Yo fui un porno star 15 Dic 2006

Cómo saltear los límites

Perfil | Redacción

Uno importó la música tropical de Constitución a la literatura argentina. El otro inventó una forma de periodismo escatológico. Washington Cucurto acaba de presentar “El curandero del amor”, una novela donde vuelve a fundar la patria cumbiantera, y Cicco “Yo fui un porno star y otras crónicas de locura y demencia”, serie de lisérgicas notas de prensa.

 

Los dos tienen la mirada curiosa y se escuchan entre ellos. Cucurto está festejando la salida de El curandero del amor, una novela desarticulada donde la sensualidad marginal se vuelve central. Y Emilio Fernández Cicco recoge sus trabajos periodísticos en Yo fui un porno star para proponerlos como exponentes del “periodismo border”.

—¿Qué es lo “border”?

—Cicco: Tratar de tener una mirada que no esté comprometida con nada. Es como cuando te ponés un perfume. No sentís los demás perfumes. El border es ir a la nota sin perfume y olerlos a todos.

—Cucurto: La gente critica sin saber, se queda en las palabras. En el borde es donde estás más cerca de la realidad.
Con subtítulos tan extravagantes como “El ejército neonazi del amor” o “Sexo y drogas en la campaña de Eduardo Duhalde y Ramón Ortega”, los libros de Cucurto y Cicco entablan un diálogo bizarro y dinámico. Desde lugares diferentes, hablan el mismo dialecto. El curandero del amor vuelve sobre el permanente estado de carnaval que Cucurto ya había propuesto en Cosa de negros y se explaya en la sospecha de que en el cielo se escucha cumbia y en el infierno, heavy metal. No muy lejos, lo de Cicco son jueces homicidas, diputadas ninfómanas y terapeutas violentos componiendo un muestrario atropellado que bucea en los pliegues de los personajes mediáticos, buscando glorias y miserias. Hay una ligera impostura en ambos cuando escriben, pero aparece como condimento menor dentro de una atronadora vitalidad. Dentro del ritmo desarticulado de sus prosas, el único tabú es el aburrimiento del lector.

—¿Qué cosas los aburren?

—Cucurto: Un montón de cosas. Hacer siempre lo mismo, la televisión, los discursos políticos.

—Cicco: Los escritores como Saer, que se toman treinta páginas para describir cómo fuma un hombre.
El curandero... y Yo fui un porno star... tienen mucho en común. Aunque uno es ficción y el otro es periodismo, Cucurto y Cicco se encuentran en frases y personajes afines. Frases como “Once lo más revolucionario que tiene son los patitos de agua de Taiwán”, “La Plaza de Mayo es la plaza de los sin sentidos” o “Tengo un amigo que tiene la fantasía de comer carne humana, ¿qué le parece?” podrían intercambiarse de un libro a otro sin mayores problemas.
Política y carnaval. Cicco anuncia cada nota con un breve copete: “La diputada de la ultraderecha confiesa su hobby swinger y cuenta cómo es su fórmula contra el odio”, dice el que abre Las orgías de Elena Cruz. Cucurto escribe: “Venimos de una marcha donde pregonó una madre de la Plaza de Mayo y leyó la carta de Rodolfo Walsh. Nos aburrimos de muerte”. En ambos hay un interesante abuso de los nombres propios y la ambigüedad domina las relaciones entre los personajes, que se aman en el odio. Los libros incluso se parecen de forma física. Con tres fotos de cada uno en tapa, contratapa y solapa, el autor aparece no como una sombra necesaria sino como un personaje central. El deseo escatológico es el otro gran protagonista. El curandero del amor, muy cerca del personaje de Olmedo, realiza un aborto con pinzas esterilizadas en un microondas. Cicco le pide permiso a Leticia Brédice para espiar en su heladera, su baño y su cama. En ambos libros, una violenta versión de la sexualidad lo tiñe todo y forma el núcleo irreductible del relato.

—¿Cómo entra la política en sus libros?

—Cucurto: A mí me interesa narrar qué pasa con Evo y con Chávez, pero las marchas me parecen algo muy limitado, muy estático. ¿Termina la marcha y qué pasó? No se produjo ningún cambio en ninguna parte.

—Cicco: Yo creo que siempre tiene que haber una persona que sirva de sparring, una persona a la que hay que pegarle. Y ahí está la figura del presidente, Menem, De la Rúa o Kirchner, da igual. Lo importante es echarle la culpa a otro, para no aceptar las responsabilidades propias.

Si Cucurto retuerce la picaresca, Cicco la deja caer aquí y allá: “Hay un pelilargo en ojotas que le pide a Duhalde que, ya que promete tanta prosperidad, empiece regalándole a él su anillo de oro”. Es posible que Yo fui un porno star sea el mejor libro periodístico del año. O el peor. Depende cómo se lo lea. En todo caso, siempre es periodismo, aunque el ritmo se presente sincopado y los acentos se pongan con fuerza. Decir que estos dos libros son políticamente incorrectos es como decir que el Quijote fue la primera novela moderna: se pasa de obvio. Sin embargo, es interesante que ambos libros detallen su composición ideológica y compositiva. Cicco lo hace en el epílogo titulado “¿Qué diablos es el periodismo border?”, donde aclara que su escritura tiene un motor informativo: “Y está básicamente pensado para hacer cagar en sus pantalones a los redactores de manual, al periodista lavado, meticuloso, que no escribe adverbios porque le parece que son muy largos, que no escribe adjetivos porque teme ofender a alguien”. En Cucurto el posicionamiento ideológico-poético es parte intrínseca de la narración, pero en ningún caso aparece solapado: “A mí francamente –confiesa– me importan nada las madres ni Aníbal Verón, ni Teresita Rodríguez ni los piqueteros ni nada que esté relacionado con esa forma de política. La gran política es la cumbia, y las cumbianteras y las negras dominicanas y la comida peruana”. Más allá de los desafíos, afinidades o desacuerdos que despierten, es de la mano de estos nuevos personajes-autores que hoy la narración hace pie en el pantano simbólico, material y político que nos rodea. Negarlos sería caer en el frecuente snobismo de negar la historia.