La mujer desnuda 26 Jun 2007

Los simulacros de una maestra

El País | Montevideo | Gloria Salbarrey

 

EN LAS ÚLTIMAS décadas los viejos tabúes se han ido transformando en hechos familiares, estudiados, exhibidos o denunciados. El sexo, por ejemplo, se ha convertido en un artículo de consumo que circula casi sin censura por los medios. El rock, el cine y las guerras lo han asociado con signos religiosos, satánicos o sádicos. En este clima el universo de Armonía Somers ya no tendría que asustar.

Sin embargo la obra pionera que la editorial Arca ha comenzado a reeditar sigue siendo perturbadora y polémica, pese a los elogios y a la influencia de "la reflexión sobre la problemática de la mujer y una reivindicación de la `diferencia`-y no ya de la igualdad", que Ana María Rodríguez Villamil apunta en el prólogo del primer volumen, inscribiéndola en "lo que hoy se llama `escritura femenina`".

En su momento el discurso sexual transgresor funcionó como la punta de un iceberg disimulando otros retos y tensiones persistentes. Hoy los vientos propicios escamotean el sello beligerante de una producción cuyo diseño deliberado incluye cinco novelas, una veintena de cuentos y la figura enigmática de la autora, construida como una criatura de ficción. Es decir, con las estrategias de subsistencia, desafío y defensa de una francotiradora que juega a mostrarse enmascarada y a descubrirse, en un acto de "reverencia" al lector, para que la imagine a su antojo. Las dificultades de la inserción de una mujer intelectual en la democracia del siglo pasado tampoco agotan las angustias humanas exploradas en sus ficciones. Bajo su pluma las situaciones que hoy no sorprenderían, siguen provocando emociones arrolladoras. La originalidad y la vigencia de sus ficciones no se miden según la moda, la fama o las anécdotas pintorescas de su vida y su entorno.

LA MUJER DESNUDA. En 1950 la revista Clima publicó la primera novela de una maestra desconocida que Carlos Brandy descubrió fuera del ambiente literario. Casi jugando con una guía telefónica en la mesa de un bar, habrían inventado un seudónimo para evitarle dificultades prácticas a la novelista. La elección recayó en el apellido de un arquitecto, que a ella le traía el sonido de otras lenguas y la imagen del verano. En homenaje a su padre muerto en 1940, conservó el primer nombre de pila que él le había dado en honor a los falansterios anarquistas. O según otra versión, inspirado en Floreal y Armonía, la pareja protagonista del novelón Sembrando flores. Así quedó bautizada Armonía Somers, con un "alias" paradójico, en contraste con su obra y personalidad.

El equipo de Clima, que según la escritora se fundió con la generosa edición del libro, le regaló los plomos con los que el año siguiente se imprimió una segunda edición, adquirida en su totalidad por el director de la Biblioteca Nacional quien la distribuyó entre sus amigos. Con lo recaudado la novelista, que había quedado exhausta, en plena crisis espiritual, hizo un viaje a Chile para recuperarse. La identidad y el género de la autora se habían convertido en la comidilla de las tertulias y los cafés. A la cabeza de la contienda contra la mediocridad provinciana en la que habían caído sus predecesores con ayuda del Estado, los jóvenes del 45 no podían ni imaginar que un "outsider" llegara sin aviso y sin permiso se pusiera a tallar en rodeo ajeno. En el papel de detectives imaginaban quién podía ser, mientras como jueces se iban poniendo a favor y en contra de la obra, a veces en presencia de la involucrada que intervenía de incógnito. Aunque ya había mujeres participando en las experiencias colectivas de la época, por lo general calladas, escribiendo sus versos y algún análisis crítico, pensaban que no podía tratarse de una de ellas sino de un grupo o un hombre encubierto, mejor si era delicado por demás o abiertamente homosexual. Además de algunos elogios entusiastas, la acogida machista fue terrible. Para las costumbres de la época la historia de Rebeca Linke era inaceptable. Una mujer que perdía la cabeza literalmente decapitada y luego se la encasquetaba otra vez como un yelmo de guerra, tomaba la iniciativa, salía al campo, acariciando su cuerpo desnudo con deleite, y llegaba a un pueblo pobre y prejuiciado. Convertida en otra, en la naturaleza era un "escándalo" y en la sociedad, una tentación o un ejemplo. De poco servía que explicara: "Tomé mi libertad y salí. He dejado los códigos atrás, las zarzas me arañaron por eso". Era difícil reconocer que la angustia y la crisis generacional pudieran abarcar al mismo tiempo a El pozo de Onetti y a esta rebelión femenina.

Tampoco era usual que la narradora se apropiara de la voz de los hombres, poniendo en sus labios deseos, culpas y amenazas violentas, capaces de arrancar confesiones lésbicas de una esposa. Mientras la novela de la ciudad ganaba terreno, superando a la narración campera y creando el llamado realismo crítico, Armonía inventaba un diálogo inclasificable de ese lenguaje con los elementos fantásticos e imaginarios. A partir de situaciones inverosímiles conseguía un efecto siniestro: hacer sentir que "un ser encadenado a la realidad por tantos años de grilletes podía soltarse en un segundo los hierros viejos", y que de pronto el lector -o la lectora- podría ser uno de esos sujetos grotescos, angélico y diabólico como el sacerdote.

La parodia del Génesis bíblico, del ritual religioso y de la castidad traicionada obedecen a la intención de burlarse de los mitos que manifiesta Rebeca, pero además replantean el problema del pecado original y de "la inocencia mal perdida". La crítica anticlerical y antidogmática no impide que en los asuntos profanos, en las escenas sexuales violentas o placenteras, se sienta sobrevolar lo sagrado con humor, inocencia y pureza, en forma de una experiencia ética apasionada.

La acción casi lineal de La mujer desnuda llega a la meta sin confusiones posibles, con un mensaje contundente y cerebral, semejante a una tesis o un pronunciamiento. Casi por única vez la novelista explica y desnuda sus vivencias en un texto que se ha vuelto programático. En él están presentes todas las líneas de exploración novelesca herederas del romanticismo, el simbolismo, el surrealismo y el expresionismo que de ahí en adelante profundizará anticipando el posmodernismo.

LOS CUENTOS. Armonía fue una cuentista excepcional. Todas sus novelas -las mejores y las peores- contienen alguna joya de este rubro. El género breve le permite ser más enigmática y desconcertante apuntando justo a las entrañas vulnerables de los lectores. Los críticos más rigurosos y renovadores acusaron estos golpes. Rodríguez Monegal nunca la apreció y Ángel Rama, amante de raros, malditos y de la literatura femenina, la animó, la elogió y la editó dejando traslucir cierto embarazo. Aunque el sexo era la vedette o la excusa, le reprochaban rasgos que hoy cosecharían aplausos: la hibridez, la heterogeneidad, la violencia y la sordidez, los recursos efectistas e incluso incorrecciones sintácticas.

El primer cuento fue escrito en 1948, luchando contra el viento de la playa Pocitos que le arrebataba las páginas. Tituló al libro El derrumbamiento y no "El descubrimiento", como repiten las contratapas de los dos tomos de la antología de Arca, entre otras muchas erratas.

En 1953, el año de su publicación, recibió el premio del Ministerio de Instrucción Pública, pese al revuelo de la crítica. Muchos, incluso Rama, vieron una masturbación sublimada en la historia de Tristán, un negro fugitivo que se encomienda a la virgen con imágenes emparentadas con los cantares bíblicos y el romancero. En respuesta ella, que está presa en el altar, lo invita a acariciarle las piernas, más y más arriba, a devolverle la vida y el movimiento, ayudándola a vengarse de quienes han matado a su hijo. Por virtud de la ambigüedad, este texto blasfemo, patético y dramático puede soportar otras lecturas psicológicas y morales sin perder su belleza deslumbrante. Tristán no es el único personaje de su raza infantilizado por la autora, aunque la inferioridad hace que reciba la gracia o la elección. Casi todos los personajes de los cuentos son seres marginados, periféricos o subalternos, pertenecientes a esa zona que comparten los idiotas y los niños en la última novela. Crecen y se ahondan en torno a obsesiones sublimes y abyectas que hacen caer el velo de las apariencias prestándoles cierta clarividencia.

Las transgresiones novedosas, la homosexualidad, la violación o el incesto, son solo parte de la experiencia humana, que abarca la soledad, la muerte, el amor, la belleza y el horror. La atmósfera, que legitima los hechos sobrenaturales como un paréntesis posible en la "normalidad", nace de esa forma de narrar que para Nicasio Perera implica siempre "de una manera más o menos desembozada, una `profanación`". Bastan unas palabras de "La puerta violentada" para enrarecer la situación típica de alguien que revisa un billete de lotería. La realidad se agrieta dejando entrar "unas inicuas pelusas" y el tiempo de las mujeres, "tieso en el aire como sus antiguos vestidos".

Quizás a causa del atractivo clandestino del libro, en la imprenta los tipógrafos se sacaban chispas para corregir los cuentos de la "maestrita". Rodolfo Henestrosa, el enigmático policía que sería su esposo, la conoció entonces, leyendo de apuro los originales que lo cautivaron, cuando él trabajaba en los Talleres Gráficos Sur. Se casarían poco tiempo después. Además del misterio sospechoso, él aportaría a la pareja la galantería y el buen humor necesarios para el diario vivir y para guardarle la espalda de los curiosos indeseados. Él era quien le compraba los novelones de Pérez Estruch en la Feria de Tristán Narvaja, igual que Dolly le conseguía las novelas policiales a Onetti.

SECRETO A VOCES. Un periódico reveló antes de tiempo que Armonía Somers era Armonía Etchepare, una maestra humilde que supo escalar en las jerarquías escolares. El accidente previsible, que contradecía su voluntad, siempre la fastidió porque hizo que se le preguntara una y otra vez las mismas cosas acerca de un pasado que había dejado atrás y acerca de un presente contradictorio: una Educacionista, con mayúscula, que de pronto salía a ventilar una imaginación que por entonces se consideraba casi pervertida. Al parecer el incidente no tuvo consecuencias prácticas. No hay noticias de que las autoridades lo observaran ni que pusieran coto a su poder o autoridad magisterial. Con el tiempo, Armonía se iría alejando del aula, donde tenía influencia directa sobre los niños, desempeñándose desde 1957 en la subdirección de la Biblioteca y Museo Pedagógico, y desde 1962 hasta 1971 en la dirección del Centro Nacional de Documentación y Divulgación Pedagógicas.

No hubo reacciones en Educación Primaria, cuyos programas reducían la educación sexual a la reproducción de las plantas. Incluso el movimiento de escuelas rurales, que incluía entre sus innovaciones la promoción de la mujer, fortalecía los roles tradicionales. Si bien Armonía no debe haber privilegiado la costura y la cocina hogareña, en lo demás y en apariencia había cumplido con las pautas convencionales. Había sido una estudiante meritoria, una hija pendiente de las necesidades familiares, y una maestra sensible que había ascendido por concurso. El recuerdo de sus alumnos coincide con este retrato escrito por Ángel Rama: "Nada más magisterial, dulce y hasta convencional que la persona que encubre el seudónimo Armonía Somers, casi el prototipo de la maestra de primeras letras de voz aterciopelada, de empaque maternal, de suave tono vital…".

Disfrutaba de una posición laboral sólida, que la llevó becada a Europa y a cargos de la UNESCO, por ejemplo, para estudiar la delincuencia y la educación. En la práctica había advertido que en una escuela de Pocitos obtenía mejores resultados que en las zonas periféricas donde las ratas cruzaban el salón y debía abrigar a los niños con ropas tejidas por sus hermanas. No participaba en las luchas gremiales que se enfrentaban con la conducción política del ente educativo, pero los artículos escritos para los boletines pedagógicos oficiales están en consonancia con las ideas e inquietudes del momento, acentuando el tono moralizador o domesticador que contrasta con el aspecto transgresor de su literatura. La funcionaria ejemplar no podía bajar la guardia y poner en riesgo el sitial de respeto que tanto le había costado conseguir. El sistema toleraba lo que se escapaba de los moldes y las normas, mientras permaneciera invisible.

LA "MAESTRITA" RENEGADA. Los rencores del ascenso y la integración social "a la uruguaya" se cuelan cada vez que la escritora abona la hipótesis de la doble vida o la doble personalidad y se burla de ella misma o de un conjunto de discriminaciones sociales, morales y culturales, que incluyen el género, soltando un comentario de este tenor: "¿Te creíste que yo era solo la maestrita? No, también soy esta otra".

Nacida en un pueblo, Pando, en 1914, hija natural de un padre sastre, o comerciante como ella prefería evocar a aquel anarquista seductor, y de una madre católica, descendiente de inmigrantes italianos analfabetos, debe de haberse sentido señalada por la pobreza y por la irregularidad del hogar. Pobreza que excluía a dos medio hermanos por parte de padre -quizás sobrinos de la madre- abandonados en el hospicio por medio del horroroso y anónimo mecanismo del torno.

Comparado con todo eso, el estigma de la pueblerina en la ciudad debe haber sido menor, aún subrayado por las ropas poco elegantes, confeccionadas en casa, que no disimulaban la figura algo desproporcionada.

Sin embargo para ella estos datos no eran toda la verdad sino biografías "falsas", tipo "la fórmula petrificada: Fulano, año mil y tantos" del cuento "El memorialista". Debajo de las apariencias el padre era un soñador y la madre, además de tender la red de circo para recogerlo cuando caía, también había saboreado las quimeras del teatro y la escritura.

Como si fuera hija de sí misma, a lo largo de su vida la maestra se encargó de hacer caer la realidad en su trampa y de revertir poco a poco los defectos, llamémosle así, que le habían sido dados, evitando como en el cuento a "la gente que tenía un deseo loco de oírle decir mentiras". Con la educación mejoró la situación económica; se mudó a Montevideo; emigró de Maroñas a Pocitos. Luego se instaló en el emblemático y céntrico Palacio Salvo y se hizo de una casa veraniega en Pinamar, llamada pomposamente Somersville. Además del seudónimo, hizo un trámite en el registro civil para ser reconocida como hija legítima; recurrió a una cirugía para retocar el busto y el rostro. Por último compró una parcela, que compartió con el marido y la madre en el Cementerio Británico, en cuya lápida inscribió sólo su nombre literario.

Las transformaciones o renacimientos fueron radicales, como si fuera posible borrar y empezar de nuevo. A diferencia de la mayoría de la gente que se muestra orgullosa de ser hija de sus obras, exhibiendo los orígenes que se superaron para llegar a ser "alguien", la escritora los oculta encarnizadamente como si se avergonzara o temiera volver a ellos. Varias veces declaró que las entrevistas la obligaban a regresar a un mundo donde no había querido nacer. Su secreto la sobrevivió en los deudos que querellaron a Ana Inés Larre Borges, que escribió una biografía de la escritora, (Mujeres Uruguayas II, Alfaguara) cuyos hallazgos se recogen en esta nota.

Armonía prefiere inventarse otra vida y llevar el simulacro de las palabras a los hechos como si le diera una cachetada a la utopía democrática en pago de otras humillaciones. O con un motivo más simple, llámese timidez, o temor a que sus ficciones terminaran saqueadas en busca de datos biográficos, como si las desgracias la hubieran convertido en escritora.

El divorcio entre la maestra y la escritora subversiva es una trampa peligrosa. Ambas se necesitan, aunque se repartan celosamente los roles y los espacios, como las dos ramas de un mismo tronco que ha señalado Nicasio Perera. La transgresión no existiría o sería otra, si las normas y las convenciones no hubieran sido comprendidas y acatadas. Por eso aunque proteste, Armonía no sólo sabe que en un medio tan pequeño no puede ocultar su identidad, sino que juega con las máscaras, los ritos y la teatralización escenográfica.

LA FÁBULA Y EL EFECTO KIRLIAN. Para ella escribir siempre fue una dura batalla, seguida por años de silencio durante los cuales los gérmenes nuevos andaban acechando. El obstáculo no era el lenguaje, que podía distorsionar a gusto por mucho conocerlo, sino las conmociones propias y ajenas que la sacudían y debían madurar para evitar "la malversación de fondos argumentales".

La historia podía surgir de un objeto, de un lugar, o de la confidencia de una amiga adulta, por ejemplo, que le regaló su fotografía de niña melancólica, vestida con un moño, un sombrero y una chaqueta de varón. Poco después de publicar esta novela polifónica, Un retrato para Dickens, la inspiradora murió, como si delatara los poderes mágicos de la escritura. Al principio escribía en la mesa de un café de Montevideo, o de París, que hizo suyo al redactar la novela De miedo en miedo. Después fue prefiriendo un lugar protegido, donde los objetos propiciaran los fantasmas y la posesión diabólica del trabajo y la inspiración. En el Palacio Salvo tenía un ángel tutelar, tamaño adulto, regalo de Henestrosa. Detrás de los pinos y el balcón al mar de Somersville, atesoraba caracoles, peces disecados, un arco, una rueda, un baúl de piratas y toda una suerte de fetiches de sus obras pasadas y futuras, a los que atribuía ciertos poderes ocultos.

Ella creía en "el efecto Kirlian", un experimento del 900. La posibilidad de fotografiar las cosas que ya no están o la aureola coloreada que rodeaba la imagen de las personas aparece en los cuadernos o series de colores de la penúltima novela, escrita en la buhardilla del balneario y publicada después de diez años de silencio, que recrea una larga experiencia hospitalaria autobiográfica. El título -Sólo los elefantes encuentran mandrágora- remite a una hierba medicinal cuya raíz tiene forma humana y los "elefantes" representarían la imposibilidad de encontrarla, o a los libros de una mujer que combate la muerte, atrapada en un cuerpo quebrantado. En un delirio desbordante e inabarcable, la enferma huye a los sueños, los recuerdos y las lecturas. La trama adquiere una complejidad densa en la que se superponen los sujetos que leen, escriben o imaginan para ella, interpelando el lenguaje médico, el folletín meloso, sus recreaciones plebeyas, y muchos otros registros o códigos que abarcan la música, las ciencias ocultas y episodios políticos carnavalizados. El discurso fragmentario, espeso y hermético evoca los fluidos corporales identificados con la literatura: "una especie de almácigo pútrido cultivado con esmero".

En 1986 se publicó Viaje al corazón del día, un melodrama ahistórico y desterritorializado, escrito un par de años antes en la "torre de marfil" del Salvo, mientras la solitaria novelista oía los coros de la plaza: "Se va a acabar. Se va a acabar…".

 

Los libros

Novelas:

La mujer desnuda. Montevideo. Arca. 1950.

De miedo en miedo. Montevideo. Arca. 1967.

Un retrato para Dickens. Montevideo. Arca. 1969.

Viaje al corazón del día. Montevideo. Arca. 1986.

Sólo los elefantes encuentran mandrágora. Buenos Aires. Legasa. 1986.

Cuentos:

Tríptico darwiniano. Montevideo Ed de la Torre. 1982.

La rebelión de la flor (Antología personal). Montevideo. Linardi y Risso. 1989

Todos los cuentos 1953-1967. 2 tomos. Montevideo. Arca. 2007.

El único volumen colectivo dedicado a su vida y obra es Armonía Somers, papeles críticos, coordinado por Rómulo Cosse. Montevideo. Linardi y Risso. 1990.