Bacacay 02 Ene 2024

“Bacacay. Cuentos completos”: Una pulsión incesante

Culturizarte | Chile | Paulo Adriazola Brandt

 

En el excelente ensayo titulado Bartleby y compañía del autor español Enrique Vila-Matas, que recorre las historias de los escritores que no pudieron o se negaron a escribir, tal vez emulando la famosa frase preferiría no hacerlo, nos cuenta de un aspirante a escritor, el joven Cadou, que leía con énfasis todos los libros a su alcance, pero con especial interés los del polaco Gombrowicz. Los padres del joven estaban encantados con esa prometida carrera literaria del hijo adolescente, un honor para la familia, y al enterarse que el escritor predilecto estaría en París, lo invitaron a cenar y así el hijo tendría el privilegio de conversar con un verdadero literato. Pero nada resultó como esperaban, porque el joven Cadou se sintió tan impresionado, estupefacto, que enmudeció por completo y se vio a sí mismo como un verdadero mueble, inútil y sin palabras. Por su puesto que su carrera literaria quedó truncada ese día, pero no así sus dotes de pintor, aunque sus cuadros tuvieron como únicos protagonistas a diversos tipos de muebles, bajo el enigmático título de Autorretrato.

La impresión que el joven Cadou sufrió al ver al escritor polaco Witold Wombrowicz (1904 – 1969) en el comedor de su casa, podría emular, no con las consecuencias que tuvo para él, la de un lector común al enfrentarse a los relatos contenidos en el libro Bacacay, cuentos completos, porque a través de ellos reconoceremos lo que el ser humano tiene de cobarde o de hipócrita, rebelado de una manera algo libidinosa, algo humorística, tal vez angustiante, pero sin lugar a duda, profundamente verdadera. Y cuando digo verdadera, no me refiero a esa realidad objetiva y libre de interpretaciones, sino a la expresión completa de lo que debería ser el comportamiento humano, bellamente descrito a través de la ficción.

Witold Gombrowicz nació en la ciudad de Maloszyce, Polonia, donde escribió gran parte de los cuentos contenidos en Bacacay. El año 1939 viajó a Buenos Aires a mostrar su obra, o quizás el azar lo llevó hasta ahí, pero lo cierto es que en un periódico lo describen como “un humorista moderno con vasta cultura”. Su permanencia iba a ser por un tiempo acotado, eso debió pensar, pero estalló la Segunda Guerra Mundial y su país fue ocupado por los nazis. Decidió quedarse, y vivió cerca de 24 años en Argentina. Nunca escribió en español, nunca se sintió argentino, nunca estrechó vínculos con los demás escritores, aunque en su última residencia, en Francia, dijo que Argentina era su patria. Fue un autor que siempre incomodó, como si necesitara el conflicto, y vivió quejándose de la falta de recursos económicos, a pesar de que visitaba balnearios como Piriápolis. Para el escritor argentino Ricardo Piglia, la literatura argentina del siglo XX pasa por Borges y Gombrowicz

Pues bien, acompañemos al protagonista y narrador del cuento El bailarín del abogado Kraykowsky, en su tortuoso viaje interior, luego de que alguien lo tomara del cuello en la fila de un teatro porque no respetó el orden, y se desencadena una obsesión que le quita el sueño, lo trastorna, lo hace inhábil para cualquier otra actividad, y al mismo tiempo una fuerza interior lo abraza con violencia, ¿Qué es?, no lo sabemos, el personaje tampoco, pero actúa en consecuencia y se deja llevar por esa pulsión, busca a quien lo arrastró frente a cuarenta ojos, es un abogado, un tal Kraykowsky, descubre que además tiene una amante, la obsesión se profundiza, necesita que esa relación salga a la luz y manda un mensaje anónimo a la mujer para que se decida de una vez, pinta en su edificio una enorme K y una flecha apuntando al departamento de la mujer, el abogado no es tonto, sabe quién lo hace y una tarde se acerca porque quiere golpearlo con su bastón, nuestro protagonista se prepara para el azote que no llega, “no tengo parientes, ni amigos, ni conocidos que me molesten, ni mujeres, ni bailes”, entonces puede dedicarse en cuerpo y alma a satisfacer esa obsesión, pero ¿Qué busca?, no lo dice jamás, sin embargo los lectores podremos concluir que necesita algo tan sencillo como maligno: una venganza tramada en la soledad.

La perfección estilística, el extraordinario uso del lenguaje para describir cada escena y cada imagen, o estado de ánimo de los personajes, siempre unido al humor negro y la ironía, hacen de estos cuentos una obra imprescindible para cualquier lector que no solo busque “deleitarse” como dijo Cervantes, sino que quiera conocer más de la naturaleza ambigua e indescifrable del ser humano. El protagonista del cuento El diario de Stefan Czaniecki, se define como un ratón neutro, un fracasado que “no ha tomado parte en nada a pesar de haber participado en todo”. La historia comienza con una descripción de su entorno familiar, su añorado papá odiaba profundamente a su madre, más bien la detestaba, incluso evitaba mirarla porque “eres enteramente horrible, eres la personificación misma de lo horrible”, pero aún así el protagonista evoca con nostalgia ese tiempo donde la inconsciencia le permitía no entender ese odio, y crece con la sensación de no ser amado, por eso intenta una y otra vez que lo acepten, que lo quieran, pero en cambio todos lo rechazan: sus compañeros de colegio, una joven a la que pretendía, sus profesores, seguía buscando la aprobación que no llegaba, incesante, hasta que se alista como soldado en la Primera Guerra Mundial y ve cómo muere un amigo, cerca de él cayó un obús que le cortó las piernas, se apretaba el estómago y reía a carcajadas, en ese instante lo comprendió todo y “lo que hasta ese entonces había sostenido mi existencia, yacía hecho escombros”, regresó a la ciudad confundido, la guerra había destruido todo sentimiento humano en él, “insisto en establecer como principio que yo no he firmado la paz con nadie, y que el estado de guerra sigue siendo para mí algo válido” dijo, y por eso cuando pasaba junto a una pareja feliz o una madre con su hijo o un anciano amable, perdía la tranquilidad y sentía “la necesidad de cometer villanías”.

No es lo mismo una pulsión erótica, que una relación cómoda y segura. No es lo mismo unas pantorrillas gruesas cuyos pies descansan en unas sandalias viejas, que la pulcritud de la delgadez fina. No es lo mismo la impaciencia por conocer a una sirvienta que de ninguna manera esperaría que aquel hombre educado quisiera saber su nombre, que la sutil pero falsa alabanza a la mujer adecuada que todos miran como esposa perfecta. Estos opuestos brutales, ocultos por el protagonista del relato En la escalera de servicio, narrados en primera persona como es una constante en los cuentos de Gombrowicz, el hombre intenta liberar un deseo incontenible por las sirvientas, a las que sigue por las calles de Varsovia, y nos confiesa que “conquistaba solo a las criadas gordas con el pañuelo en la cabeza, las criadas comunes y corrientes”, pero alguien lo descubre en esas actitudes donjuanescas y comienzan las murmuraciones, qué vergüenza, un funcionario del Ministerio de Asuntos Exteriores en esas pesquisas, “fue el miedo al ridículo lo que me hizo ceder”, y decide enterrar esa pulsión, se casa con la mujer que todos aprueban, “rechacé a las criadas, las borré de mis recuerdos” y así creyó conseguir el amor por la pulcritud, pero cada noche se iba alterando más y más, pesadillas, declaraciones de asesinato que su mujer oía espantada, se va transformando en un ser irreconocible, tal vez cruel, especialmente con su esposa, y no tiene otra opción que regresar al impulso primigenio, vital y arrollador y crea una situación de conflicto, esconde un anillo de su mujer y culpa a la sirvienta quien se defiende con violencia, las demás sirvientas escuchan y la apoyan desde sus ventanas que dan a la escalera de servicio. Llama desesperadamente a su marido para que la proteja: ¡Filip! Recién sabemos su nombre.

Personajes que aceptan la realidad, pero al mismo tiempo recitan un mantra vengativo que explotará como un río oscuro lleno de ramas, y saldrá a la superficie el verdadero Yo, la personalidad y su sombra, con ese demonio al que cada protagonista tuvo que encerrar para adaptarse.

El gran escritor mexicano Sergio Pitol, dijo: “Bacacay es uno de los tres libros de Witold Wombrowicz que, sin duda, resistirá el paso del tiempo y formará parte de la pequeña lista de clásicos que cada siglo entrega”.

Sin duda es así.