El Gran Ratón Dorado, el Gran Ratón de lilas 24 Oct 2008
Revista Noticias | Elvio Gandolfo
Es un atracón peligroso, que conviene dosificar. Como suele ocurrir con muy pocos escritores del Río de la Plata, el lector argentino tiene ahora a su disposición la totalidad concreta de la obra de Marosa di Giorgio.
A la vez contundente y elusiva, barroca y familiar, suspendida entre las chacras y los patios de la infancia, y un mundo pululante y fantástico de seres animales, vegetales y mixtos donde la figura de la Madre ocupa un puesto central, es sobre todo en el lenguaje donde estalla su originalidad absoluta. El grueso volumen único de “Los papeles salvajes” recoge lo que hasta ahora circulaba en dos tomos, y le agrega el libro “Diamelas a Clementina Médici”, donde alcanza nuevas alturas en lo que escribe a la memoria de su madre, otro póstumo dedicado a su padre y un breve texto autobiográfico inicial.
Basándose en un grueso volumen de Leonardo Garet y en testimonios personales, el poeta y ensayista Luis García Helder (en cuyas manos está el cuidado de la edición) construye un texto final con todos los datos biográficos y bibliográficos.
Los cuatro libros de relatos eróticos recogidos en “El Gran Ratón Dorado...” continúan el mundo de los “papeles salvajes”, pero le dan una dimensión narrativa especial, muy notoria en “Rosa mística”. Las sorpresas son, si es posible, mayores que en sus supuestos poemas (en general más bien prosas poéticas breves). Ayuda el nada vano prestigio del sexo para la mirada, el cuerpo y la mente humana, sometidos aquí a la gran mezcladora de zonas correctas e incorrectas, etéreas o cargadas, en que suele convertirse Di Giorgio con total naturalidad.
Hay evoluciones en estos dos grandes libros, pero también una continuidad profunda bajo la superficie en permanente ebullición. Como si aquella infancia que desemboca en la madurez rara y sesgada de sus relatos eróticos, cargara con una sabiduría infinita para expresarse y alcanzar mundos paralelos. En la última línea del último libro de “Los papeles...”, habla de su padre, y lo imagina en “una chacra virtual, y entre la leve lluvia y las más levísimas lloviznas, prosiguen bien en alto, tus estrellas, hongos rojos de Toscana.” En algún lugar semejante puede estar Marosa, emitiendo sin cesar, siempre, este mundo pánico, sin límites de corrección familiar, amorosa, o textual.
Un solo peligro corren libros tan gruesos y tan brillantes, en el sentido más pleno de la palabra: atosigar, quedar pronto cerrados por pura intoxicación verbal. Por eso conviene ir leyéndolos de a poco, salvo quienes no puedan parar, ya adictos.