Paisaje lacustre con Pocahontas / Los desterrados 02 Jun 2013

Paisaje lacustre con Arno Schmidt

Perfil | Guillermo Piro

 

Hay escritores que a fin de cuentas resultan nocivos. Por lo general, uno suele leer a un autor que le gusta y, al terminar de leerlo, goza de inmediato de la libertad de pasar a otra cosa. Leí por primera vez a Arno Schmidt a comienzos de los 80 y todavía suelo pensar frases en su estilo. Frases banales, de las que cruzan la cabeza andando por la calle o haciendo la cola en el supermercado. La otra noche, por ejemplo, caminaba por la calle Iriarte, en Barracas, a la altura de Vélez Sarsfield. La calle estaba desierta, era muy tarde. Y a lo lejos vi acercarse las luces de un automóvil. Y no pensé: “Ahí viene un auto”, sino: “A la distancia, silenciosos, dos iris”. Arno Schmidt infecta de ese modo las cabezas. Por eso es nocivo.

Doce años después de haber sido traducido, la editorial El Cuenco de Plata edita Paisaje lacustre con Pocahontas. La edición lleva un prólogo de Günter Grass, por lo que me abstengo de hablar del libro. Todo lo que voy a decir es lo único que creo que Grass no dice, y es que Paisaje lacustre con Pocahontas es la más bella historia de amor que se haya escrito jamás. Y al mismo tiempo es casi lo opuesto a una historia de amor. Es la historia del amor que hubiera podido ser y no fue. O tal vez, como diría Oscar Wilde, es la historia de la verdadera pasión, que dura mucho tiempo más que el amor.

Decía que el libro fue traducido hace doce años y pasó todo ese tiempo buscando editor. Fue traducido por Florian von Hoyer y por mí en un momento especial para ambos: yo entonces quería abandonar la traducción y él quería empezar a traducir. Me pareció entonces una conjunción más que interesante, porque dos pulsiones tan opuestas no podían dar más que resultados buenos. Tradujimos con una lentitud pasmosa (un párrafo, a lo sumo dos, por cada jornada de dos horas: una línea cada media hora), y al cabo de unos meses teníamos la obra concluida. El problema es que nuestras dudas quedaban reflejadas en un cuerpo de ochenta notas al pie. Ya se sabe que las notas al pie son la confesión de debilidad del traductor, pero no podíamos evitarlas porque no estábamos seguros de lo que Arno Schmidt quería decir, o si lo estábamos no sabíamos cómo traducirlo. Poco después, Florian se estableció en Madrid y, con el paso del tiempo, en pequeños y efectivos raptos de iluminación, a lo largo de todos estos años fuimos comprendiendo ciertas cosas, y paulatinamente fuimos limpiando la traducción de esa larga ristra de horribles notas al pie. Hasta que quedó así, sin una sola, como debe ser, sin esas irrupciones intempestivas de una voz ajena al texto contando lo que a nadie le interesa escuchar, esto es, las dudas y las dilaciones relacionadas con tal o cual término, con tal o cual expresión, con tal o cual nombre propio.

Tal vez mañana el libro esté disponible en librerías. Vayan y lean una página cualquiera, así sabrán si Schmidt les está destinado. Si no les agrada, no se preocupen: como decía Borges, la literatura es lo suficientemente vasta como para saciar todos los gustos y todas las ansiedades. Pero si Arno Schmidt les agrada… prepárense, porque provoca una enfermedad que dura años y no se cura.