La Decimotercera Hora | Arcadia 16 May 2025

La poesía y la belleza, literatura disidente

Blog Eterna Cadencia | Silvina Freira

La escritora francesa Emmanuelle Bayamack-Tam visitó Argentina para presentar su obra y conversó con Silvina Friera en el marco del Club Eterno. 

 

La función de la literatura es desestabilizar. Emmanuelle Bayamack-Tam escribe para perturbar, para incomodar, para asediar. El trabajo, probablemente, empiece por ella misma, para luego poder inquietar a sus lectoras y lectores. No es una escritora complaciente; no escribe para confirmar ideas preconcebidas (tampoco la de sus lectores, sean cuales sean esas ideas). Quizá sea una escritora “disidente”, que se opone a los lugares comunes de la literatura, que no busca confortar ni aliviar conciencias. O quizá tampoco sea “disidente” porque ahí donde intentan encasillarla, definirla, atraparla, ella se sale de la norma, como hacen las escritoras “fuera de serie”, que casi siempre están más en el ámbito del desacato, la desobediencia, que en el de cumplir a rajatabla los patrones establecidos.  

Las comunidades que intentan vivir al margen del mundo, o en las periferias del sistema, le interesan. En la novela Arcadia situaba a los personajes en una microsociedad autosuficiente que rechaza el capitalismo, el consumo excesivo, el patriarcado y la heteronormatividad. En la novela La Decimotercera Hora —ambas publicadas por El cuenco de Plata y traducidas por la uruguaya Lil Sclavo—, Farah, una adolescente que nació intersexual, crece en la comunidad de la Iglesia de la Decimotercera Hora —nombre que viene de un soneto de Gérard de Nerval—, una iglesia milenarista, feminista, queer y defensora de los derechos de los animales, fundada por su padre. Unirse a la causa del padre no significa aceptarlo todo. Cada vez tendrá una mirada más crítica, más cuestionadora, especialmente cuando se entera de que tiene dos madres y no sabe (la revelación recién llegará hacia el final) que una de esas madres, Hind, es una mujer trans.  

Su padre, Lenny, el fundador, reúne a sus fieles, (individuos marginados, heridos, rotos, dañados por la vida, la precariedad o la violencia) en torno a misas poéticas donde la oración es sustituida por los poemas de Nerval y Rimbaud. Lenny anhela darles el coraje de derrocar el orden establecido que está llevando a la humanidad a su propia aniquilación, para lograr el triunfo de los desposeídos, los sometidos, aquellos que siempre han visto cómo sistemáticamente todos sus derechos son avasallados. Tienen voces, solo que no las oímos o tal vez no sabemos escuchar.  

¿Será que uno de los problemas tiene que ver con la audición y la escucha, con darle voz a quienes, desde una corrección política un tanto torpe, se proclama que no tienen voz? No: todos tenemos voces, todos podemos expresarnos, solo que algunos lo harán mejor que otros. Emmanuelle Bayamack-Tam, lejos de una postura paternalista (o maternalista, mejor dicho), no le da voz a los sin voz: escucha y construye esas voces marginalizadas; como escritora levanta el volumen de eso que no escuchamos. Como la voz trans de Hind-Mirtho, que hacia el final dice, dirigiéndose a su hija Farah: “Escapemos a las partículas finas y al glifosato, pero también al odio en las redes, que me parece un flagelo tan contaminante como los pesticidas y los disruptores endócrinos: atrincherémonos fuera del mundo, de todos modos él tampoco nos quiere. Porque es hora de que lo sepas, si ya no lo entendiste por vos misma: este mundo no quiere mujeres con pito ni niño (a)s intersexuales”. 

Sutilmente, cada voz que habla-cuenta-narra en la novela tiene como una suerte de “género asignado”. Farah es la novela: “Las novelas me hacen sumamente feliz, una felicidad que me cuesta definir y que con seguridad mi padre calificaría de egoísta”, plantea el personaje; Lenny, el padre, es la poesía y Hind, la canción. Novela transgénero, está cincelada por las frases, con un trabajo formal y rítmico que contradice las reglas. Otra vez la rebelde y amotinada escritora postula que el alejandrino (verso de catorce sílabas en poesía, divididos generalmente en dos hemistiquios heptasílabos) aparece en cuanto un verso tiene trece sílabas, como si nos dijera que “la decimotercera sílaba” es la anomalía, lo fuera de lo común, el lugar de la poesía y la belleza.  

El intercambio de alejandrinos forma parte de los rituales de la iglesia de la Decimotercera Hora. Lenny le dedica un alejandrino a Hind: “Y seas feliz siendo la más bella”. El padre a Farah: “Los sueños de infancia, al final se deshacen”. Y el momento sublime, muy cómico, cuando Hind le cuenta a Farah el alejandrino que ella eligió, “no me dejes”, el título de la canción de Jacques Brel, pero Farah cuestiona la elección: “’No me dejes’ no es un alejandrino”.  

La novela La Decimotercera Hora, ganadora del Premio Médicis y del Premio Landerneau, cierra con la voz de Farah; sus proyectos de vida, afirma, no incluyen a su madre. ¿Se podrá recomponer ese vínculo roto? No sabemos… Pero su voz arroja un poco de luz (no de esperanza, porque como dijo recientemente el escritor italiano Erri De Luca, lo que el mueve al mundo es la desesperación, no la esperanza): “Tengo mi propia idea acerca de la solución final, y no tiene que ver en absoluto con la guerra. Tengo mi propia idea acerca de la vida, y no tiene que ver en absoluto con la muerte”.