Camino de las pedrerías 16 Dic 2006

Brillantes objetos del deseo

Revista Ñ | Alejandra Varela

El sexo es abordado como un juego siniestro, pero con un lenguaje de riqueza barroca, en los relatos de Marosa di Giorgio.

 

 toda niña o adolescente se le aconsejará cuidarse si sale sola y, en especial, se le dirá que tome ciertas precauciones si va a internarse en el bosque. A este miedo infantil, plagado de fantasmas y perversidades se acerca la autora uruguaya Marosa di Giorgo en Camino de las pedrerías, un libro de relatos eróticos.

El cuento infantil es el soporte de una sexualidad que a veces parece un espejismo, una alucinación en el bosque, hasta ser finalmente algo concreto, doloroso o placentero, desconocido y desconcertante. Marosa juega con la tensión entre ese mundo púber, en el que la sexualidad puede darse en el juego, con naturalidad y simpleza, y la mirada adulta sobre la infancia, que siempre tiene algo de depravado y ridículo. La violación infantil se acerca a lo fantástico, ligada a la incertidumbre de quién intuye. Pero no deja de ser brutal y siniestra, escondida en la casa, próxima al mundo de los padres que hablan de intrascendencias.

Los mitos griegos inspiran a Di Giorgio. El incesto, padres que devoran a sus hijos, animales que pueden ser dioses mutando en zorros o mariposas para poseer al deseado, mujeres que tienen huevos en lugar de hijos. Todo compone un universo surrealista con ecos de los antropófagos brasileños.

Los episodios ocurren rápido y son contados con cierto humor, basado en el modo casual de asumir lo extraordinario. El erotismo está lejos de cualquier forma de liviandad. La sexualidad es una experiencia oscura, riesgosa, alejada totalmente del amor. Las flores, los insectos, los hongos, pueden funcionar como sexos amenazantes o maravillosos.

Marosa di Giorgio se ocupa de construir un lenguaje propio para contar el erotismo: “Ella lanzó un pequeño grito. Él le puso el rostro, prehistórico, seco, entre los pechos y con la lengua le usaba los pezones. Hubiera querido tener dos lenguas. De alambre fino para surcarlos por dentro y los dos a la vez”. Nunca deja de ser poeta; se preocupa por crear imágenes y estados, por capturar ese momento donde la joven “fue poseída con furia y sorpresa y desencanto”. Desconcierta con sus adjetivos: “Estaba dinamitada cuando se unció al hombre aquel que la dejó enseguida y quedó asustado”. Le fe religiosa se convierte en pasión erótica. La virginidad atrae a los animales del bosque que buscan a la niña para sacársela de golpe.

La lectura de este libro es absolutamente placentera, pero Marosa di Giorgio no le teme al juego despiadado que encierra el erotismo y provocará en algunas mujeres cierta tristeza. Di Giorgio es, por momentos, sumamente masculina al entender la intención de ese hombre adulto frente a la niña púber, y es terriblemente femenina al desplegar un universo de palabras incontenible.