La estructura del iki 04 Ago 2012

Contra la tradición samurái

Perfil | Luis Diego Fernández

Dandi y flaneur, el filósofo nipón Kuki Shuzo (1888-1941) fue uno de los más destacados intelectuales de su generación. Especializado en estética, estudió con Martin Heidegger y Heinrich Rickert. Su notable ensayo “La estructura del iki” acaba de ser reeditado en castellano en nuestro país.

 

Un texto como La estructura del iki del filósofo japonés Kuki Shuzo (1888-1941) merece la atención de un diamante de rara extracción y cualidad única. Libro publicado por primera vez en 1930, el autor del citado texto fue, también hay que decirlo, un ser singular que estudió en la Universidad de Tokio y luego continuó sus estudios en la Universidad de Marburgo junto a Martin Heidegger y un linaje de los pensadores neokantianos, como Heinrich Rickert. Suerte de dandi nipón, el filósofo especializado en estética supo combinar las tradiciones del bushido (ética del samurai) y el budismo con la fenomenología alemana y el esteticismo francés con pericia y sutileza.

Ahora bien, el término iki es intraducible, lo cual es lógico; por ello se alude a una “forma de ser” propia del Japón. Iki puede leerse como chic, elegante o coqueto, pero así y todo es forzado. 
Refinado tampoco es adecuado. Serán las cortesanas del barrio de Yoshiwara en Edo (hoy Tokio) a comienzos del siglo XVII quienes encarnen el sentido fuerte de lo iki. El teatro, la danza, el sumo y las casas de cortesanas (prostíbulos) se daban cita en el barrio hasta el período Meiji. Al igual que las hetairas de Pericles (prostitutas cultas y refinadas), las cortesanas niponas sabían del té, danza y cantos tradicionales. En gran medida, el iki era puesto en evidencia a través de sus prácticas y la teoría se tornaba evanescente.

Será también el escritor Junichiro Tanizaki quien en su ensayo dedicado a Tokio desgrane un sentimiento propio del iki. Las cortesanas, paradójicamente, despreciaban a las mujeres fáciles (prostitutas callejeras), así como también al dinero, por eso no lo tocaban. Tal vez algo de la herencia moral del código de bushido, se encuentre en esta actitud del samurai que expresa el iki: amor propio, estoicismo y desinterés. Todo ello, desde luego, en el marco de una estetización no exenta de coraje. Renuncia asentada en lo trágico del vivir. El bushido, dirá Kuki “es la afirmación de la voluntad. La voluntad que se preocupa por la pura perfección”.

Flaneur, urbano y esteta, Kuki Shuzo supo captar al iki como un estado de ánimo que se da históricamente: con especificidad en el período Edo (1615-1868). Su mecanismo teórico es simultáneo: se critica a la tosquedad del provincianismo y su halago al samurai y la cortesana refinada.

Es claro: iki es un ideal femenino, el espíritu de las cortesanas. La prostituta fina, al fin, es quien encarna este ideario del iki. Así lo escribe Kuki en su libro sobre la Geisha: “La voluptuosidad de la carne animada por la nobleza de espíritu, es prueba de una elevada civilización idealista”.

Este spleen decadentista, cual dandismo crepuscular, hace que un libro como La estructura del iki pueda leerse como un ensayo sobre cierta japonesidad occidental. Destila un estilo baudelaireano y desde cierto tópico heredado del pensamiento de Nietzsche, el filósofo japonés da cuenta de las formas más complejas sin por ello ignorar la explicación y el deleite del lector.

Dice Shuzo: “Decididos a elucidar la naturaleza del iki y clarificar su estructura, hemos procurado entender de manera concreta la experiencia de su significado. En la experiencia concreta de una persona o una etnia, aunque implique determinado significado siempre quedan residuos de lo no dicho”. Desde la estética filosófica, Kuki es un desprendimiento de la fenomenología alemana y del dandismo francés. Su teoría de la percepción y del gusto es densa y da cuenta de un gusto japonés –cual reza el subtítulo– de determinado período.

Dice Kuki: “Desde el punto de vista intensivo, la primera marca distintiva del iki es el vínculo de atracción (bitai) entre los sexos. La relación con el otro sexo constituye el existente original, ilustrado por la expresión ‘asunto iki’ que remite a asuntos de amor”. En algún sentido, y de este modo, iki expresa no sólo una estética sino una erótica japonesa, vale decir, una gran reflexión sistemática sobre el valor de la percepción sensible en el marco señalado. A su vez, cierto hedonismo se verifica en el iki, tal como nos cuenta Kuki.

¿Qué será entonces la estructura del iki? Pregunta impropia que sólo alienta el malentendido o el forzamiento, insípido, con lastre y remisiones permanentemente equívocas: forma de ser particular, podría ser el modo adecuado para dar cuenta de aquello que es imposible de decir para los occidentales. Las imágenes suelen hablar solas con la radicalidad de lo velado: la cortesana de Edo es la manifestación del iki; menos samurais, entonces, y más prostitutas cultas y que desprecien el dinero.