Escenas en el castillo 06 Abr 2008

Paul Gadenne: relatos desde las alturas

Perfil | Hernán Arias

Aunque gozó de cierta fama a mediados del siglo pasado, cuando publicaba sus novelas y cuentos, escribía una tesis sobre Proust y daba clases en La Sorbona, tras su muerte en 1956 la obra de Gadenne cayó en el olvido. Ahora acaba de publicarse “Escenas en el castillo”, un volumen que reúne todos sus relatos, entre los que se encuentra el célebre “Ballena”, en traducción del poeta Silvio Mattoni. Entre sus novelas, aún inéditas en español, se encuentran “Siloé” (1941), “Le vent noir” (1947), “La rue profonde” (1948), “L’avenue” (1949), y “Les Hauts-Quartiers” (1956).

 

Ciudad luz. La París de la primera mitad del siglo XX aparece una y otra vez como telón de fondo en la mayoría de sus relatos.

En el libro La enfermedad y sus metáforas, Susan Sontag escribe: “La enfermedad es el lado nocturno de la vida, una ciudadanía más cara. A todos, al nacer, nos otorgan una doble ciudadanía, la del reino de los sanos y la del reino de los enfermos. Y aunque preferimos usar el pasaporte bueno, tarde o temprano cada uno de nosotros se ve obligado a identificarse, al menos por un tiempo, como ciudadano de aquel otro lugar”. 

Paul Gadenne fue, al menos durante los últimos veinte años de su vida, un ciudadano de ese “otro lugar” del que habla Sontag: pasó varias temporadas internado en hospitales de altura, a donde eran enviados los enfermos pulmonares cuando todavía no existían los antibióticos. Era tuberculoso, y murió a causa de esa enfermedad en 1956, a los cuarenta y nueve años. 

La editorial El Cuenco de Plata acaba de publicar sus cuentos completos bajo el título Escenas en el castillo. Y, según aclara el poeta cordobés Silvio Mattoni en la Nota del traductor, Gadenne “tituló y ordenó el conjunto poco antes de morir”, pero la palabra “castillo” en la tapa del libro tiene menos que ver con la temática de los cuentos que con esos hospitales donde estos relatos fueron escritos. Dice Mattoni: “Varios de los relatos de Gadenne, intensificados así por una convivencia forzada con la muerte y concebidos en medio del aire hiperoxigenado de las alturas, adquieren entonces aspecto de parábolas, como si aspirasen a un sentido que no puede más que dejar atrás las historias, los detalles, pero que a la vez no puede prescindir de ellos porque nunca se conoce de antemano cuándo y dónde habrá de empezar el ascenso”. 

Salvo por el cuento Ballena, publicado por primera vez en 1949 en la revista Empédocle, que fue traducido y publicado hace algunos años en la Argentina, no había nada disponible del autor en nuestro idioma. Escenas en el castillo constituye la primera traducción de un libro suyo al español. 

Narraciones. Gadenne gozó de cierta fama a mediados del siglo pasado: escribió una tesis sobre Marcel Proust y dio clases en la Universidad de la Sorbona hasta que la tisis lo obligó a jubilarse muy joven. Además, publicó varias novelas en las décadas del 40 y del 50, y colaboró en las revistas literarias más importantes de la época. Sin embargo, tras su muerte su obra fue olvidada hasta que, en 1986, apareció en Francia una nueva edición de sus cuentos y sus textos volvieron a generar interés. Entre sus relatos pueden distinguirse al menos dos tipos: unos en los que el autor utiliza fórmulas más o menos parecidas a las del cuento clásico ­–incluso con final sorpresivo­–; y otros en los que se imponen las anécdotas y sobre todo el clima que se genera en ciertas escenas. Estos últimos resultan más interesantes, sobre todo porque al leerlos tenemos la sensación de que el narrador no avanza sobre territorio conocido, no ejecuta una fórmula, sino que apenas se nos adelanta y descubre con nosotros los vaivenes de la trama. Gadenne tampoco apuesta aquí por las epifanías, como lo hace, por ejemplo, Joyce en Dublineses. En estos cuentos el autor se concentra en la creación y el desarrollo de atmósferas que condensan la tensión de los relatos y los justifican. Dentro de este grupo hay dos cuentos excelentes: El descuido y Ballena.En El descuido, Gadenne narra un paseo del señor Dumontel, un empresario que acaba de recibir ese mismo día dos importantes propuestas de negocios, y decide salir a caminar por las montañas cercanas al pueblo donde se encuentra con su esposa. Dumontel sólo busca un poco de tranquilidad para pensar, pero por un pequeño descuido equivoca el camino y se pierde. Con sutileza, el narrador nos transmite las impresiones y los pensamientos del protagonista, y consigue crear una atmósfera cada vez más opresiva a medida que Dumontel va tomando conciencia de su situación. En Ballena, tal vez el mejor cuento del libro, una pareja de veraneantes se entera de que, a pocos kilómetros de donde se hospedan, apareció muerta en la playa una ballena blanca. Durante algún tiempo se conforman con escuchar los comentarios de quienes vieron el cadáver, hasta que finalmente deciden ir al lugar. El narrador cuenta el viaje y la impresión que les causa ese animal en descomposición: “Entendimos que ese escupitajo, ese reguero de podredumbre que apareciera súbitamente en una playa para nosotros familiar, era un espectáculo solemne. ¿Y qué éramos, nosotros que mirábamos eso, seres del azar, imperceptibles, presas de los astros, encallados en la playa de una Naturaleza sin acontecimientos?”. 

La literatura y la vida. En algunos de los cuentos en los que Gadenne parece ajustarse a un esquema narrativo preestablecido, vuelve con insistencia a un tema: el de la relación entre la literatura y la vida. No postula, como podría esperarse, la imposibilidad de conciliar ambas cosas –el interés por los libros y el pensamiento, digamos, y el gusto por los paseos, los viajes, las relaciones amorosas...–, sino que, de diferentes maneras, siempre concluye que la literatura enriquece a la vida, nos ayuda a pensar mejor, a interpretar más lúcidamente nuestras experiencias. En el relato Juego de villanos, Gadenne aborda este tema representando el conflicto en un narrador adolescente, que debe optar entre la compañía de Christian, un chico de clase media, algo miedoso pero educado y al que le interesan los libros; y la de Lasalle, un estudiante pobre, un tanto indisciplinado pero audaz, al que le gusta salir a buscar aventuras en las cercanías del río. El narrador dice: “Yo tenía la edad de las indecisiones, fascinado sobre todo por lo que no se parecía a mí... Pero aún así es posible que Lasalle y Christian no fueran sino dos figuras de mí mismo”. 

Gadenne también puede escribir sobre el tema con humor. En El intelectual en el jardín, se burla de un hombre para quien todo aquello que no está relacionado con el pensamiento resulta un estorbo, incluida su familia. 

En sus cuentos, sólo un aburrido intelectual puede permanecer en el jardín. Sus personajes siempre andan por las calles de la ciudad, y es allí donde transcurren sus aventuras: “La ciudad, laberinto viscoso y misterioso que te atrapa, te aspira con todas sus bocas, te envuelve de ruidos, olores, te presta sus calles, te sigue, te conduce, pero que no conoces”. 

La ciudad de París de la primera mitad del siglo XX aparece una y otra vez como telón de fondo en sus cuentos, pero Gadenne no se encanta por las luces y el centro sino que lleva a sus personajes a los barrios pobres y periféricos. En Un hombre en la ciudad, el narrador escribe: “En las ciudades hay calles donde tus miserias encuentran una miseria mayor que las suprime. Cuando uno ha llegado muy lejos en el dolor, cuando la angustia te invade, entonces es preciso que el mundo entero sea angustia, es mejor”. 

De todas maneras, contra lo que podríamos suponer debido a su enfermedad y a las reiteradas internaciones, en los cuentos de Gadenne no prevalece una mirada pesimista ni quejosa sobre aquello de lo que habla, sino que encontramos a un autor cautivado por personajes comunes envueltos en sucesos y escenarios cotidianos, en los que encuentra motivos para reflexionar sobre la vida y celebrarla.