El novio 07 Oct 2007
Perfil | Juan Fernando García
Desacralizar a Puig
Cuando la pedagogía crítica fija el mapa de las tensiones de la narrativa argentina contemporánea, ubica a Manuel Puig como la última huella fuerte del sistema literario y todas aquellas obras que asuman el gesto pop (sobre todo, el borramiento del narrador) se inscriben bajo la égida del estilo cristalizado en Boquitas pintadas. El novio, la nueva novela de Enrique Butti (Santa Fe, 1949) vuelve sobre esos pasos en una prosa de singular estilo donde las voces se entrecruzan, conjeturan –“si yo fuera una mujer en su casa”, “si yo fuera el encargado de seguir al susodicho”- y arman una historia desopilante: donjuanismo provinciano, encargado en un inspector de catastro un tanto inescrupuloso, que responde a diferentes nombres y señales.
Pero replicar el efecto Puig no es lo que Butti hace, sino amplificarlo en otras múltiples voces: diversas mujeres, un investigador, un candado, unos zapatos, la libretita de notas, un sueño, el lunar (“Aquí estoy, cielito lindo, en el lóbulo de su oreja izquierda y hacia mí atraigo las miradas...”). El universo que conforma el mapa de una ciudad conmovida por este personaje que escapa a toda fijeza y que deambula por la costanera, por parques, por calles con nombres de escritores: Puig o Amalia Jamilis. Versiones, perversiones que hacen de El novio un personaje irresistible para quien lo evoca, y esquivo para quien lee.
Como lo ha demostrado en producciones anteriores, la prosa de Butti no se reduce a una división estricta de géneros. Original, El novio teje una escritura que, sin duda, incluye a Puig, pero desacralizado; también a los poetas modernistas, a Leopardi, el policial y el realismo extremo, acercándose a una tradición de la literatura más esquiva: la del humorismo. Cercano al absurdo pero sin efectismos, una novela para disfrutar y divertirse.