Clèves 21 Sep 2014

Entre lo sublime y lo porno

Perfil cultura | María Eugenia Villalonga

Antes de su arribo al país para participar del Filba, la escritora francesa –que vivió un tiempo en la Patagonia argentina– dialogó con PERFIL sobre “Clèves” (El Cuenco de Plata), donde retrata y vuelve a sus múltiples obsesiones: el fantasma, la condición femenina y el extrañamiento de la experiencia.

 

Marie Darrieussecq (Bayona, Francia, 1969) es una escritora con muchos vínculos afectivos y literarios con la Argentina; de hecho eligió el paisaje patagónico para instalarse un tiempo cuando la publicación de su primera novela, Chanchadas (1997), generó un revuelo tal que debió huir para tomar distancia y ordenar su vida, que a partir de ahí fue íntegramente dedicada a la escritura.

Clèves, la última novela recientemente publicada en nuestro país, podría ser leída como el diario de una iniciación sexual, la de Solange, una adolescente de la provincia vasco-francesa en los años 80, que lidiando con los modelos adultos que le proveen unos padres un poco negligentes intenta construir su identidad, negociando con las imágenes femeninas que su sociedad le ofrece. Entre el deber ser –desinhibida, sexy, experta– y la percepción distorsionada de sí, la de un cuerpo desbordado que no hace más que expresar confusión y ansiedad, imagina una escena amorosa tomada de la literatura de masas, en busca del “dolor honesto que la convertiría en mujer”, mientras escucha morbosamente los relatos sobre la primera vez, sangrientos y aterradores, en las charlas con amigas y vive sus primeras experiencias con su desamorado partenaire.

A pocos días de llegar a Buenos Aires para participar de la nueva edición del Filba, hablamos con su autora sobre la construcción de sus personajes y de una obra que gira alrededor de la subjetividad femenina, pero que se despliega en varias direcciones.

—¿Cómo surgió el personaje de Solange?

—Escuchando mi diario de adolescente que tenía en casetes. Fue necesario conseguir un walkman para volver a escucharlos, y allí encontré una cantidad de horas de “bla bla bla” adolescente con algunas perlas sueltas, y sobre todo, un lenguaje, un tono, algunas expresiones y toda una época, los años 80 en la provincia francesa. Y un espesor sonoro que se encuentra en la novela, yo creo, aunque haya hecho ficción: las campanas de la iglesia, los corderos que balaban, el ring de los viejos teléfonos, incluso la pareja de cotorras que mis padres tenían en su cocina. Todo eso me hizo un efecto masivo de sumergirme en ese diario sonoro durante un mes aproximadamente, pero hubiera necesitado más tiempo para escucharlo todo. Luego la novela vino sola. Se subestima quizás hasta qué punto, históricamente, la situación de una jovencita en los años 80 era inédita. Después de siglos de virginidad obligatoria hasta el matrimonio (o de argucias en relación con ese tabú), se estaba en un período de “liberación sexual”, donde ser todavía virgen a los 20 años era ser una idiota, una ingenua. Había que perder la virginidad lo más rápido posible.
Solange, a la manera de Frankenstein, es construida con los discursos instruccionales de las revistas femeninas, los discursos desalentadores de su tradición familiar y los de la literatura trivial. El desfasaje entre la realidad y lo que imagina la convierte en una suerte de Madame Bovary. ¿No seríamos todas las mujeres un poco Madame Bovary? Darrieussecq acuerda.

—Sin duda. Y también princesas de Clèves, que dicen no, que se rebelan contra el destino femenino, que comprenden que su pasividad se puede transformar en resistencia. Como todos mis personajes, Solange tiene muy pocas herramientas para pensar su condición y el mundo. Sus informaciones sobre la sexualidad vienen de los chistes guarros de su padre, o del diccionario, donde ella descubre la palabra “clítoris”. Entre las palabras machistas y las demasiado técnicas encuentra su camino. Explora esa zona donde no está segura de desear lo que está haciendo. En cierto modo, hay momentos donde ella se viola a sí misma. Es muy difícil de adulto conocer el propio deseo, entonces cuando recién se empieza, cuando se es tan joven...

—¿En qué se diferencia su literatura de la pornografía?

—En la deconstrucción de los clichés. La pornografía no es más que un cliché, sexualidad enlatada, cuerpos en conserva. Eso puede ser excitante también.

Pareciera que las mujeres por sí solas podrían completar un bestiario con los calificativos con que se las designa: yegua, perra, cerda, víbora, arpía, mosquita muerta… “Sí, perfectamente podría llamarse a eso un bestiario: están también las arañas, las gatas, las hienas, los bichos, las gansas... Pero las mujeres pueden también ser leonas, lobas, desde el costado de la belleza, de la fuerza”.

Otra cuestión que insiste en su escritura es la relación madre-hija como un universo a punto de explotar. Para esta autora “es una relación a tal punto fundamental, tan vasta, quedan tantas novelas que escribir sobre ella... como la del padre y la hija también. Me gusta mucho el personaje de la madre en La ciénaga, de Lucrecia Martel. No hay diferencias culturales para esos momentos viscosos de la adolescencia. La vaca atascada, qué imagen magnífica, al comienzo del film. Se podría ver allí un símbolo de la Argentina, pero es también un símbolo universal, de nuestras vidas empantanadas.
En cuanto a sus planes futuros, además de los viajes que sus libros le han posibilitado, están sus tres hijos y muchísimos libros por escribir. “Tengo miedo de que mi vida sea demasiado corta para todos los libros que tengo en la cabeza”.