Eisejuaz 28 Abr 2013

Un héroe imperfecto

La Capital | Julieta Tonello

Un indio mataco que se aparta de su comunidad para consagrarse a Dios y a un mundo signado por sueños protagoniza Eisejuaz, novela reeditada de Sara Gallardo.

 

Si hay un rasgo distintivo en Eisejuaz, es el lenguaje. Desde las primeras líneas de la novela, Sara Gallardo (Buenos Aires, 1931-1988) prefigura la singular voz de Lisandro Vega, mataco del norte argentino que, en primera persona, narra su historia. El libro, que acaba de ser reeditado por El cuenco de plata, es, fundamentalmente, una experiencia lingüística en la que se cifra el peregrinar de su protagonista.

 La gramaticalidad alterada, el subrayamiento de la negación —Y nada no pasó. Ni paró la lluvia. Puse a cocinar el pescado, y nada"—, la economía de vocabulario llevada al extremo, y la contundencia y brevedad de las frases configuran el habla de Vega y acompañan su periplo religioso. La creación de Gallardo no se dispone como una copia fiel del habla indígena sino, más bien, como una lengua novedosa ligada a una búsqueda lírica e imaginativa. Así, en un registro que hermana a su obra con las de Rulfo, Guimarães Rosa y Mário de Andrade, la autora apuesta a una elaboración personal sin pretensiones de una versión verista de la lengua aborigen.

En la novela, Lisandro Vega renuncia a su destino de jefe en la comunidad a la que pertenece para consagrarse a Dios y abocarse a un mundo espiritual signado por sueños y por la palabra de los mensajeros —astros, animales, plantas— que lo guían. Con esa transformación llega también un nuevo nombre para Vega: Eisejuaz. "Soldado fui en Tartagal. Volví y el reverendo me ha puesto de capataz en la misión. Un sueño me vino en ese entonces. Por cuatro años, el sueño aquel. Cada tres noches, por cuatro años. Hasta cansar, el sueño aquel. Siempre corriendo, Eisejuaz, Éste también, buscando. Viajando", narra el místico.

Pese a que el argumento parece acercar a la obra al género hagiográfico, pronto se revela que el personaje de Eisejuaz no se inscribe dentro del modelo de santidad tradicional. No hay en la novela un proceso ascendente de perfeccionamiento que conduzca a un triunfo del espíritu sobre el cuerpo. Por el contrario, el proceso vivencial del protagonista se encuentra, hasta el final, poblado de las tentaciones, los deseos, las dudas y miedos comunes a cualquier mortal. La exposición de la lucha interna del personaje lo muestra como un ser carnal e imperfecto," un héroe mitad ángel y mitad monstruo", tal como escribe Manuel Mujica Láinez en una carta a la autora que se incluye en la presente edición de la obra.

Tal intención encuentra apoyatura en la aparición de Paqui, personaje abyecto y arquetipo de lo profano, a quien Eisejuaz cree un enviado del Señor. Su relación con Paqui es ambivalente: lo cuida, lo protege, lo abandona, de nuevo lo rescata, en un claro juego con sus propios cuestionamientos acerca de la misión que lleva a cabo y del valor de su accionar. "Eisejuaz, el que llevó solo la viga del hotel, regaló sus manos al Señor. El Señor se las dio a Paqui, el paralizado, el baldado, el enfermo, semejante mugre. A Paqui, la carroña. ...Bueno, Señor. No dejes que me arrepienta.... Lo he metido en la hamaca, he ido a la casa de Eisejuaz. A la casa que no es de Eisejuaz solo. Para secarlo, para vestirlo, para alimentarlo".

El centro de sentido de la novela está puesto en la búsqueda individual, solitaria, del personaje, reforzada por la perspectiva de un narrador protagonista en un proceso constante de interiorización de sus semejantes, de los acontecimientos y del espacio circundante. Eisejuaz no predica. En cambio, realiza su misión en forma privada, y es, en parte, este modo de abordar la religiosidad el que resiente su relación con quienes lo rodean.

Por otro lado, la lectura no secuencial de la novela requiere de una participación activa por parte del lector para reconstruir la biografía de Eisejuaz. En efecto, la narración se encuentra desintegrada en fracturas tanto cronológicas como espaciales: el relato se inicia cuando el personaje llega al final de su recorrido místico; a partir de allí, la autora continúa el relato con avances y retrocesos en el tiempo, ofreciendo estampas de su infancia y su juventud, descripciones de los parajes en los va deteniéndose y de las distintas faenas que realiza para subsistir.

En la palabra distinta de Eisejuaz, en la complejidad de su conciencia fragmentada se encuentran las claves de un viaje personal colmado de altibajos en el que la exaltación de la fe, la resignación y la caída se dan sin orden secuencial. Y lo que queda claro desde el inicio del libro es que Eisejuaz no actúa para salvar al mundo. Ni héroe ni santo, el personaje actúa para salvar su mundo íntimo y particular.