Denkbilder. Epifanías en viajes 03 Sep 2018

Epifanías que germinan en todas las estaciones

El Popular | México | Efrén Calleja Macedo

 

La obra de Walter Benjamin (1892 - 1940) es un mar en el que confluyen los ríos de la filosofía, la traducción, la crítica cultural, el estudio urbanista, la creación literaria, la lectura voraz, el análisis histórico, el periodismo y la escritura trashumante. Este caleidoscopio vital se concentra en Denkbilder. Epifanías en viajes (El cuenco de plata, 2011), un libro que reúne atmósferas trazadas con la mano firme del pensador integral.

En esta compilación de retratos poblacionales se cruzan el gozo del viaje, la mirada filosófica y la tensión entre memoria y recuerdo que tanto interesó a Benjamin. Están también los sueños y las reflexiones del coleccionista que desembala la biblioteca y recuerda la respuesta que daba Anatole France cuando le preguntaban si había leído todos los libros que poseía: “Ni la décima parte. ¿O usted come todos los días en su vajilla de Sèvres?”.

Las epifanías de Denkbilder mantienen su vigencia porque alumbran lo esencial de los espacios, aquello que sostiene el ser del lugar y la personalidad del tiempo. Son enunciamientos de un kairós —el momento oportuno— definido por la presencia del viajero.

De esta manera, el autor materializa su imagen del recuerdo auténtico, el que, además del relato, “señala con exactitud el lugar en el que el investigador” logró atraparlo [para] “indicar no sólo de qué capa provienen los hallazgos, sino qué capas hubo que travesar para encontrarlos”.

Así, la fe —o la búsqueda de estabilidad, porque “sólo la Iglesia, no la policía, es capaz de hacer frente a la autonomía de la delincuencia, la camorra— define el actuar de la urbe italiana caótica por excelencia: “En esta ciudad, la tendencia del catolicismo a restablecerse a partir de cualquier situación es tan incondicional que, si desapareciera de la superficie de la tierra, tal vez el último lugar no sería Roma sino Nápoles”.

En otro momento, el uso del transporte público puede resumir lo sustancial de la transformación social: “Viajar en tranvía en Moscú es ante todo una experiencia táctica [porque] muestra en pequeña escala el experimento de trascendencia mundial que se está llevando a cabo en la nueva Rusia, es decir, como la técnica y las formas primitivas se penetran totalmente”. 

Mientras que en la pequeña ciudad alemana de Weimar la algarabía del comercio popular confirma que “los mercados son las orgías” matinales, pero “no hay nada que se disipe de manera tan irrecuperable como una mañana”. También ahí es posible reconocer en “la disposición de las cuatro habitaciones en las que Goethe dormía, dictaba, leía y escribía las fuerzas que hacía que le contestara un mundo cuando tocaba lo más íntimo. En cambio nosotros tenemos que hacer resonar un mundo para obtener siquiera un débil tono sostenido de su interior”.

A su vez, en los sueños se acuñan rebeliones escolares con mensajes impecables: “Cuando por primera vez se pasaron por el cedazo los pensamientos de los jóvenes, se encontraron novias turgentes y brownings”.

“París es un gran salón de biblioteca atravesado por el río” Sena, porque “no existe ninguna ciudad que esté más íntimamente ligada a los libros”. Por su parte, Marsella “tiene dentadura amarilla y cariada de lobo marino, a la que el agua salada le chorrea entre los dientes”.

El penar del viajante es capturado en la sala de los mascarones del Museo Marítimo de Oslo, donde los navegantes parecen condenados a ser excluidos del reposo: “Pero justo en mitad de la sala, sobre una tarima, se eleva un timón. ¿Tampoco aquí podrán encontrar la paz estos viajeros y tendrán que partir de nuevo hacia la rompiente de las olas, que es tan incesante como el fuego del infierno?”.

Estos recorridos geográficos e intelectuales —como dice el propio Benjamin, a propósito de la historia de Samético— se parecen “a las semillas que durante miles de años estuvieron herméticamente cerradas en las cámaras de las pirámides y conservaron su capacidad de germinar hasta el día de hoy”.

En LEM sabemos que en todos los tiempos la memoria es como el viajero de Benjamin: “Desprevenido, uno se siente enredado en una lucha de titanes y reconoce en sí mismo al testigo mudo de la pelea entre los dioses del ferrocarril y de las estaciones”.