La lluvia de verano 19 Jul 2013

Escuela de la vida y la literatura

El País | Montevideo | Mercedes Estramil

El grado de confianza de Marguerite Duras en su propia escritura -su autoestima literaria, por así decirlo- fue mayúsculo y explícito.

 

Eso le permitió encarar los tiempos de mareas adversas de cuando nadie la leía y la crítica no la registraba, así como la fama absorbente y a destiempo de cuando a sus setenta años publicó El amante(1984), la novela que la consagró en ventas y le dio el Premio Goncourt. Antes, y después, sería también guionista y directora de cine, y sobre todas las cosas, una ferviente pero no siempre fiel retratista de sí misma. Obsesiva, y por tanto recurrente, su literatura gira en torno a tópicos: amores clandestinos, deseo, soledad, dolor, y adopta - para enfocarlos con cierta peculiaridad- un tono elusivo, monótono y a la vez trascendente, de una concentración implosiva que anticipa los extremos de una Elfriede Jelinek, por ejemplo.

Seis años antes de morir, Marguerite Duras (1914-1996) publica La lluvia de verano, un texto a medio camino entre novela y teatro, inspirándose en un film que ella misma codirigió en 1984 (Les enfants), sobre idea y guión propios. En una breve nota final, Duras explica que durante la escritura visitó muchas veces los lugares de filmación en el suburbio de Vitry, reinventándolo literariamente. El título iba a ser "Los cielos de tormenta, la lluvia de verano", pero lo acortó. Lo que no acortó, o en todo caso no parece breve, es el desarrollo de una historia por demás simple en su superficie: un chico llamado Ernesto decide no ir más a la escuela y esgrime como motivo que no quiere que le enseñen lo que no sabe. Con paso de comedia absurda, la obra gira sobre sí misma, una y otra vez, mostrando el entorno de Ernesto y cómo reaccionan ante sus planteos y decisiones un Maestro desencantado, unos padres oscilantes, una hermana enamorada y cinco hermanitos indistintos denominados "brothers and sisters". El escenario es el de la pobreza periférica, de inmigrantes con muchos hijos y asistidos por la seguridad social. Emilio Crespi (el padre) viene de Italia, y Hanka (la madre) de algún perdido pueblo soviético. Hermosos y trabajadores al comienzo, con la llegada del tercer hijo dejaron de trabajar y comenzaron a vivir de los subsidios estatales, a embriagarse de tanto en tanto y a descuidar a los hijos, excepto por el detalle de preocuparse por conseguirles libros hallados en los trenes o en los basurales. La decisión de Ernesto los saca por un segundo del anonimato de la pobreza en tanto vuelca las miradas del mundo (los docentes, los periodistas) hacia ellos.

Hay un modo en que no se puede leer a Duras, y es literalmente. Por lo menos no en este libro. Ernesto -cuya edad está indeterminada entre los doce y los veinte años: en el film era un niño pero lo actuaba un hombre adulto- no es un personaje sui generis ni lo define la rareza; lo mismo se aplica a los otros. Tampoco puede decirse que sea una explícita novela de tesis planteando, por ejemplo, la crisis del sistema occidental de enseñanza, del liberalismo económico y el progreso capitalista. Sin duda contiene todo eso -tanto como proclama la identidad íntima y voluntaria de cualquier aprendizaje verdadero, la naturaleza múltiple del amor , los peligros y los encantos de la endogamia- pero el poder de su prosa no reside en esas obviedades, sino en la forma indirecta, narcisista pero casi subliminal en que las expresa. Una forma absolutamente literaria (es decir, cargada de otras obviedades), inmune a las demandas del realismo convencional, pero también a prudente distancia del experimentalismo vacío.