Denkbilder. Epifanías en viajes 05 Jun 2012

Walter Benjamin en Denkbilder

Leedor | Juliana Corbelli

 

Busco material y selecciono citas. Trazo un mapa individual de archivo, lineal y, acaso, jerárquico. Anoto. Intento una conquista inmediata del ejemplar similar- lo fuerzo a la apertura y sigo el círculo grueso negro del lápiz– a cuando uno se encuentra por azar frente a un negocio de antigüedades o libros usados. Estoy sentada en la Biblioteca Nacional y quiero escribir sobre un suicida de los Pirineos.

Desde aquí, huelo a Borges, a Proust, a Paul Klee. Mi olfato percibe la crema, la magdalena, el hombre y los espejos. Se me ocurre una idea. Se me ocurrió esta mañana cuando no sabía nada acerca del desayuno en bandeja de plata. No puedo compartir el líquido negro ni aun la panera. Estoy sola en la metrópolis moderna tan famosa del mundo que yo soy la miniatura. Yo soy una forma breve, tal vez un ensayo, un poema, un fragmento. El asco no me dejó dormir y por eso escribo porque el asco fue débil. Todavía no pasan veleros y quién sabe cuántos barcos habrán de zarpar. La lectura no formula ninguna dirección única.

Entiendo y no exagero. De todas las formas de adquirir libros, la más gloriosa es la de escribirlos. Todo el espacio que encolumna los estantes del gran salón está tan ordenado que me impide alcanzar lo que se llama “biblioteca verdadera”. Si fuera una coleccionista, sin duda tendría la extravagancia de la actitud de la heredera. Enrevistada y acatalogada, recuerdo tantas ciudades.

Si conservo recuerdos, debería poder inventariar mi suelo actual. De lo contrario, perderé lo mejor. Sé que debo atravesar ciertas capas para encontrarlos, sin informar. Yo estaba de paseo con mi novia. Me conmovió su belleza, le surcaban largas estrías negras sus mejillas. Era de marfil. Yo no digo lo que pienso y, por lo tanto, no soy buena escritora. Si realizara el pensamiento, los miembros habrían de adquirir disciplina y entrenamiento. Lograría el espectáculo y mi estilo curaría al enfermo tan solo con la lectura de un cuento al borde de la cama. Acariciaría al enfermo de palabras cada mañana, hasta que el arte de narrar, sin perder el tiempo, lo desplegara.

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Walter Benjamin (1892-1940) en Denkbilder. Epifanías en viajes (2011, El cuenco de plata) escribió momentos y todavía hoy el instante literario es novedad, es eficaz. No agota la crítica ni la teoría de escribir. Desembaló la biblioteca, tomó un café crème en un bar multiplicado de espejos y dijo que “París es un gran salón de biblioteca atravesado por el Sena”. Escribió de manera breve. Convalidó amores, envió correspondencia, tomó instantáneas. Vendió el Angelus Novus y llegó a Nueva York. Lo demás ya se sabe o se repone. Para Benjamin “las ciudades extranjeras, como las mujeres, son fortalezas quizá sólo vulnerables a la lectura”. Por eso armó diarios y se enamoró profundamente de Jula Cohn y le escribió cartas de amor con tono dantesco. 

Quien se encuentre con estas instantáneas literarias alucinará paisajes, comidas, bibliotecas, desentierros y recuerdos. Experimentará –como el berlinés pensaba– una obra maestra porque en ella se desarrollan problemas personales, amantes y ancianos, videntes y cronistas. Quien descubra este libro hará malabares artísticos similares a la reseña ficticia que aquí presenta La Espigadora después de la terminación de la obra.