Un retrato para Dickens 08 Mar 2013

Una voz inconfundible

El País | Montevideo | Daniel Mella

Más Armonía Somers

 

Cabe preguntarse qué hace que la obra de un autor lo sobreviva, qué justifica la reimpresión póstuma de sus libros, o qué es lo que convierte a un autor en clásico. El caso de Armonía Somers se brinda para esta clase de reflexión. Es evidente que el afán de lucro está lejos de formar parte de las razones de cualquier editor que se anime a publicarla.

La dificultad en Somers no es sintáctica. Tiene que ver más bien con los mundos a los que accede en el papel. No son mundos completamente separados del nuestro, por así decirlo. Se trata de regiones abandonadas de Dios y de lógica de donde son oriundos, para poner por caso, los Macbeth, el monstruo de Frankenstein y Alicia.

En Un retrato para Dickens tenemos a una niña precoz cuya realidad no es muy distinta a la de sus sueños e imaginaciones. Está un loro que es testigo de todo, hay fragmentos de un libro de cocina con recetas para bizcochuelo y una narración intercalada de tema y estilo bíblico. Aparte de la violencia, aquello que los une es, para empezar, el hecho de que en cada uno la escritura parece estar siendo utilizada como órgano de percepción. Somers consigue disimular el esfuerzo creativo o imaginativo, y hace que sus frases y sus párrafos evolucionen como el resplandor de una antorcha revelando las paredes interiores de un caos que ya estaba ahí, que no puede ser inventado.

Muchas veces, la relación entre los objetos que pueblan el libro (personajes, sucesos) es poco clara. Armonía Somers desdibuja la relación entre las figuras de sus libros, al punto de que, por momentos, uno tiene la sensación de andar transitando por un bosque ya no de símbolos, sino de jeroglíficos, tal como la mayor parte del tiempo ocurre en el así llamado mundo real. Pero hay algo mucho más serio en juego que la verosimilitud. En eso también se parecen a la vida, donde lo que está en juego siempre parece estar más allá o más acá de nuestro concepto y de nuestra necesidad de sentido, y tal vez sea la primera excusa para que su obra siempre tenga su lugar en la biblioteca de cualquier apasionado. Eso, y la evidente intimidad con la que trabaja el lenguaje, que la han vuelto una voz tan inconfundible como la de Onetti, Felisberto, Levrero.

Un botón de muestra: "Salí en puntas de pie con el pensamiento fijo en el hombrecito de arriba, siempre maquillado con tizne alrededor de los párpados porque paleaba carbón todo el día. Y me paré un minuto a escuchar algo que me bullía en el pecho como dispuesto a incendiar el mundo. No sabía aún qué tal iba a ser la cosa en cuanto a su ejecución propiamente dicha. Miraba entonces hacia allá para calcular distancias; cuando lo que vi a la luz de la luna me dejó sin hálito. El carbonero estaba sentado en el pasaje, dormido junto a la poderosa mujer y roncando a su mismo ritmo. No, no era posible resistir el peso del cielo solitario que se me abrió entonces encima dejándome en su centro exacto. Se amaban, qué cosa inexplicable...".