La yugoslava 12 Jun 2005

Un hermoso ejemplar de novela anda suelto

El Día | Gabriel Bañez

 

La yugoslava es una voz perdida que serpenteó por zonas afectivas que López Brusa conoce a la perfección: una Sarajevo sin los cercanos conflictos étnicos pero henchida de reminiscencias pinchas (de la tierra política convertida en Yugoslavia provino el árbitro Konstantin Zecevic para la histórica final de Estudiantes contra el Manchester United en el Old Trafford, aunque arbitró otros despojos también); una pitón escamoteada (o fugada) por obra de la inspiración de Pitia del zoo local; una antología de Prenz de Poesía yugoslava contemporánea que hace las veces de nexo inexistente entre estas magníficas rarezas personales y un viaje, el de Cape, por esta crucial zona histórica sin aparente fundamento argumental. Como en La temporada, es un viaje también el que designa la geografía íntima de personas y mensajes que el narrador ordena a la distancia. Pero es tan personal esta yugoslava, que todo -a pesar de la búsqueda de referencias de Zecevic en Belgrado o de la mismísima Pitón en las inmediaciones del zoo- queda reducido a una misma indagación. La creación tiene estos desplantes imaginativos y el autor los despliega con maravillosa honestidad, tiranía y arbitrariedad. 

Así que mientras él escribe la epopeya pincharrata de finales de los sesenta, alguien, ella, Cape, con caperuza o sin -escribiéndolo suena a Brusa-, hace un premeditado viaje sin fábula a Sarajevo en mitad de una beca a Londres. El viaje es filial, pero ese alguien, ligado afectivamente al relator de este glorioso partido que es la novela, va dando noticias de su periplo, así como se van sucediendo otras. Que la pitón se ausente es un capricho más, vinculado quizá al territorio de la ternura, a esa teología de la información que guardamos de la infancia o de los años mozos o no tan mozos. Como sea, el mozo este Brusa escribe admirablemente la bitácora de encuentros y desencuentros y la novela es un hermoso ejemplar escapado de quien sabe dónde. Salpicada de giros y modismos, de improcedentes pero familiares párrafos domingueros, de genealogías y azar, se trata de un híbrido estupendo, franco, entrañable, novelístico mil por mil, secreta e irónicamente gratuito, admirablemente concebido, divina bovina hasta en sus salgarismos. Parafraseando al relator, es ocioso perseguir fisuras en los fundamentos de esta historia. Porque no las tiene y porque el zurcido es invisible. Como el vínculo, como el reencuentro con Cape, como la íntima cerámica de Ezeiza o el Rosebud célebre del trineo que podría haber estado pero tampoco está bajo esa forma de lugar común. Son intimidades, vanaglorias ínfimas que se atesoran con el corazón. Así está escrita La yugoslava, y un corazón inteligente lo ha dejado libre para fortuna de los lectores.