Hace pocos años, la madre de Didier Eribon fue ingresada en un asilo de ancianos. Luego de varios meses en el transcurso de los cuales ella perdió poco a poco su autonomía física y cognitiva, el autor y sus hermanos debieron decidirse a internarla, a pesar de sus reticencias, en un establecimiento con estructura médica. Pero el impacto del ingreso en el asilo de ancianos fue demasiado brutal, y apenas unas semanas después de su llegada ella falleció.

Luego de la muerte de su madre, Eribon retoma el trabajo de exploración personal y teórica que había iniciado en Regreso a Reims después de la muerte de su padre. Analiza la decadencia de su madre, lo que lo lleva a reflexionar sobre la vejez y la enfermedad, sobre nuestras relaciones con las personas de edad avanzada y con la muerte, aunque también sobre la experiencia del envejecimiento. Se interroga igualmente sobre las condiciones de alojamiento de las personas no autónomas.

Muestra que si la experiencia del envejecimiento nos resulta muy difícil de pensar, es porque se trata de una experiencia límite dentro de la filosofía occidental, donde el conjunto de los conceptos parecen basarse en una exclusión de la vejez.

El autor vuelve a recorrer también la vida de su madre, y especialmente los períodos en que era empleada de limpieza, obrera y luego jubilada, captándola en toda su complejidad, desde su participación en las huelgas hasta su racismo obsesivo.

Concluye su recorrido convirtiendo a la vejez en un punto de partida para una reflexión sobre la política: ¿cómo podrían movilizarse personas que ya no tienen movilidad ni capacidad para tomar la palabra y por ende para decir “nosotros”? ¿Pueden hablar las personas ancianas si nadie habla por ellas, para hacer oír su voz?