medio, va detrás de una verdad poética que fusiona el registro documental de los hermanos Lumière con la ilusión deliberada de Georges Méliès, los padres del cine.
Lo primero que deslumbra de Herzog es su poder de acción, emparentado con una afición atlética a caminar largas distancias: desde que supo que se dedicaría al séptimo arte a unos púberes 14 años, el director nacido en Múnich se embarcó en un proyecto tras otro con la curiosidad como impulso infalible y una productora propia que lo eximió de negociaciones inertes.
Así suma decenas de películas en las que lo ha explorado todo: la esclavitud, el espacio, la ceguera, la pintura rupestre, la pena de muerte, el alpinismo, la hipnosis, la guerra, los aborígenes, la ópera, la Antártida.
Lo de embarcarse fue literal en Fitzcarraldo (1982), largometraje cumbre que deparó un rodaje infernal en la selva peruana y una empresa fluvial tan descabellada como la de su protagonista, un megalómano empresario que arrastra un barco por tierra para montar un teatro.
Al personaje lo interpretó el inefable Klaus Kinski, “enemigo íntimo” de Herzog que devino ícono incómodo de su cine al encabezar cinco de sus películas; el director le prodiga justos elogios a su fallecido némesis, reconociendo que algo de la desmesura del actor se refleja en él.
“Para ser cineasta, hay que conocer el corazón de los hombres”, dice Herzog, quien nunca dejó de salir al mundo para internarse en ese enigma de inconquistables dimensiones.