Las alas de la paloma 13 Jun 2009

La figura de la economía

El Litoral | Enrique Butti

 

Al publicarse, en 1902, en libro (no en episodios), “Las alas de la paloma” dio a Henry James una libertad inusual de extensión y estructura (pudiendo contar así con “las manos libres”, como explicita en el prólogo), un hecho nada marginal para un autor que llena sus notas de escritor de cifras coercitivas (y a menudo angustiadas) de caracteres y páginas que le imponen los editores o que se impone él mismo, manifestación de otro de los factores económicos pocas veces atendidos y que deberían verse como centrales en su obra.

“Las alas de la paloma” pertenece a lo que ha dado en llamarse período del “James tardío”, que produjo sus novelas más complejas y aventuradas: “Los embajadores” (su novela preferida), de 1903; “La copa dorada”, de 1904, y que, junto a las anteriores “Retrato de una dama”, “La princesa Casamassima” y “La fuente sagrada”, conforman el corpus de las más importantes novelas “largas” de James.

Los biógrafos suelen citar como importante antecedente de “Las alas de la paloma” la noticia que James recibe en 1870, estando en Inglaterra, de la muerte en los Estados Unidos de su joven prima Mary Temple, a quien adoraba. Pasarían sin embargo más de veinte años antes de que se decidiera a escribir esta novela. En el prólogo anota: “Difícilmente pueda recordar una época en la cual la situación sobre la que en gran parte se basa esta extensa historia de ficción no estuviera vívidamente presente en mí. La idea, reducida a lo esencial, es la de una joven consciente de su gran capacidad para vivir, pero desde temprano golpeada y condenada, sentenciada a morir en breve plazo, no obstante su amor por la vida; pero que sabiéndose condenada aspira ardientemente a “agotar’, antes de extinguirse, todos los estremecimientos posibles para obtener así, aunque de una manera fugaz y parcial, la sensación de haber vivido”.

La novela es eso y mucho más, entre otras cosas detentar la siempre oculta trama en la figura de los tapices de James, y que esencialmente atañe a lo económico, al dinero o, si se quiere volar más alto, a la contingencia de lo material que dirige la vida de los humanos, y quizás no sólo en nuestra civilización.

Kate es una muchacha pobre y acosada por la “nociva influencia” de un padre miserable y de una hermana malcasada que naufraga con sus hijos en la indigencia. La esperanza de ellos se cifra en la riqueza de una tía que ha tomado bajo su protección a Kate. Pero el contrato que esta tía ha establecido es claro: si quiere continuar bajo su socorro, Kate debe concertar un matrimonio conveniente. Y el joven Merton, con quien Kate está secretamente noviando, no cumple con las ambiciosas exigencias de la tía. Es entonces que hace su aparición la dulce paloma, la joven “consciente de su gran capacidad para vivir, pero desde temprano golpeada y condenada, sentenciada a morir en breve plazo, no obstante su amor por la vida”. Se trata de Milly, una norteamericana millonaria que viaja por Europa, ansiosa de experiencias. Kate concibe el plan de que Merton enamore a Milly, se case con ella, herede a su muerte y pase a ser el pretendiente rico que también la tía aceptaría.

Hay un James novelista y uno cuentista (el gran ensayista está al servicio de ellos, o al menos siempre dependiente de los propósitos que guiaron a sus cuentos y novelas, o de los autores que estudia) y sus devotos suelen preferir a uno o al otro, pero todos seguramente acordarían que en “Las alas de la paloma” el vuelo que James despliega es incomparable, entre otras cosas porque su complejidad no es ardua -como en “Los embajadores” o en “La fuente sagrada”- y sin embargo sus propósitos y recursos (los juegos de puntos de vista y de los “centros de conciencia”, el equilibrio entre los diálogos -“escenas dramáticas”- y el análisis de los tropismos psicológicos, y todas las otras ambiciones que detalla en el prólogo) se ajustan en cada paso a la anécdota de una forma esencial, como en una sostenida y lograda trama de misterio, a la cual el lector asiste emotivamente (mudando emociones con el transcurso de las páginas) merced a la amplificación de las conciencias que viven y arman el drama.

Las traducciones argentinas de James (de José Bianco, Carlos Gardini, Elvio Gandolfo, entre otras) se destacaron siempre respecto de las realizadas en otros ámbitos de la lengua castellana, no pocas de ellas ilegibles. De “Las alas de la paloma” contábamos con una excelente versión de Alberto Vanasco, aunque con tropiezos, errores y erratas que fueron heredándose en las distintas reediciones. Ahora Edgardo Russo ha revisionado esa traducción y subsanado los inconvenientes con la pericia que esta novela extraordinaria merecía.