Una segunda vida 22 Abr 2025
Cultura | Infobae | Susana Mitchell
En el ensayo “Una segunda vida”, el filósofo francés François Jullien propone reelegir cómo vivir. Pero ojo: no tiene nada que ver con haber cumplido años, metas o expectativas. Más bien con el camino recorrido y la muerte que te corre. Ahora te explico.
Lo peor que nos puede pasar es que los años pasen y nosotros como si nada. Seguir siendo los mismos salames. Ya lo dijo Eladia Blázquez: “No, permanecer y transcurrir, no es perdurar, no es existir, ni honrar la vida. Hay tantas maneras de no ser, tanta conciencia sin saber, adormecida”. Hermosa y sabia compositora argentina. Y fue hace poco que me reencontré con su música, de la mano de Fermín Prieto, increíble tenor del Teatro Colón, en una gala en el Palacio Paz. Y entonces, el interrogante: ¿estaremos honrando la vida?
Justo, por esos días, leía al filósofo francés Francois Jullien, recomendación de un psicoanalista a quien aprecio y respeto mucho. Una segunda vida, editado por Cuenco de Plata y traducido por Silvio Mattoni, está dedicado a “quien sabe leer por segunda vez” y es una invitación a la relectura, la retoma y el reenganche con la vida. “Por qué sigo viviendo? (…) es cierto que a la pregunta brutal y trivial como es, uno puede apresurarse a enterrarla, a adormecerla bajo las preocupaciones diarias. Pero corroe. Uno la lleva consigo”, asegura el autor. Y es verdad. El interrogante del sentido arde a la luz del desconcierto, la desilusión y la poca fe en que algo pueda movernos el amperímetro. Y esto sucede, sobre todo, hacia la segunda mitad de la vida, esa misma segunda vida que el francés quiere vendernos en este audaz escrito de apenas 156 páginas. Y lo consigue.
Una sola vida
“No tenemos más que una vida, es algo evidente. No podemos salir de nuestra vida y volver a entrar. (…) No tenemos vida de recambio o de repuesto. (…) La vida no puede ser jugada de nuevo, no es una partida que podemos volver a empezar. (…) Entonces: ¿en qué medida podré recomenzar a vivir, pero en la misma continuidad de mi vida? Esa segunda vida no puede ser más que esta vida, desde el momento en que no existe otra, al mismo tiempo que se disocia lo suficiente de ella, prolongándose de manera que un nuevo comienzo pueda esbozarse”, explica Jullien en el primer capítulo. Y son 9. Así que, ¡agárrate!
Así las cosas, estimados y mientras avanzo en la lectura frenética, y subrayo frases o párrafos completos- de manera compulsiva-, tengo la ilusión de que esas palabras aniden en mi cerebro y en mi alma. Quiero tenerlas ahí por siempre. Es que las necesito y mucho. Porque: ¿quién no se ilusiona con la posibilidad de una segunda vida? Pero no. Año nuevo, vida nueva y todas esas pavadas, no. No se refiere a eso. Es otra cosa, dado que ese “nuevo comienzo” viene de la “inmanencia de la misma vida, pero que se ha elaborado hasta ese punto, se ha reflexionado y se vuelve concertada, porque ha madurado una decisión, que creció, se fortaleció, y sobre la cual uno podrá calzarse cada vez mejor para separarse un poco de sí mismo, de la adhesividad al propio pasado, y reemprender su vida. (…) Nuestra vida se vuelve a pensar, se relanza, desprende nuevas posibilidades”. Me encanta. Pero: ¿se podrá?
Verdades decantadas
“Es solo por decantación de nuestra experiencia y por la distancia tomada con respecto a lo que ésta no deja de implicar y de imponer, de contener, que algo se permite estar más cerca de una iniciativa. (…) al empezar a volver sobre la vida pasada, nos acercamos más a esa capacidad de iniciar. (…) será en la reanudación de la propia vida que tal vez se corrija lo que se había elegido mal, pero sobre todo que se ponga en condiciones, por la distancia adquirida, de poder elegir lo que no lo había sido antes”, continua el filósofo. Algo así como retomar lo que dejamos atrás y darle una nueva leída. Que todo eso sirva para algo. Que podamos traerlo a la conciencia. Que se transforme en el insumo y no en el lastre. Una relectura de nuestra existencia que sirva de trampolín para dar inicio a lo que uno se proponga de ahora en más. Porque depende exclusivamente de cada uno. Y en este punto creo que todos estamos de acuerdo: para estar mejor hay que poder registrar y solo después de eso, remar.
No es magia. Es transformarse a partir de las “verdades decantadas”. Y también, y lo más evidente, es que podremos hacerlo al considerar nuestra propia muerte como la única certeza absoluta. La conciencia de muerte es lo que nos corre, además del tiempo. “Filosofar es aprender a vivir: a partir del momento en que uno efectivamente puso su muerte delante de sí, como un cráneo sobre su mesa, uno ha entrado ipso facto en una segunda vida. La primera vida es aquella en la que mirar de frente la propia muerte se evita. La segunda vida, en cambio, es aquella que se abre debido a que comencé a plantear mi muerte como cumplimiento. Porque a partir de allí se define una segunda etapa por vivir”.
Experiencia, lucidez y más
Jullien plantea una diferencia importante entre la “segunda vida” y la vejez (porque no es una condición cronológica), y entre la segunda vida y la sabiduría (porque el paso del tiempo no asegura nada: hay viejos sabios, pero también hay viejos nabos). Y también dice que pasar de la primera a la segunda vida no tiene por qué ser dramático ni ruidoso. El filósofo francés lo plantea más bien como un “proceso silencioso” y gradual. Pero pasa lo siguiente: esta oportunidad no es para cualquiera y no se compra de manera virtual. Porque no todos tenemos las ganas, la visión, la voluntad o el registro que requiere poder disfrutar de un nuevo comienzo, como continuidad de la vida que veníamos transitando. Pero y entonces: ¿cómo se hace? “¡Nadaremos, nadaremos!”, decía Dory en Buscando a Nemo, “Y qué hay que hacer? Nadar, nadar, nadar”. Y me parece que la cosa es por ahí. Bucear. Remar. Y remar mucho. Y hacerlo, según revela el filósofo, con experiencia, lucidez y desprendimiento. Y a cada una de esas condiciones, le dedica un capítulo entero. “Uno deviene lúcido por experiencia y se alcanza procesualmente. La luz viene por sí misma, a partir de todo lo que se ha vivido y atravesado. La lucidez nombra la capacidad de un sujeto que accede a la segunda vida. (…) Fui conducido a ella por las experiencias atravesadas al mismo tiempo que contribuí para que fuera tomada en cuenta. Entonces la lucidez me llega por todo lo vivido. (…) Al disociarnos de la vida segura, percibimos lo que la vida es esencialmente. Enfrentarla y sacar provecho de ella es lo que desemboca en una segunda vida”. Suena difícil pero posible.
Entonces: ¿podremos- más tarde que nunca- no repetirnos sino más bien retomarnos y empezar a re-vivir? Y la respuesta está en el último capítulo, el 9, titulado Relectura, retoma y reenganche. “Cuando uno lee por primera vez, está pendiente del hilo de lo que se lee. Está a la espera de un después, que lleva más lejos. (…) La primera vez que leemos una novela podemos estar atentos a tal descripción de un rostro o de un paisaje (…)”. Pero: ¿qué ocurre con la relectura? Hace que finalmente podamos elegir esa novela. “Porque la relectura no está apurada por dar vuelta la página: la presente es su horizonte suficiente. La relectura se toma su tiempo, se demora, es meditativa- todo importa. (…) Ya no es primaria, estrecha de miras y reactiva, sino que es desprendida. La relectura no es repetición, no reproduce la primera, no la duplica, sino que la despliega”. Y es eso.
El ensayo de François Jullian, acerca de vivir la segunda vida, es una invitación a desplegar la primera. Es retomarme con la confianza de una segunda ocasión, pero esta vez sé más y entiendo mejor de qué forma depende de mí y cómo puedo abordarla. “(…) Es preciso haber dado la vuelta a la vida antes de empezar a vivir. Re vinculándose, releyéndose a medida que avanza, ya no decretada sino develada, (una vida) que comienza selectivamente a elegir con mayor lucidez”. Amén.