Sobre los maravillosos secretos de la naturaleza 10 Jun 2007

El método del eterno disimulo

La Nación | Alejandro Patat

 

La publicación argentina de algunos textos ligados a la tradición libertina europea de los siglos XVII y XVIII, como el tratado Sobre los maravillosos secretos de la naturaleza, reina y diosa de los mortales de Giulio Cesare Vanini, es un evento de rara felicidad. El libertinismo fue una corriente filosófica que nació en Europa como reacción al absolutismo monárquico y al robustecimiento de la ortodoxia católica después del Concilio de Trento. Su objetivo era subrayar la libertad del pensamiento racional frente a cualquier intromisión o especulación dogmática. Los temas afrontados son la naturaleza de Dios, el panteísmo, el ateísmo, la tolerancia y la intolerancia religiosas, el redescubrimiento de Aristóteles en clave pagana, la teoría de la infinitud del universo según las ideas de Giordano Bruno, la concepción atomística y materialista del hombre, la mortalidad irreparable de los cuerpos y del alma. 

El tratado de Vanini, escrito en latín a comienzos del siglo XVII, admirablemente traducido y anotado por Fernando Bahr, se ocupa de la religión de los paganos. En todo el libro, resplandece sobre todo una idea. Las religiones, como todo fenómeno del quehacer humano, están sometidas a las mismas leyes que regulan todo lo que vive: nacen, se desarrollan, mueren. En todas las religiones, por otra parte, se repite el mismo curso: la constitución de los rituales, la aparición de los milagros, los anuncios del profeta, la mediación entre Dios y los hombres, el lenguaje del sacrificio, la fuerza arrasadora de la fe, su sucesiva declinación y disolución. 

Todo ello tiene, para Vanini, una explicación racional. Las formas de la religión nacen a partir de la conjunción de los astros y de la potencia persuasiva de los hombres. Además, los milagros, los oráculos, los augurios, la curación de las enfermedades, las brujerías son, para Vanini, todas patrañas, invenciones, fantasías urdidas por los hombres para preservarse a sí mismos en el poder en detrimento del "populacho" ingenuo e ignorante. Todos los episodios relativos a la resurrección de los muertos, por ejemplo, son para el pensador italiano "fábulas inventadas por griegos mentirosos y embellecidas con el sabor de la santidad por los hipócritas secuaces de Platón". 

Está claro que Vanini se vale de la religión pagana para hacer inferir al lector aquello que, por propiedad transitiva, es común a toda práctica religiosa. Para ello, el filósofo debe recurrir a una estrategia retórica compleja: la de la disimulación permanente. Decir la verdad, pero al mismo tiempo condenarla por escandalosa y blasfema. Defender los preceptos de la Iglesia con argumentos evidentemente falsos para develar así la impostura latente. Aun así, su mismo método lo condujo en 1619, a los treinta y dos años, a la cárcel, la condena y la muerte en la hoguera por ateo y blasfemador. 

Existe en el ámbito de los estudiosos de filosofía la idea de que la obra de Vanini, junto con la de De Viau es, al mismo tiempo, un antecedente indiscutible de la filosofía moderna y un estadio clave del libertinismo. Pero, a la hora de establecer la originalidad de su pensamiento, su obra ha sido condenada por la crítica como una descarada repetición asistemática de los textos de sus maestros Pomponazzi y Cardano. Para Fernando Bahr, en el prólogo, Vanini posee una originalidad que la crítica no ha valorado con la suficiente atención. Lo cierto, en todo caso, es que el tratado, escrito en forma de diálogo, tal como lo hicieron todos los grandes pensadores del Humanismo y del Renacimiento, sorprende por la agudeza, la erudición, el coraje y la sutil ironía de su autor.