La rebelión de la flor 15 Ene 2010

El placer del desconcierto

ADN | La Nación | Soledad Quereilhac

 

Armonía Somers (1914-1994) es una escritora uruguaya cuyo reconocimiento no alcanzó aún la altura de su obra literaria. Emparentada en numerosas ocasiones con Felisberto Hernández, debido al enrarecimiento de sus ambientes e historias, es dueña de un estilo originalísimo que lleva el español rioplatense hacia metáforas y adjetivaciones impensadas y que persigue, a todas luces, uno de los objetivos más difíciles y más propiamente artísticos de la narrativa: construir realidades meramente verbales; hacer aflorar a fuerza de sintaxis un cúmulo de percepciones, emociones, pensamientos y, con ello, transformar el mundo en algo mucho más extraño de lo que creíamos.

Hija de un comerciante anarquista y anticlerical, condición fácil de conjeturar si se atiende al sustantivo abstracto que la nombra, ajeno al santoral, Somers se ha camuflado a lo largo de toda su obra tras un pseudónimo: su apellido original era Etchepare, con el que seguramente la identificaban en su profesión de maestra y luego de investigadora en educación, de amplia trayectoria tanto en su país como en el exterior. Es poco lo que se conoce de su vida personal, pero no es difícil deducir la razón práctica del pseudónimo si se considera el escándalo que ha suscitado su literatura desde sus inicios. Cuando en 1950 dio a conocer La mujer desnuda en una separata de la revista Clima de Montevideo, la novela fue duramente criticada por pornográfica y no logró ser editada en libro hasta 1966. Por su parte, el espléndido relato "El derrumbamiento" (1953), el primero que escribió en su vida y que abre La rebelión de la flor , también lidia con temas tabú, aun para la secular cultura uruguaya de entonces: en él asistimos a la mágica pero a la vez sórdida escena en la que un hombre negro, luego de asesinar a un blanco y refugiarse en un paraje miserable, vive un encuentro sexual con la virgencita-estatua que cobra vida y le pide, sutilmente, que la masturbe. El cuento debería, sin duda, saltar los límites de esta "antología personal" e incorporarse a las antologías del relato hispanoamericano.

De lectura morosa por momentos, su contemporáneo Mario Benedetti encontró en sus primeros cuentos "la mala digestión de lecturas riesgosas" así como estructuras narrativas "débiles y confusas", aunque a la luz de su segundo libro de relatos, La calle del viento norte (1963) relativizó estas sentencias y debió admitir la belleza que los definía. Lo cierto es que la dificultad de algunas de sus narraciones está en estricta sintonía con las experiencias que persiguen asir y con el punto de vista -raro, torcido, iluminado- que las aborda. Así, en otro de los espléndidos relatos del volumen, "Réquiem por Goyo Ribera", el tejido de recuerdos, rencores y cuentas pendientes que depierta la muerte (la propia, la del amigo) crea una estructura narrativa compleja, deudora de cierto aire surrealista.

Integran también La rebelión de la flor (una antología pensada por la autora, en 1989) relatos de su segundo libro, entre ellos, el que le da el título, "La calle del viento norte"; otros publicados en revistas del Uruguay, como "El entierro" ( Marcha , 1959) o "El hombre de la plaza" ( Maldodor , 1969); y el inédito "Jezabel". En la mayoría de ellos, deslumbra el particular don para la metafora extraña y la comparación desconcertante ("voz de miel quemada" o plenitud agotada "como a una vid con los racimos en pretérito indefinido"), recursos en los que verdaderamente reside la clave de tanta perturbación, de tan desconcertado placer en la lectura.