Arcadia 16 Nov 2022
La diaria | Montevideo | Martín Bentancor
La traducción de Lil Sclavo agrega una frescura extra a la prosa, muy apropiada para la historia de mutaciones que se cuenta.
A esta altura del partido no constituye ninguna novedad afirmar que la literatura se alimenta de la actualidad, de los fenómenos que atraviesan el presente de quien escribe. Varios milenios de historia lo atestiguan. En esta época signada por las llamadas “nuevas configuraciones de la subjetividad”, en que la autopercepción del género del individuo ha producido fenómenos delirantes como el de Stefonknee Wolscht, un transexual canadiense que se convirtió de hombre en mujer para luego autopercibirse como una niña de seis años y comportarse como tal, parecería que queda muy poco margen para que la ficción se aproxime a estos asuntos. La novela Arcadia, de la escritora francesa Emmanuelle Bayamack-Tam (1966), cuyo nombre de pila en la portada del libro editado por El Cuenco de Plata aparece mal escrito, es una interesante inmersión en el fenómeno.
Farah, la adolescente protagonista y narradora de Arcadia, libro finalista de los más importantes premios literarios franceses y ganador del Prix du Livre Inter en 2019, descubre que padece una anomalía anatómica que la obliga a alterar su vínculo con los demás y a cuestionar su propia visión del mundo: un examen ginecológico rutinario revela que carece de útero y que tiene una cúpula vaginal de tres centímetros, lo que la convierte en literalmente impenetrable. La joven vive con sus padres y su abuela paterna en una suerte de retiro espiritual llamado Liberty House, en medio de los bosques, sin conexión a internet, con un balanceado sistema de alimentación que excluye cualquier tipo de consumo de carne, en un ambiente naturista y promiscuo, bajo la égida del gurú Arcady, un cincuentón retacón y simpático, con un desenfrenado apetito sexual.
La novela construye a través de la voz de Farah el relato del entorno de Liberty House (los distintos personajes que lo habitan, el vínculo con el exterior, las eventuales llegadas y salidas de nuevos huéspedes, la forma en que la actualidad mundial irrumpe en el sitio, etcétera) con su propio despertar sexual. A través de capítulos breves, con un ritmo trepidante y atravesada por un humor ácido, Arcadia es una novela de feroz actualidad que no se diluye en los tópicos de la agenda de las cuestiones de género, sino que se los apropia y los convierte en argamasa de la ficción. De esa forma, la realidad se vuelve sustancia de la literatura y no al revés.
El logro mayor de Arcadia es la construcción de la voz de Farah, a la que la autora dota de todos los temores y conflictos propios de su edad, pero de quien también describe su formación intelectual, el mapa de sus lecturas y la propia conformación del registro escritural que, en definitiva, es el libro que estamos leyendo. A medida que las páginas avanzan, y con ellas la edad de la narradora, que al iniciarse la historia se apronta a celebrar sus 15 años y que concluye el relato con 20, es posible captar la maduración del discurso de Farah, acompañando su proceso de aceptación entre la determinación biológica y la concreción de sus impulsos. Acercándonos al final del libro puede leerse esta reflexión, en voz de la desencantada protagonista: “El amor es débil, se vence con facilidad, se apaga con la misma facilidad con la que nace. En cambio el odio prospera con nada y no muere nunca. Es como las cucarachas o las medusas: le quitan la luz, le importa un comino; privado de oxígeno, trasvasa el de los demás; cercénenlo y nacerán otros cien odios de uno solo de sus pedazos”.
Emmanuelle Bayamack-Tam es una profesora de Lenguas Modernas nacida en Marsella, que dirige la asociación Autres et Pareils y la editorial Contrepieds. Escritora prolífica de narrativa y teatro, ha publicado varias novelas policiales bajo el seudónimo de Rebecca Lighieri, siendo este libro, por lo que sé, la primera de sus obras aparecida en español, lo que me lleva a realizar algunos apuntes sobre la traducción de Arcadia.
La responsable de la traslación a nuestro idioma de esta atrapante novela de Emmanuelle Bayamack-Tam es la uruguaya Lil Sclavo, traductora, entre otros autores, de Marie Darrieussecq, Jean Allouch y Amélie Nothomb. A diferencia de la hegemónica variante ibérica de la traducción literaria, ampliamente consolidada por la industria editorial española, Sclavo ha optado por expresiones y modismos decididamente más autóctonos, propios del habla rioplatense, tales como “bobeta”, “grone”, “manducar”, “sancocho”, “despelote”, “minas”, “cuándo me la voy a poder clavar”, “me rompe un poco las pelotas”, “jeta”, “puchos”, “falopera”, “hinchapelotas”, “marote”, “chancletas”, “garchar” y “tortillera”, entre otros, que lejos de quedar plantados como meros exotismos en el contexto original de la narración (esto es, la voz de una adolescente francesa de clase media, en los primeros años del siglo XXI), le otorgan una frescura extra a la prosa, en un procedimiento similar al que emprendiera Rosario Lázaro Igoa al traducir el libro de cuentos Dinosaurios en otros planetas, de la escritora irlandesa Danielle McLaughlin, oportunamente comentado en estas páginas. El idioma está vivo, fluye, se engarza en nuevas formas y aprehende otras realidades, por lo que el gesto de la traductora frente a una novela que vuelve al propio hecho de la transformación motivo y motor de la acción encastra perfectamente.