La Decimotercera Hora | Arcadia 06 Jul 2025

La conjura ingrata

Cultura | Perfil | Gabriel Bellomo

Emmanuelle Bayamack-Tam trabaja con rezagos que otros escritores soslayan, va al rescate de marginales devenidos marginados, de segregados convertidos en refugiados, de selectas minorías víctimas de la corrección de gobiernos que proclaman representar a “personas de bien” actuando en el marco de singulares deformaciones de la pura democracia ateniense, en versiones ilegítimas de aquélla: demofobia repuesta en democracias autoritarias, cuando no totalitarias.

 

La escritora Emmanuelle Bayamack-Tam (Marsella, 16 de marzo de 1966) va al rescate de marginales devenidos marginados, de segregados convertidos en refugiados, de selectas minorías víctimas de la corrección de gobiernos que proclaman representar a “personas de bien” actuando en el marco de singulares deformaciones de la pura democracia ateniense, en versiones ilegítimas de aquélla: demofobia repuesta en democracias autoritarias, cuando no totalitarias.

Bayamack-Tam practica literatura en los márgenes de las convenciones aceptadas y aceptables, no se sustrae a la ironía ni a una suerte de humor ácido que produce incomodidad y hasta dolor, repone causas acechadas por prepotencia de mediocres que no comprenden mucho más que de oscuros algoritmos y sospechosos cálculos de macroeconomía, invariablemente en beneficio de sí mismos. Bayamack-Tam, a cuya literatura debemos entrar como se atraviesa un campo minado, es decir, con recelo y expectativas. El primero prontamente se diluye. Las segundas cumplen sobradamente nuestra dosis de curiosidad. La inteligencia y la sensibilidad de alguien que hace del oficio, un manifiesto político y cultural, autora que admira a Kafka, Proust, Becket, y de paso se pronuncia con soltura y severa profundidad sobre la condición humana.

—La particularidad de su escritura no exime la pregunta: ¿reconoce influencias de escritores contemporáneos, tanto en su estilo como en los temas que trabaja en sus textos? 

—Es imposible para mí tener conciencia del lugar que ocupo en la literatura contemporánea. Hace muy poco tiempo que cuento con cierta notoriedad, por eso es imposible saberlo. Con respecto a las influencias, espero no estar sometida a ellas. Estoy sí, en constante homenaje a escritores como Proust o Beckett. Espero no escribir como ellos, pero hacen que yo sea quien soy.

—En “Arcadia”, el epígrafe de Robert Musil, delata sin dudas uno de los temas centrales de su ficción. ¿Cuáles serían, además del amor, los restantes?

—Si, el amor es central y el epígrafe lo indica y el final de Arcadia también lo dice claramente. Aunque creo que la angustia, el enojo, la ira respecto de un estado del mundo, que es disfuncional, están presentes. El amor sería una respuesta a esa disfuncionalidad, pero es más una pregunta que una afirmación.

—Liberty House, esa comunidad fundada para apartarse voluntariamente de la modernidad y, en particular, la protagonista Farah, ¿es considerada por usted, en algún sentido, como un ideal o como un personaje auto referencial?

—Cuando escribo mantengo la autobiografía bastante a distancia. Reivindico escribir ficción, pero obviamente siempre estamos en el relato de uno mismo de alguna forma. Desde algún lado yo le presto maneras de actuar o pensamientos que han sido míos, y al mismo tiempo yo nunca fui una adolescente intersexo ni crecí en una comunidad, entonces, por un lado, es muy cercana a mí y por otro lado no, más bien lejana. Concebí Liberty House como una utopía en lo que respecta a la educación de los chicos, que estén lejos de las nuevas tecnologías, que se críen cerca de la naturaleza, en la naturaleza, que la responsabilidad de los padres esté más diluida y distribuida en una comunidad, en oposición a la familia nuclear. Todo eso es para mí ideal y positivo. Asimismo, muestro que esa comunidad tiene límites y contradicciones. La intrusión y la llegada de los refugiados muestra esas contradicciones, entre valores y discursos humanistas y un compartimiento egoísta.

—En “La décimo tercera hora”, a través de uno de los personajes, sostiene que la gente prefiere ignorar a conocer. ¿Ignorar y conocer en qué sentido?

—En La décimotercera hora la comunidad se genera en torno a Leni, que concebí como un personaje muy positivo, un Santo, enérgico, responsable, adulto, y en torno a él gravitan individuos débiles, inmaduros, apáticos, que no quieren asumir hacerse cargo de su propia vida, prefieren ignorar, y delegan la responsabilidad de su vida en una persona, porque es más cómodo para ellos no saber.

—En su obra vemos un interés particular en la sexualidad, la identidad sexual, la extranjería, la influencia de las religiones respecto de tales cuestiones ¿Le preocupa el avance de pensamientos francamente contrarios a estas libertades?

—Sí, por supuesto. Cuando yo era joven pensaba que estábamos yendo hacia menos racismo, menos homofobia, menos guerra y hoy tengo la sensación de que hay un regreso al pasado, hay más guerra, sigue habiendo racismo, en cuanto a la homofobia por ahí, bueno, no está tan claro, hay un resurgimiento a la intolerancia, está Trump, está el Presidente argentino, ataques contra la homosexualidad, las identidades trans. Por tanto, me preocupa. Yo siempre escribí personajes que estaban efectivamente en los márgenes de las normas. Tengo fascinación por lo monstruoso, por los cuerpos. Tal vez no se nota tanto en Arcadia y en La decimotercera hora. Pero, no obstante, en Arcadia se advierte ese interés por los cuerpos deformes, desgastados o inválidos. Efectivamente todo lo que es disonancias. Las disonancias me interesan porque cuestionan las normas que nos hacen sufrir a todos.

—¿Cuál es su juicio en cuanto al riesgo que corren las democracias en el mundo, ante el avance de gobiernos que, dentro de sistemas republicanos, cuando no totalitarios?

—En Francia es muy posible que nos encontremos con un gobierno de extrema derecha de aquí a dos años. Y es como si cada avance de las luchas genera una reacción violenta que se vuelve contra las luchas feministas y genera ese rebrote de discursos refractarios. Como si cada avance que se logra hubiera que pagarlo con una reacción contraria.

—De los tres postulados de la Revolución Francesa, debemos renunciar definitivamente, por temor de la naturaleza humana, a la “fraternidad”?

—No, por supuesto que no. Mis novelas pueden parecer pesimistas, pero yo creo en las luchas.

—Jonas Mekas, en su libro de memorias, afirma: “¿El hombre no cayó por alejarse de Dios, el hombre cayó por alejarse del hombre?”

—Interesante. A mí las religiones me interesan. Baudelaire decía que lo único interesante del mundo eran las religiones. Con respecto al cristianismo, me interesa como se pudo pasar del mensaje original, que era comunista, de amor, y llegar a la persecución, la inquisición. Y lo que vale para el cristianismo lo mismo vale para el judaísmo, para el islam. Cuando uno es ateo, ¿qué ponemos en el lugar de Dios?, ¿el hombre? Sí, ¿por qué no? ¿El humanismo? No sé.

—El final de “La decimotercera hora” condensa toda la novela, y también la proyecta. Allí habla de complot o de conjura de necios. ¿Ese final es una conjetura o una aspiración?

—Me gustan los finales de mis novelas. En Arcadia, ese discurso final es político, de militante, del poder de las fuerzas de la vida sobre la muerte.

—En Calais, departamento del Paso de Calais, alta Francia, se implantó un “campo de refugiados” que cerró en 2017. Allí hacinaron a ocho mil migrantes. Francia puso el territorio. Inglaterra, enemiga histórica de Francia, los recursos para que el ejército los mantuviera en ese cautiverio al que no asistían los países involucrados, sino la Cruz Roja y algunas ONG’s. Una de las más famosas obras escultóricas de Auguste Rodin “Los burgueses de Calais”, concluida en 1884, representa la dación de sus vidas para salvar a los habitantes de la ciudad sitiada ¿Existe y perdura en Francia la culpa de la burguesía por, tomando el caso citado, ofrecer una región de su país para retener a refugiados por guerras, holocaustos, tortura y hambre?

—No sé si hay una culpa burguesa, pero debería haberla. El discurso sobre la inmigración en Francia es sesgado. Se toma como un problema que hay que resolver, tanto por la derecha como por la izquierda. Se ve la inmigración como expulsión por la derecha y como integración por la izquierda. En Francia la demografía está bajando. La inmigración es ínfima y hacemos correr una suerte adversa a esa gente que atravesó el desierto, el mar y nosotros le ofrecemos el encierro. Es vergonzoso.

El silencio entre la entrevistada y quien escribe esto se prolonga. Ya no hay más que la despedida, con un beso que, como el que recibe al encontrarnos, y al que se resigna con la misma extrañeza que antes, sonriendo. Emanuelle Bayamack-Tam, escritora de notable talento y firmes convicciones, nos despide cálidamente. “Todo aquello que se puede pensar, puede suceder”. Al alejarme recuerdo ese y otro pensamiento de Wittgenstein: “Revolucionario es aquél que pueda revolucionarse a sí mismo”.