Historias de películas 18 May 2006

Una gran enciclopedia de datos útiles

El País | Montevideo | Redacción

El libro trata del cine y sus anécdotas, temas sobre los que el autor era un experto

 

Historias de películas es el primer libro póstumo de Alsina, que luego de preparar este material murió en diciembre de 2005 y dejó así al Uruguay sin el mejor crítico de cine que el país ha tenido a lo largo de siete décadas de auge de esa profesión. Por suerte para unos cuantos lectores, el libro (publicado en Buenos Aires por la editorial El Cuenco de Plata) será presentado en Montevideo el jueves que viene, con un acto en el Teatro del Centro Carlos Eugenio Scheck, que comenzará a las 19 horas.

Allí habrá oportunidad de recordar la abundante biblioteca que ha dejado Alsina a partir de Ingmar Bergman, un dramaturgo cinematográfico en 1964, y que a través de cuatro décadas abarcó temas variados, desde el Oscar de Hollywood o Charles Chaplin hasta la censura en cine, las listas negras del macarthysmo o la enciclopedia de datos inútiles.

ENTRETELONES. Lo que hizo Alsina en Historias de películas es la recopilación de ciertas notas que había publicado en los últimos tiempos, donde contaba el entretelón de famosas películas. Esa cocina de la filmación, con detalles poco visibles de lo que había ocurrido durante su producción y aún después del estreno, es el denominador común de los 36 capítulos que componen el tomo en orden cronológico.

Se trata de un material altamente informativo para el lector común, pero también es un repaso apasionante para los aficionados y colegas, porque refiere a una entrelínea no siempre conocida sobre tropiezos artísticos, presiones empresariales, desplantes de divismo, problemas económicos y pormenores técnicos que no siempre salen a luz en torno a la fabricación de una película.

El cine es un mecanismo mucho más complejo de lo que imagina el espectador cuando se sienta en una butaca a disfrutar un estreno.

La primera virtud del texto es su amenidad, pero la segunda es su formidable manejo de referencias y de información, un terreno en el que Alsina tenía escasos rivales. Gracias a eso, el lector puede pasear por la lista de títulos elegidos, desde antecedentes remotos como Avaricia, una obra maestra que Erich von Stroheim realizó en 1923 y que la Metro luego despedazó con enormes cortes, en un operativo de profanación que no ha sido raro en la industria y que no sólo se dio con Stroheim sino luego con otros talentos cuyo trabajo resultó mutilado (Welles, Huston, Cukor, Ophuls).

A continuación Alsina cuenta pormenores internos del rodaje de Potemkin de Eisenstein (1925) o de El cantor de jazz de Alan Crosland, que en 1927 inauguró la llegada definitiva del sonoro al cine, aunque cuatro años después Chaplin se empecinaba en Luces de la ciudad por seguir haciendo cine mudo. Más desastroso fue al año siguiente el entusiasmo de Eisenstein por filmar Que viva México, cuyas desmesuras derivaron en el fracaso y la dispersión del material. Entre otras referencias al reinado británico del productor Alexander Korda (Lo que vendrá) y a la carrera inicial de Alfred Hitchcock (Sabotaje) el texto registra los vaivenes temáticos que se barajaron para La gran ilusión de Jean Renoir (1937), antes de desembocar en su retrato de dos oficiales enemigos que durante la Guerra del Catorce muestran afinidades que van más allá del conflicto.

CULMINACIONES. Entonces llega Lo que el viento se llevó (1939) con el mayor desplante del productor Selznick y la búsqueda de una protagonista ideal en medio de un gigante de cuatro horas de duración. Pero en ese tiempo figura también el alegato social de Viñas de ira (John Ford, 1939) en medio de las ráfagas de la gran depresión, junto a los pasos que fueron llevando al éxito de un melodrama como Rebeca (Hitchcock, 1940), las responsabilidades autorales en torno a El ciudadano (Orson Welles, 1941), los cambios de reparto y las vaguedades de libreto durante el rodaje de Casablanca (Michael Curtiz, 1942) o el nuevo despedazamiento que la empresa RKO cometió con Soberbia (Welles, 1942).

Más turbias eran en esa época las circunstancias para el cine francés bajo la ocupación alemana, cuando se hizo El cuervo (Henri-Georges Clouzot, 1943) que fue acusada de desacreditar a Francia con su historia de cartas anónimas en un pueblo chico, pero sin embargo se basaba en hechos reales y debió sortear los problemas de filmar por cuenta del sello Continental, que funcionaba en París aunque estaba bajo control alemán. Cuando llegó la liberación, algunos responsables del film debieron soportar meses de prisión como colaboradores del ocupante, incluído el primer actor Pierre Fresnay.

ANTECEDENTES. El libro se detiene en las circunstancias que rodearon a Carta de una enamorada (Max Ophuls, 1948) y en las personalidades que influyeron en El tercer hombre (Carol Reed, 1949), así como en el entretelón testimonial que contenía Decepción de Robert Rossen (1949) sobre un demagogo de la política provinciana o Mientras la ciudad duerme de John Huston (1950), llegando luego al extremo de erudición de marcar un remoto antecedente del teatro europeo del siglo XVI para el tema de A la hora señalada (Fred Zinnemann, 1952).

Después vienen otros ejemplos de películas destrozadas por cortes para facilitar su comercialización, como Nace una estrella (George Cukor, 1954) o Lola Montes (Ophuls, 1955), y también las tensiones en el equipo de El puente sobre el río Kwai (David Lean, 1957) donde había colaboradores cuyo nombre debió omitirse por figurar en las listas negras del anticomunismo del momento, que fue un caso similar al de Espartaco (1960, Stanley Kubrick) a una altura en que sin embargo las tenazas del macarthysmo comenzaban a ceder.

El repaso comprende luego los pintorescos manotazos de la censura franquista sobre Viridiana (1960, Luis Buñuel), los prolijos antecedentes de El embajador del miedo (1962, John Frankenheimer) y su contenido profético sobre la muerte de Kennedy, el enorme plan de filmación y las dificultades internas de Lawrence de Arabia (1962, David Lean) o la violencia de una época que determinó viejos fenómenos delictivos como el de Bonnie y Clyde (1967, Arthur Penn), para observar con lujo de detalles el caótico proceso de producción de Busco mi destino (1969, Dennis Hopper y Peter Fonda) antes de convertirse en un impensado y millonario éxito de público.

Pero el broche de la lista es Sonata de otoño (Ingmar Bergman, 1978) donde el realizador sueco dirigió por única vez a su compatriota Ingrid Bergman, que hacía allí el papel de una concertista fastidiada por la mediocridad musical de su hija Liv Ullmann. El rodaje no fue fácil, porque Ingrid enfrentó al director con inesperada altanería, como consta en uno de los libros autobiográficos de Bergman y como lo transcribe Alsina cuando la actriz le reprocha a Ingmar haber elegido una historia bastante aburrida. Tú no estás bien de la cabeza. El público se va a dormir y yo me voy a morir de tanto bostezar". De intimidades como esas también está hecho el cine, y Alsina consideró con razón que valía la pena contarlas para mostrar al prójimo cuántos problemas se cruzan en la elaboración de una obra cinematográfica hasta modificar o desfigurar el resultado.

En Historias de películas hay algunas erratas que incluyen fechas incorrectas o palabras salteadas. Son pocas, pero podrían haber sobresaltado a Alsina, cuya primera obsesión era corregir un texto hasta volverlo impecable.

Como él mismo decía, esos errores eran capaces de provocarle un afro look, pero el pelo crespo parece lo de menos frente al valor, el interés y la seducción con que su estilo corre a lo largo de este último tomo. Es una buena oportunidad para recordar al autor con la admiración y la melancolía que corresponden, a cinco meses de su despedida.