Osaturas 09 Ene 2015

El pulso presente de la poesía

ADN | La Nación | Pedro Rey

La publicación de Osaturas, nuevo libro de poemas de Hugo Padeletti, profundiza una obra en la que, con simplicidad ejemplar, tiempo y ritmo se transforman en motivo vital.

 

Un hecho que se suele pasar por alto: hubo épocas sin prosa, pero no hubo épocas sin poesía. Es uno de sus atributos como género: el margen que le queda para hacer de la eventual indiferencia un valor. Siempre va a estar, se configure del modo como se configure. Puede demorarse y permanecer todo el tiempo que le resulte necesario en esa suerte de nube marginal en la que a veces flota, desentendida de las urgencias, a la espera de ser leída o compartida. Su tiempo al fin y al cabo llegará porque es la arteria femoral de la literatura. En esa contradictoria cotización simbólica reside, podría decirse, su indestructible durabilidad.

Hugo Padeletti (1928) es un argumento actual para sostener esa visión de la experiencia poética: estética y vida parecen ir en él a la par. También, para ejemplificar aquel tempo particular. Aunque escribe con convicción, según reveló en alguna oportunidad, desde la más temprana infancia, empezó a publicar tarde, sin mayores prisas. La parte central de su obra fue reunida en los tres volúmenes que publicó en los años noventa la Universidad Nacional del Litoral, donde también figuran ejemplos de su obra plástica (como Henri Michaux o Jorge Eduardo Eielson, Padeletti es un singular artista bifronte: su especialidad son el dibujo y el collage). A esos volúmenes se les suma una antología,El andariego, donde un ordenamiento diverso de los poemas permite una lectura renovada, y Canción de viejo (2003), una serie que, en algunos de sus rasgos, se distingue de la galaxia mayor de su producción.

La obra de Padeletti está infiltrada de tiempo. No por la nostalgia de su paso irreversible, sino por la conciencia lúcida del instante, como si, más que capturarlo, tarea inútil, la función del que escribe fuera duplicar su vivacidad, dejarlo vibrar en los versos con presencia verdadera. Influido por las enseñanzas del budismo y del zen, uno de sus poemas más recordados alude a la atenta observación de un fruto (el limón). Sin embargo, esa vocación compartida a su manera con otros poetas (de Francis Ponge a Seamus Heaney) tiene en los versos de Padeletti otros correlatos: la cita erudita, la alusión cultural y -por sobre todo- un ritmo absolutamente personal. El crítico Nicolás Rosa veía en esa poesía "una escritura tan larga como la vida misma, tan pegada a ella que sólo puede ser formulada como destino" y sugería que en la "cultura letrada que se superpone a una cultura campesina" producía una combustión alucinante, "una forma del fuego de la especie poética pocas veces visto".

A esa apreciación, que roza lo perfecto, podría agregársele el ritmo, que es uno de los rasgos intrínsecos en cualquiera de sus piezas. "El ritmo -sugería Octavio Paz en su clásico El arco y la lira, para explicar el mar de fondo de todo poema- no solamente es el elemento más antiguo y permanente del lenguaje, sino que no es difícil que sea anterior al habla misma. En cierto sentido puede decirse que el lenguaje nace del ritmo; o, al menos, que todo ritmo implica o prefigura un lenguaje." Padeletti nunca olvida esa relación. Su ritmo está hecho de una cadencia que alienta las rimas internas, como si el eco inesperado aportara un sobresalto al sentido y a la disposición visual de los versos. Esa vibración que anida en todo lenguaje conecta la obra con lo vivo y, de manera singular, con la frecuencia, se diría, del corazón.

La publicación de Osaturas, un nuevo, casi inesperado libro individual, es por lo tanto un acontecimiento para celebrar. El título, anota Jorge Monteleone en el ensayo que prologa la edición (donde la propia crítica, sin perder nada de su rigor, se vuelve poesía para hacerse entender), es un neologismo "que alude a un poema en los huesos, a poemas descarnados y desencarnados que reclaman solamente lo que impera en la vacuidad". En "osatura" están incluidos la osamenta y la osadía. La imagen de cuño arqueológico es también una segunda forma de entender la duración: el resto que queda, esa forma que podrá ser reactivada en otros tiempos y surge de una circunstancia que ya no será.

Como es habitual en los poemarios de Padeletti, el volumen tiene por datación un período temporal extenso (1969-2008). Pero ¿en qué sentido los treinta y dos poemas que componen la colección se distinguen, complementándola, del resto de su obra? En cierto modo hay una simplicidad de líneas que podría vincularse con alguno de los versos de Canción de viejo ("No me canto a mí mismo/ ni a la enredadera afanosa/ que enmudeció en la barba procerosa/ del poeta laureado", podía leerse ahí, casi una declaración de principios).

Esa simplicidad rítmica que se opone al clamor whitmaniano, que borronea la primera persona en lo que podría llamarse sin más el mundo, adquiere una profundidad añadida en Osaturas. El poema puede focalizar en una azalea o en una araña o en una antigua cajita japonesa. Puede incluso detectar con definitiva belleza, sin citas complejas, la certeza del tiempo en un trigal salpicado por la lluvia ("LATIMOS EN EL PULSO// del presente/ que ya es ayer, aunque siempre es ahora.// Llora/ la lluvia en su momento/ y delira el trigal// que remonta y se dora"). Pero de pronto surgen aquí y allá notas inquietantes, cierta ominosa sospecha, en su alusión a unas centrales líneas de Rimbaud: "Palpé la vida/ la senté en mis rodillas/ y la sentí hedionda:// el león se comía/ al cordero, el hombre a/ la vaca, el cáncer// al hombre./ Un pavorreal alzaba su triunfal abanico,// y luego lo arrastraba por el piso. Nunca supe, confieso,// si su hedor era el mío".

Magnífica como todas las colecciones del poeta, Osaturas tiene un sutil dejo de oscuridad, incluso una nostalgia súbita y sagrada en la hechicera que "quemó estertores sobre/ los cirios de los muertos/ y blasfemó sobre tus huesos", en los políticos, futbolistas y banqueros que celebran la victoria olvidándose del "óseo mensajero", en la médula viva que produce "su alquimia desde el hueso". Antes del silencio -se lee hacia el final-, el mundo cruje y es para algunos música o locura percutida. Imposible, después de ese último poema, no volver a remontar el libro para reeditar los instantes de serena emoción que produce la lectura. La emoción es, justamente, el secreto por el que la poesía dura, más allá de las épocas.