Cuentos de soldados y civiles 28 Mar 2014

Hombres y diablos

El País | Montevideo | Carlos Ma. Domínguez

 

En los orígenes del cuento de misterio y el género fantástico, Ambrose Bierce ostenta el nudo del estilo con su extraña vida. Nacido en 1842 en Horse Cave Creek, Ohio, fue el décimo hijo de una pareja de granjeros calvinistas que bautizó a sus trece descendientes con nombres iniciados por la letra "A". Ambrose detestó el carácter dominante de la madre y la apatía del padre, más interesado en la lectura de Byron y la Biblia que en el sustento del hogar, y solo rescató el vínculo con uno de sus hermanos. Otro se fugó de la casa para convertirse en forzudo de feria y una hermana acabó devorada por caníbales africanos durante una misión.

En la adolescencia Ambrose se enamoró de una mujer de más de setenta años y en 1859 ingresó en la Escuela Militar de Kentucky. Declarada la Guerra Civil, se alistó en el 9º Regimiento de Voluntarios de Infantería de Indiana y durante los siguientes cinco años combatió en el ejército yanqui obteniendo distintos grados militares. Fue herido de gravedad en Kennesaw Mountain, pero volvió a las filas y, cuando terminó la guerra, integró una expedición por los territorios indios. El ofrecimiento de un grado militar inferior al que esperaba lo llevó a renunciar a su vida en el ejército. Se hizo periodista en San Francisco, donde conoció a Mark Twain.

Casado con Mary Ellen Day en 1871, vivió con ella en Londres durante tres años, época en la que empezó a escribir sus primeros relatos, y luego regresó a la Costa Oeste para trabajar en los periódicos de William R. Hearst. Una sospecha de infidelidad lo llevó a divorciarse de su esposa en 1888, con la que tuvo tres hijos (uno murió en una pelea callejera, otro alcoholizado). Vivió en Washington como un escritor y periodista de reconocido prestigio, y en 1913, con más de setenta años, cruzó por El Paso la frontera de México para unirse como observador a las tropas de Pancho Villa. Allí se pierde su rastro. Por un documento donde se menciona a un "gringo viejo", se conjetura que fue fusilado en el cementerio de Sierra Mojada en 1914, origen de la novela homónima que consagró a Carlos Fuentes en las letras latinoamericanas.

Antes de partir de Washington, en una carta fechada el 1° de octubre de 1913, Ambrose había escrito a una de sus familiares: "Adiós. Si oyes que he sido colocado contra un muro de piedra mexicano y me han fusilado hasta convertirme en harapos, por favor, entiende que yo pienso que esa es una manera muy buena de salir de esta vida. Supera a la ancianidad, a la enfermedad, o a la caída por las escaleras de la bodega. Ser un gringo en México. ¡Ah, eso sí es eutanasia!".

UN MUNDO DE ASESINOS.

Cuentos de soldados y civiles recoge sus mejores relatos y es el primer título de una compilación que luego se reeditó bajo el nombre En medio de la vida y con mayor aliento, El diccionario del diablo. La mayoría de estos veintiséis cuentos breves prologados por José Bianco narran el horror de la Guerra de Secesión a través de personajes que progresan hacia su destino siniestro por fatalidad o deliberada decisión. No hay escenarios heroicos en la visión de Bierce. El mundo de los soldados de uno y otro bando, jóvenes que no superan los 23 o 25 años, como se encarga de explicitar a propósito de su rápido envejecimiento, es un mundo de asesinos ocupados en matarse con valor y temeridad bajo las órdenes de sus generales.

Varios relatos colocan al protagonista delante de la paradoja de aniquilar lo que ama: un centinela mata a su padre (en el magnífico cuento que abre la serie, "Un jinete por el cielo"), un artillero bombardea la granja donde viven su mujer y su hijo ("El caso del portillo de Coulter"). A veces las obsesiones personales colaboran con el azar (un tirador queda amenazado por su propia carabina, atrapado en los escombros de una construcción derrumbada por un obús, en "Uno de los desaparecidos", un valeroso oficial busca la muerte herido por una pena de amor en "Muerto en resaca"). Otros cuentos bordean o introducen fenómenos sobrenaturales en medio de la guerra o la vida cotidiana de los civiles a los que alude el título.

Bierce tiene un tono distante, pleno de ironías y sarcasmos que desliza junto a descripciones precisas y escenarios muchas veces desdibujados con la deliberada artesanía de no revelar la intención del relato hasta la última línea. Asume el artificio de la literatura despreocupado por otro poder de convicción que no sea el detalle de las agonías y las figuras de los tormentos. "El puente sobre el Río del Búho" es el ejemplo más pertinente de una estrategia que lleva al lector por la imaginación de un prisionero a punto de ser de ahorcado por un regimiento. El desenlace revela un engaño ingenuo, pero su desarrollo es tan vivo y las emociones tan fuertes que acaban por imponerse sobre la conclusión. En otro cuento particularmente logrado, "Chickamauga", es un niño el encargado de percibir en sordina el desolador espectáculo de una batalla.

HERMOSAS BATALLAS.

La segunda sección de la antología recoge varios relatos que apelan al poder hipnótico de panteras, serpientes y bestias fantásticas para introducir la experiencia del horror en la continuidad de la sugestión psicológica y las alucinaciones. El mundo de Bierce no tiene redención, los hombres colaboran de una u otra forma en el diseño de las trampas en que se consuman sus tragedias.

Bajo escenarios tan cruentos, con frecuencia asoman ironías mordaces:"Todo el lugar presentaba ese desapacible y repugnante aspecto del desarrollo detenido, que ha sustituido en los países nuevos la gracia solemne de las ruinas labradas por el tiempo", y otras no menos punzantes: frente a la exaltación de un gobernador por "la más hermosa batalla que haya visto nunca" cuenta el narrador que "la hermosura y el esplendor estaban atestiguados por una hilera de muertos cuidadosamente alineados, y otra de heridos, dispuestos con menos formalidad, inquietos, semidesnudos, pero vendados con elegancia".

No deja de sorprender que Bierce intentara continuar la vida militar cuando sus textos revelan una mirada que orilla la denuncia de la devastación y la estupidez de los campos de guerra, y es improbable que le encontrara mejor sentido en la revolución mexicana. Sea como sea que haya terminado su vida, sus cuentos lo sobrevivieron y ubicaron entre los clásicos de la literatura de misterio norteamericana, junto a Edgar Allan Poe, Herman Melville y Nathaniel Hawthorne.