Historias desde la soledad 13 Feb 2014

Las ficciones de Walter Benjamin

Télam | Osvaldo Quiroga

Es sabido que la obra de Walter Benjamin escapa a cualquier encasillamiento. Sus ensayos, que en la Argentina han tenido una excelente acogida, han sido estudiados tanto desde la sociología como desde la historia y la filosofía.

 
Entre los últimos autores que escribieron sobre Benjamin en nuestro país figuran Beatriz Sarlo, Martín Kohan y Ricardo Forster. La obra de este extraordinario pensador, que nació en Berlín en 1892 y se quitó la vida en Portbou, Francia, en septiembre de 1940, cuando se sintió acorralado por los nazis, sigue siendo una fuente inagotable de pensamientos y reflexiones. De ahí que la publicación de Historias desde la soledad y otras narraciones, publicadas por El Cuenco de Plata, resulte un acontecimiento. Y no sólo por la prosa exquisita del autor de El libro de los pasajes, sino también porque se trata de textos desconocidos hasta ahora, rescatados de la barbarie de un mundo que cuando él murió era lo más parecido a la noche más oscura que recuerde el siglo XX.

 
De la edición, del prólogo y de las notas se ocupó Jorge Monteleone, un intelectual de notable erudición que ha escrito el ensayo con el que comienza el libro: El arte de narrar, un texto que aúna  la precisión del especialista con la belleza de su prosa. “Con los años –escribe Monteleone-, Benjamín advirtió que el narrador no es como el novelista y así los diferenciaba: el narrador, dijo, es el que cuenta historias o el que puede escribirlas bajo la forma de un modelo antiguo. Supo que ese simple don, la capacidad del narrador para despertar el espíritu de la historia en lo que escuchaba acerca de lo vivido, eso que podía ser contado –es decir lo narrable-, consistía en una nítida apertura de la interioridad humana”.
 
Benjamín rechazó al género de la novela y al periodismo de manera radical: “En efecto –escribió en El narrador- nada contribuye más al peligroso enmudecimiento de la humana interioridad, nada aniquila tan profundamente el espíritu de la narración, como la escandalosa expansión que en nuestra vida adquirió la lectura de novelas”. Para Benjamín la novela privilegia el punto de vista de lo privado en desmedro de las preguntas más importantes de la existencia, que son colectivas. Y sobre el periodismo no es menos lapidario cuando afirma: “ya casi nada de lo que sucede beneficia a la narración y casi todo a la información”. Esta última frase parece haber sido redactada ayer, porque en el mundo de la globalización, de las respuestas al instante, de las redes sociales y de las urgencias por el entretenimiento más vacío, la narración carece de un lugar central. Es probable que surjan, de hecho es lo que está ocurriendo, nuevas formas narrativas, quizá más inmediatas y telegráficas. Pero aquella narración esencial, capaz de descubrir el estado de las cosas en apenas unos renglones, ha tendido a desaparecer. Y es a ella, precisamente, a la que apunta Benjamin. En Historia silenciosa, el relato que abre el libro, hay un malentendido propio del enamorado, o del que cree estarlo. En La muerte del padre la pulsión de vida se impone frente al luto. El palacio D… y, tan enigmático como su título, cuenta la historia del Barón X, que pierde su ansiada herencia comprando flores para un amor perdido. Él construye un simulacro que se renueva día a día a las seis en punto de la tarde: golpea la puerta de su palacio abandonado para dejarle flores a una mujer que sólo vive en su imaginación. El obsequio lo recibe una criada que cobra un sueldo suculento para participar del simulacro.

 
“Benjamin –sostiene Philippe Invernel, citado por Monteleone- asocia la narración tradicional al mundo artesanal, y es la imagen de un tejedor que acelera el ritmo y multiplica las operaciones; su mano experta anticipa el arte del montaje cinematográfico: discontinuidad, bruscos cambios de dirección, recurrencias generadoras de shocks”.
 
La obra narrativa de Benjamin, como la de Kafka y Pessoa, se sitúa en el borde de lo real, lo que significa que se asoma hacia aquello que está interdicto. Una reina preguntándose cuál es el peso del mundo (La mañana de la reina); un aeroplano negro que surca el cielo contemplado por una multitud mientras el protagonista toma el brazo de la ramera con la que ha dormido (El avión), o el infortunio del Capitán G., que consiste en no haberse llevado un secreto a la tumba son relatos breves, pero tan intensos que crean un mundo pleno de significaciones y de posibles lecturas.
 
No hace falta nombrar cada uno de los relatos para advertir que lo narrativo en Benjamin está atravesado por el viaje, como una aventura de la subjetividad, y por la mujer, como enigma erótico. Benjamin lo dice así en Rimas trazadas en el polvo móvil: “Todo viaje de aventuras, para que realmente se lo pueda contar, debe devanarse en torno de una mujer, al menos de un nombre de mujer. Pues ese sería el sostén que precisa el hilo rojo de lo vivido para pasar de una mano a la otra”.
 
El método Benjamin, suponiendo que hay un método, consiste en ir de las partes al todo, de los detalles a la totalidad. Es más, lo que Benjamin hace en su obra es mostrar como en la más mínima singularidad se encuentra la posibilidad de avizorar la totalidad. Su obra ensayística  es un viaje del alma basado en la experiencia del cuerpo. Benjamin recorre las ciudades, pensemos en París o Moscú, se pierde en ellas y las conoce a través de ese doble juego de agitación corporal y reflexión, que es la base del conocimiento del flanèur. En su obra de ficción esas mismas operaciones están al servicio del relato. Porque narrar no es más que brindarle una coherencia nueva a la realidad. La mirada de Benjamin convierte una pequeña anécdota en una reflexión sobre la existencia. Sus Parábolas (Por qué el elefante se llama elefante) o sus Tentativas (Schiller y Goethe) actúan como iluminaciones, como epifanías que van más allá de una primera lectura.
 
Historias de la soledad, en definitiva, es un hermoso libro sobre las posibilidades de la literatura para indagar en el pensamiento poético y dar cuenta de un mundo inestable, contradictorio y a menudo caótico.