La sociedad como veredicto 31 Mar 2018

Todo lo que está fuera de lugar

Revista Ñ | Leonardo Sabbatella

El ascenso social, la figura del tránsfuga y del traidor y la relación entre ficción y pensamiento, discutidos por el ensayista Eribon, biógrafo de Foucault

 

En La sociedad como veredicto Didier Eribon ejecuta un método paradójico: la introspección sociológica. El autor francés se vale de recuerdos y experiencias propias para generar una especie de caso testigo a través del cual encontrar factores sociales comunes y analizar las trayectorias de los sectores populares.

A Eribon le interesa todo lo que está fuera de lugar, todo lo que discuta las normas establecidas, las profecías autocumplidas y que ponga en crisis los destinos ya determinados. Para eso le sirve tanto el ascenso social como la orientación sexual o la violencia simbólica; distintas formas de torcer una trayectoria prefabricada. Parece decir que todo aquello que los mecanismos de dominación social leen como un error es una posibilidad de desvío y resistencia.

Para Eribon la figura clave es la del tránsfuga. Figura por escándalo del desplazamiento, se trata de quien cambia de espacio social, del que se pasa de bando. Encuentra también otros roles “en falso” que actúan de un modo similar: el intruso, el rezagado y el impostor. Coartadas sociales para ser más de uno a la vez, para estar en el lugar donde nadie lo espera o para poder camuflarse en una escena que no es propia. El tránsfuga pone en crisis la trayectoria social, se debate entre la huida o la permanencia, pertenece al mismo tiempo a dos lugares opuestos. Y, quizás lo peor de todo, en ninguno de los dos es aceptado.

En el lugar de origen lo acusan de traidor, en el lugar de llegada le señalan que no encaja. (Secuencia que anticipatoriamente filmó Laurent Cantet en la película Recursos Humanos). Eribon habla de un habitus escindido ligado a una trayectoria social ascendente: las normas y comportamientos que reclama la situación donde se encuentra no son las del lugar de procedencia. Ahí el tránsfuga pone en conflicto las estructuras sociales.

Las teorías que despliega Eribon son indivisibles de su forma de escritura. Un lector puede estar casi seguro de que el mismo arsenal teórico puesto a funcionar en la escritura de otro se desvanecería a las pocas páginas, se volvería algo desenfocado e inconducente. Un prodigio de las asociaciones entre ficción y pensamiento, Eribon sale indemne de estar todo el tiempo probando ideas, jugando al ensayo y error, volviendo sobre sí mismo como si su propia vida fuera el yacimiento intelectual de su trabajo. La forma ágil y específica, las frases largas que parecen casi el desgrabado de una clase teórica, hacen de La sociedad como veredicto un dispositivo sofisticado, una rara avis en el mundo académico. Para hablar de identidades disruptivas quizás no haya otra forma más que montando una escritura inclasificable.

Como buen seguidor de Pierre Bourdieu, Eribon es durísimo con quienes celebran “la autonomía de la cultura popular”. Tiro por elevación para los Estudios Culturales. Aun cuando toma elementos de Hoggart, Williams y Thompson, cree que la desposesión de la cultura legítima (esa noción arbitraria que una clase impuso sobre otra pero que es el único que tiene valor social) lleva fatalmente a la desposesión total. Es decir, una mirada pintoresca y sin conflicto sobre la cultura popular solo lleva a afirmar la reproducción de la desigualdad.

En más de un pasaje parece reescribir a Bourdieu. Cuando Eribon plantea la paradoja sobre encontrar en el dominante los instrumentos para la práctica liberadora resuena el eco de otra paradoja, la que sostiene Bourdieu en Cosas dichas cuando escribe que la resistencia entendida como modo de rechazar todo lo que provenga del capital cultural puede ser alienante (una forma de señalar la propia condición de dominado por no saber manejar esos instrumentos culturales) y que la sumisión de utilizar (y apropiarse) de la cultura legítima puede ser una práctica liberadora. Una vez más, de lo que se trata, según Eribon, es de jugar en el territorio y la lengua del “enemigo” como forma de sublevación.