La barca silenciosa 07 Jul 2011

“Quien tiene un secreto tiene un alma”

Página 12 | Pascal Quignard

 

El egoísmo quizás sea un proyecto irrealizable para los humanos que hablan. En las decisiones que tomamos, nos perjudicamos a nosotros mismos como esas aves rapaces que quiebran los huevos de su nido. ¿De qué vale la fórmula “cada uno para sí”, si cada uno se odia? La interioridad está inventada por la voz de la madre antes de estar habitada, mucho más tarde, por las voces de todos. Pero la voz que sería “personal”, a ésa nadie la escucha. El fondo del cuerpo en verdad no conoce la interioridad.

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Tertuliano, una vez convertido en cristiano, en Túnez, escribió: “Las almas que no han conocido la voluptuosidad sexual están llenas del pesar de la vida fallida. Su fecundidad como resto las convierte en malvadas”. Es lo que los filósofos alemanes llamaban Sehnsucht, la nostalgia peligrosa. Es la sentimentalidad terrible.

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Saber acabar es extraer en la ejecución misma algo para matar lo que queda de vida en la muerte. Sólo el “corajudo” es su sacrificador. Saber terminar la obra, saber romper un amor supone coraje, una celeridad respaldada, no charlatana, brusca. Una brusquedad voluntaria. Aquí toco el misterio del coraje artesanal. Durero es aquel que sabe retirar su mano antes del trazo de más. Para un pensador de la Grecia antigua, el coraje es algo que continúa dando coces, que extrae energías del movimiento de dar coces que constituye lo más profundo de la naturaleza (que constituye lo más profundo de los volcanes, de las mareas, de los vientos, de los relámpagos, de los terremotos). El Ser se anticipa en Tiempo. El que tiene coraje es ese artesano del tiempo y de la muerte que se aplica a ese movimiento que toma por la velocidad al tiempo en persona. Protágoras colocaba en la base de la piedad, e incluso de la sabiduría, al coraje inaugural, a la tenacidad práctica, al tiempo que sabe interrumpir la diligencia sin perder el impulso que la conduce. El coraje es una imprudencia que teme tanto como la prudencia puede temer, pero que coloca, sin embargo, su nariz fuera, abandona su matorral, se da vuelta, de pronto, y hace frente. Y se dirige allí sea como sea. Como consecuencia de esta imprudencia valerosa, el coraje es silencio. Se remonta a la detención o al suspenso que guía la acción de los animales, en los que súbitamente las orejas se enderezan, el rostro inquieto se erige. Esta detención es la retracción antes del salto. Es una mímesis anterior en mucho a las lenguas naturales. No es una virtud orgánica humana. Es un dar-coces reflexivo que, en el momento de la decisión, en el momento del initium temporal, debe ser irreflexivo. Los poetas y los samuráis japoneses, en su extraordinaria Edad Media, meditaron como nadie en el mundo acerca de ese “momento audaz”. Ese tiempo suspendido que de pronto se desencadena. Se trata de volver a sacarles a la naturaleza y a la animalidad sus rebrotes sin conciencia. Convertirse en brusco. Caer. Lanzar un pequeño grito. Convertirse en fulminante. Poner el punto final. Herir el acuerdo.

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Cuando gritamos por primera vez en el día, llevamos con nosotros la pérdida de un mundo oscuro, áfono, solitario y líquido. Siempre ese lugar y ese silencio nos serán sustraídos. Siempre una caverna negra, caminos subterráneos, sombras frente a uno mismo, límites sombríos, una orilla mojada hechizan las almas de los hombres, en todas partes. Todos los vivíparos tienen su guarida. Es la idea de un lugar que no sería mío sino yo en persona.

Se trata de un lugar antes que de un cuerpo.

La intimidad que hace remontar en el interior de uno mismo al mundo más antiguo es el bien más raro.

Siempre nos salva una confidencia que no confiaríamos a nadie, que por necesidad no confesaríamos siquiera a nosotros mismos.

Quien tiene un secreto tiene un alma.

* Fragmentos de La barca silenciosa, de reciente aparición (ed. El Cuenco de Plata).