Lo íntimo 05 Jun 2016

Infrecuente mirada filosófica

Ideas | La Nación | Juan Pablo Bertazza

Sobre Lo íntimo, de François Jullien

 

La etimología de la palabra francesa copain ("compañero") se remonta al siglo XVIII y es tan lógica como significativa: proviene del acto de compartir el pan, es decir, designa a la persona con la cual se comía el mismo pan durante el almuerzo o la cena. Si bien no aparece en Lo íntimo. Lejos del ruidoso amor, del filósofo y sinólogo François Jullien -profesor en la Universidad París VII, director del Instituto del Pensamiento Contemporáneo y verdadero puente del pensamiento entre Occidente y Oriente-, el dato sirve para hacerse una idea sobre este ensayo que, en la senda de los de Montaigne, parece haber dado con algo nunca visto, pero que siempre estuvo a la vista de todos.

Porque si hay un verbo esencial en el campo de lo íntimo es, precisamente, compartir ("compartir es dividir partes, donde cada cual tendrá la tuya solo para sí, como se reparte una torta, pero también es tomar parte en algo, ya no estar más solo y participar", explica Jullien) y cuanto más íntimo es lo que está en juego, más profundo es lo compartido.

Lo íntimo cuenta con dos grandes provocaciones. La primera es que, salvando las debidas diferencias, así como muchos de los grandes filósofos se encargaron de marcar un antes y un después en la historia del pensamiento filosófico (Marx en lo referido a la transformación de la realidad; Heidegger, con la pregunta por el ser; Freud, por la derrota incontestable del ego a manos del inconsciente), Jullien denuncia, señala y revierte una multitud de omisiones, defectos, injurias y perjuicios cometidos en torno a la intimidad como tema.

Los primeros culpables que él identifica son, cuándo no, los griegos, debido a que nunca tomaron en consideración el estudio de lo íntimo, una omisión que el cogito cartesiano más tarde profundizaría. De hecho, en una orientación claramente deconstructivista -aparecen en este ensayo ejemplos lingüísticos que recuerdan la différance de Derrida-, Jullien le atribuye a lo íntimo una enorme carga explosiva contra las categorías tradicionales de la filosofía: lejos de separar y delimitar oposiciones como lo físico y lo metafísico, tiende no sólo a conectarlas sino también a encarnar su inseparabilidad, algo que explica gracias a la relación sexual, más concretamente la penetración (eso mismo que Lacan lanzó al cesto de basura con el movimiento preciso de sus grandes eslóganes). "¿De qué es 'deseo' entonces el deseo sexual? ¿Es deseo de satisfacción libidinal (la descarga) o bien deseo de lo íntimo (la apertura de un adentro compartido)? ¿O de qué goce se trata: 'físico' o 'metafísico'? O bien incluso en lo que se llama la 'penetración sexual', ¿qué es 'penetrar'? (¿'Qué' se penetra?) ¿No podría la satisfacción sexual ser sólo el pretexto o la apertura del deseo de lo íntimo? ."

Ambiguo como la intimidad, lúcido, sugerente, y con un pie puesto en la literatura, tal como dictan los buenos manuales de la filosofía francesa contemporánea, Jullien se sirve de numerosos ejemplos de novelas -como El tren de Georges Simenon y Rojo y negro de Stendhal- para explicar de qué hablamos cuando hablamos de intimidad y qué nos perdimos al ignorarla. Esa supuesta disyunción entre la radicalización de un interior y, al mismo tiempo, la unión con el Otro, esa unión íntima como un afuera que se vuelve adentro, es lo que trata de explicar a lo largo de todo el libro, a la par que va enumerando preguntas que rodean su objeto de estudio: ¿cuál es el lugar del otro y del Otro en la intimidad?, ¿con quién o con qué se puede construir una intimidad? ¿Por qué la intimidad es algo que, a diferencia del amor, no puede sino ser correspondida?

La otra, la segunda provocación de este libro, que se adelanta ya desde el subtítulo, es que Jullien intenta disputarle territorio a un concepto omnipresente y, pese a sus múltiples equívocos, nunca puesto en tela de juicio: esa pequeña y loca -pero engrandecida- cosa llamada amor.