La estructura del iki 28 Jun 2012
Página 12 | Kuki Shûzô
Es marca distintiva del iki el vínculo de “atracción” (bitai) entre los sexos. La relación con el otro sexo constituye el existente original, ilustrado por la expresión “asunto iki” (ikigoto), que remite a “asuntos de amor”. Del mismo modo, cuando hablamos de una “historia iki” nos referimos a las relaciones entre un hombre y una mujer. Se habla de una “historia iki” y de un “affaire iki” aludiendo a una relación con el otro sexo que se sale del marco de las relaciones habituales. Es el caso del relato de Chikamatsu Shûkô, “Cosas iki” (ikinakoto), cuyo tema es “la manutención de una amante”. No podemos por lo tanto imaginar una relación específica con el otro sexo que no tenga como premisa la “atracción”. Dicho de otro modo, la condición necesaria para los “affaires iki”, cualquiera sea el significado que demos a dicha expresión, es la atracción (bitai).
¿Qué es entonces la “atracción” bitai? Es una actitud dualista que configura toda relación potencial entre personas de distinto sexo, dando por sobrentendido que el yo monista presupone la oposición con el otro sexo. Así, los términos vinculados al iki como “seductor”, “provocador”, “erótico”, sólo expresan la tensión que tiene como fundamento la dualidad potencial. En cambio, lo que se designa como “distinguido” (jôhin) carece de ese carácter dual. Dado que la potencialidad de la dualidad es lo que determina el existente original de la atracción (bitai), cuando dos personas de distinto sexo desarrollan una unión perfecta donde la tensión se disipa, la atracción de por sí desaparece. Dado que la supuesta finalidad de la atracción es la conquista del otro sexo, una vez alcanzado el objetivo su futuro inmediato es disolverse. Nagai Kafû escribe en Placer (Kanraku): “Nada más patético que una mujer a quien se conquistó después de haberla deseado largamente”, y siente “hastío, decepción y aversión” ante la evanescencia de la atracción una vez alcanzado el apogeo. Por este motivo, es característico de la atracción la persistencia de la dualidad, es decir la “búsqueda de la posibilidad por la posibilidad misma”, que constituye la esencia de Placer.
No obstante, el grado de intensidad de la atracción no disminuye al reducirse la distancia que separa al hombre de la mujer. Por el contrario, el acercamiento aumenta la intensidad. En Perla indestructible (Fue no shiratama), de Kikuchi Kan, en el capítulo “Atracción” se describe la siguiente escena: “Katayama intentaba avanzar lo más rápido posible a fin de aumentar la distancia que lo separaba de Reiko. Pero cuanto más intentaba alejarse, más se acercaba Reiko, con largos y ágiles pasos, al punto de caminar casi tocándolo”. El principio de atracción reside en acercarse reduciendo la distancia al máximo y manteniendo el mínimo distanciamiento. La atracción es, en consecuencia, puro potencial dinámico.
Aquiles, “con largos y ágiles pasos” persigue indefinidamente a la tortuga, y da origen a la paradoja de Zenón. En su forma cabal, la atracción debe ser la posibilidad dinámica dual entre los sexos, llevada al límite de lo posible. El nómada que persevera en la “finitud continua”, el malvado que se regodea con el “mal sin límites”, Aquiles que no deja de perseguir lo “ilimitado”; sólo ese tipo de hombre conoce la verdadera atracción. Es esta atracción la que define el atractivo sexual o erotismo, nota dominante del iki.
El segundo elemento constitutivo del iki es “la disposición de ánimo, la valentía” iki; dicho de otro modo, el “coraje”, ikiji. Los ideales morales de la cultura Edo (1600-1868) se reflejan con nitidez en el iki, que es el modo de vivir en tanto fenómeno de conciencia. Se inscribe en el espíritu de la gente de Edo como punto de inflexión. El verdadero hijo de Edo se vanagloriaba de que “la gente poco refinada y los fantasmas no vivían al este de Hakone”. Admiraba a los “caballeros” considerados como “la flor de Edo” y personificados en los bomberos de la capital, “siempre dispuestos a arriesgar la vida”, y en los carpinteros de obra, “que únicamente llevan unos tabi y una chaqueta corta aun en pleno invierno”.
En el iki debe rastrearse “el amor propio de Edo” y “la gallardía provocativa de Tatsumi”. Requiere también temperamento y dignidad incólume, que se transparentan en “coraje”, “valentía” y “audacia”. Una canción dice que “lo yabo debe arder en la hoguera fuera de la cerca, tras competir con la seducción, la valentía y el coraje”. El iki es una atracción, pero también puede ostentar una actitud de rebeldía ante el otro sexo. Sukeroku, que lleva una “cinta color púrpura de Edo” simbolizando “lazos iki”, busca camorra exclamando: “Eh, muchacho, atrévete a mirarme a la cara”. La cortesana Agemaki, de la casa Miura, alabada por su “delicada tez color flor de cerezo”, da muestras de audacia y capacidad de reacción al enfrentar a Ikyû, el barbudo: “Discúlpame, pero estás hablando con Agemaki. Ni aunque fuera ciega podría confundirte con Sukeroku”. Estas palabras expresan “una personalidad iki, dueña de pasión y coraje”. Esto también podría valer para las cortesanas Takao y Komurasaki.
En el iki, el ideal del bushidô está vivo (ikite iru) y fortalecido. El espíritu del samurai que se pasea con “un escarbadientes en la boca y el estómago vacío” llevó a la gente de Edo a jactarse de “gastar toda su fortuna en un día” y “alardear de un imperturbable desprecio por las kekoro y las mizuten”. Era norma de los barrios de placer comprender que a una cortesana no se la compra con dinero, sino haciendo gala de coraje (ikiji). “Desprecian el dinero; por eso no lo tocan jamás, no conocen el precio de las cosas, no se quejan de nada. Actúan como si fueran hijas de nobles de la corte.” En esos términos se elogiaba a las cortesanas de la clase alta de Edo, llamadas tayû. Las cortesanas de Yoshiwara solían rechazar a los hombres ricos cuando éstos se mostraban groseros (yabo). Podían mantener lo prometido al verdadero amante, adoptando la máxima: “Si uno cae, pierde la reputación (...); de allí, preventivamente, la intención secreta del dios de apretar el cinturón de las cortesanas”.
La particularidad del iki es que el coraje (ikiji) surge del idealismo y espiritualiza la atracción.
“Una nada lo rompe”
El tercer elemento constitutivo del iki es la resignación (akirame), la indiferencia del que se ha liberado de todo apego gracias a una comprensión profunda de su destino. Lo iki debe ser franco, simple, “lleno de cortesía”, y de un estilo elevado. ¿Pero cómo se logra semejante desapego?
La existencia de una sociedad específica, que establece un puente entre los dos sexos, ofrece innumerables ocasiones de sufrir desengaños. Isayoi no es la única en lamentarse en estos términos: “Nos encontramos muy pocas veces y ya habla usted de ruptura, estimado Seishin. ¿Acaso es usted un demonio bajo la apariencia de un Buda?”. Cuando la confianza que se entregó con toda el alma resulta una y otra vez traicionada, el corazón, fortalecido por el sufrimiento, no esperará ya la concreción de su anhelo. Al perder la confianza ingenua en el otro sexo, se rinde a la evidencia de que todo se paga. “A ese mundo se lo denomina ‘mundo flotante’ (ukiyo), ya que nada de lo que uno desea se cumple. De esta imposibilidad nace la resignación.” En ese mundo también se experimenta bonnô: “A causa de lo que hay de malo en el hombre, nos enfrentamos con su frialdad y su inconstancia”, y eso hace que el vínculo del amor sea “más delgado que un hilo, una nada lo rompe, una nada lo desata”. Surge entonces un pensamiento escéptico: “El corazón del hombre es como el río Asuka: el cambio incesante es habitual en nuestra profesión”, o pesimista: “En nuestro oficio no hay nadie a quien querer. En este vasto mundo, ningún cliente piensa en nosotras”. Quizás a esto se debe que sea más frecuente encontrar iki entre las geishas maduras que entre las jóvenes.
En suma, iki se sustenta en ese mundo de sufrimiento (kugai) donde “el cuerpo está a merced de las mareas, impedido de navegar libremente”. La resignación (akirame), que adopta en el iki un aspecto de impasibilidad, anida en un corazón pleno de cortesía, fortalecido por el sufrimiento experimentado en este mundo flotante y en esta “vida de amargura”, corazón impasible que posee el estilo elevado de quien desechó todo inútil apego a la realidad. Esta es la razón por la que “la gente tosca” (yabo) se convierte en iki luego de ser vapuleada por la vida”.
Cuando percibimos detrás de una sonrisa embaucadora leves rastros de lágrimas ardientes y sinceras, estamos en condiciones de captar la verdadera naturaleza de iki. Puede que el akirame de iki sea un estado de ánimo generado por la madurez y la decadencia que acarrea. Acerca de las experiencias y el saber crítico recogidos a base de iki, es probable que se trate más de una herencia cultural que de una adquisición individual. Como fuere, ambas vías son conducentes. iki expresa la resignación ante el destino, y la impasibilidad surgida de esa resignación. Así, en la concepción budista de la vida, el ciclo de las transmigraciones y la mutabilidad de las cosas (mujo) se consideran manifestaciones de la idea misma de desigualdad. Pero la resignación (akirame) reposa sobre la noción de vacío y de nirvana, y por lo tanto es capaz de inducir templanza ante el destino y resignación en la adversidad. Dentro de este contexto, subraya y aclara el punto de inflexión encarnado por el ie keiki (momento dinámico) del iki.
“La luna es mejor”
Resumiendo, la estructura del iki tiene tres momentos cruciales que determinan los caracteres étnicos e históricos: “la atracción” (bitai), que constituye su fundamento, “el coraje” (ikiji) y la “resignación” (akirame). El segundo y el tercer elemento parecerían incompatibles con el primero, ¿pero es así?
Como ya se ha mencionado, la existencia de bitai descansa sobre la potencialidad misma de la dualidad. Por su parte, la segunda característica, “el coraje” (ikiji), tiene su origen en el idealismo y acentúa la tensión y la resistencia de bitai, procurando mantener abierta la posibilidad en tanto posibilidad. En otras palabras, ikiji acentúa bitai, aumentando su luminosidad y resaltando sus aristas. Definir la potencialidad dual de la atracción (bitai) por medio del coraje (ikiji) es defender la libertad.
El tercer elemento, la “resignación”, tampoco es incompatible con la atracción. Cuando la atracción no alcanza la meta, permanece fiel a sí misma. Por esta razón no sólo no resulta ilógico que la atracción asuma la forma de resignación ante su objetivo, sino que además esta última se revela como el principio original de la atracción. La unión de resignación y atracción significa que el destino exige una completa devoción a la libertad, y, a la inversa, que la presuposición de lo posible esté determinada por la necesidad. Se trata de una afirmación por la negación.
En efecto, la atracción (bitai), en tanto forma de ser de iki, está determinada hasta su concreción por el coraje (ikiju), basado en el idealismo del bushido, y la resignación (akirame), que tiene como contexto el irrealismo del budismo. De ahí que iki sea la quintaesencia de la atracción. iki desprecia toda concepción barata de la realidad, y con audacia pone lo práctico entre paréntesis. Al respirar ese aire de trascendencia, se embarca en un juego con sus propias reglas, de modo neutro y desinteresado. En una palabra, se trata de la atracción por la atracción. La pasión, con toda su gravedad y ceguera, ya sea en su concreción o en su imposibilidad, se opone a todas luces a la esencia del iki.
El iki debe elevarse por sobre las coacciones del amor para cumplir con su carácter indiferente y libre. “Mejor la oscuridad que la luz de la luna”, refleja las tinieblas de un amor delirante. “La luna es mejor”, por el contrario, refleja un estado de ánimo iki, que no puede sino sacar de quicio al enamorado. “Por culpa de mi corazón vivo como un ser tosco (yabo) en ese mundo flotante e iki; la pasión se ha adueñado de mí.” Se produce aquí un claro enfrentamiento entre la necesidad de amor y el potencial trascendente del iki.
Cuando “una pareja que se jacta de ser iki” pierde el espíritu de autonomía en el que sólo es admisible “enamorarse por capricho”, termina quejándose: “Cuanto más te quiero, más pesa sobre nosotros la reputación de ser poco refinados (yabo)”.
“Una relación que dura el efímero instante de la flor del loto” es del orden del iki, pero “cuando el affaire es poco refinado (yabo) y los amantes se vuelven inseparables”, estamos muy lejos del iki.
No es de extrañar entonces que se burlen: “Usted ya no forma parte del mundo iki, es tan poco refinado como un samurai”.
Si “el fuego arde en el pecho como horno de techador”, ya no se puede aspirar a la “reputación iki de la geisha Koumé”. La embriaguez que Stendhal llamó amour-passion es ajena al iki. El seguidor del iki debe lograr el desapego de una vida dedicada a recoger helechos mientras se respira el aire suave del amour-goût (“amor-gusto”). Sin embargo, el iki no podría corresponderse con el rococó de “un cuadro donde todo, hasta la sombra, es color de rosa”. La tonalidad propia del iki sería el beige claro, “de un elegante hakama del remoto pasado”.
En definitiva, el iki debe alcanzar su concreción existencial a través de su causa material, la atracción (bitai), y su causa formal, el idealismo y el irrealismo religioso propios de nuestra cultura. El iki parece adoptar una autoridad suprema y ejercer el irresistible encanto que estas palabras ejemplifican claramente: “Engañada por un corazón iki, me aferro a él como a la verdad, aun cuando sepa que es mentira”.
Cuando en Une promenade au Japon, Kellerman dice de una mujer japonesa que “las europeas nunca podrán alcanzar el encanto (bitai) al que sucumbí”, podemos pensar que el autor experimentó la fascinación del iki.
* Fragmento de La estructura del iki. Reflexiones sobre el gusto japonés, de reciente aparición (ed. El Cuenco de Plata).