El novio 13 Oct 2007

El romantizador burócrata

Revista Noticias | Redacción

 

Un empleado de Catastro recorre las calurosas calles de una ciudad (seguramente Santa Fe), con la excusa de descubrir agregados arquitectónicos ilegales en las casas. La excusa le permite entrar a tomar mediciones. Pero en realidad lo que mide es el grado de frustración o ansia romántica o sexual que abrigan las mujeres solas a la hora de la siesta.

Sin embargo no hay planes de relación o incluso de violación: importa más el tanteo, la recopilación prolija de manías, perfiles de personalidad o costumbres raras. Tanto que el hombre, previsor, para no meter la pata y usar el "verso" equivocado, mantiene al día libretitas con la ficha de cada mujer.

Enrique Butti es un escritor santafesino de extraordinaria originalidad. A veces la disimula un poco cuando escribe para adolescentes. Pero ya en la lejana "Aiaiay" (1986) sonaba una voz personal, que se acentuaba en los libros de cuentos "Solfeo" (México, 1990) o el reciente "La daga latente" (2005). El mejor antecedente de "El novio" es "Indi" (1996), una novela que perseguía los recorridos del italiano Carlo Emilio Gadda (uno de sus modelos estéticos y existenciales) cuando vivió en nuestro país.

En "El novio" todo parece al principio casi un asunto de chacota. Las mujeres aparecen numeradas: "Mujer uno", "Mujer dos"... Las partes del libro tienen títulos entre irónicos y teóricos, o enigmáticos: "Si yo fuera una mujer, en su casa...", "Dos pedazos de papel garabateados y una carta que nadie fuera de nosotros leerá hasta el final de la comedia", "Un sueño del inspector mientras un hilo de baba cuela hasta su almohada". Hablan los zapatos de un personaje, o "el espíritu de discusión que hostiga a las parejas".

El texto juega con la revelación o el ocultamiento, y de pronto los secretos se revelan, aunque de modo esquinado. Así, por ejemplo, de pronto se trascriben los apuntes de las libretitas del transgresor. Hay homenajes velados, como una calle que se llama Amalia Jamilis, cuentista extraordinaria, poco difundida hoy.

En las últimas páginas crece un desasosiego en el lector: el personaje deja de hacer gracia, y provoca un poco de angustia. Por otra parte el texto recuerda a Macedonio Fernández en su libertad para moverse por los tonos textuales, o inventar nuevas (y a veces abstractas) voces en su coro narrativo. O al "tano" Gadda en la visión un poco desencantada de la condición humana. La lectura resulta así una experiencia fuera de lo común, cargada de planos expresivos y simbólicos, una zambullida en un mundo que, por lo que suena, fue tan extraño para el autor como para nosotros. Todo el libro comunica el regocijo inquietante de ese extrañamiento.