Poesía total 29 Nov 2022

Un Imán en la Floresta da Tijuca

La Nación | Diana Fernández Irusta

A propósito de Poesía total, de Waly Salomao (El cuenco de plata)

 

Me propongo a mí misma el juego. “¿Si tuvieras que definir rápidamente tu tránsito por este libro, cómo lo harías?” La respuesta es rápida. Este libro podría ser una canción. Y un vaso de limonada.

Hablo de Poesía total (El cuenco de plata), la magnífica compilación de la obra del brasileño Waly Salomão (Jequié, 1943-Río de Janeiro, 2003) que realizaron Teresa Arijón y Bárbara Belloc.

El vaso de limonada es un detalle ínfimo, incluso lateral. Pero no tan aleatorio. Poetas y traductoras, Arijón y Belloc cuentan en una breve introducción que, en 2001, visitaron a Salomão en su casa de Río de Janeiro. Es bella y jugosa esa intro, y bello y luminoso el relato de ese encuentro. Por entre la descripción de aquel día se filtran el sol, las ventanas que dan a la Floresta da Tijuca, el poeta Salomão –enorme y radiante, saboreando whisky y palabras– y el tintineo del hielo en los vasos de las entrevistadoras: rodajitas amarillas de limón, menta, frescura de un día que se intuye memorable.

 

Y la canción. Hay muchas canciones en Poesía total; es conocido el aporte que Waly Salomão hizo a los repertorios de Adriana Calcanhotto, Caetano Veloso y Gal Costa, entre otros. Leo “Remix Siglo Veinte” y escucho la voz de Adriana Calcanhotto. Leo “Miel” y escucho a Caetano, avisto un territorio que es más que simple memoria. Acordes de un libro que exhala música, fragancia, vitalidad. Tropicalismo.

 

Cada poema, texto o canción traducidos están acompañados por la versión en su idioma original. La música del portugués, sus ecos en el español. Tratándose de un autor con vocación torrencial, en los poemas también resuenan, aquí y allá, el inglés, el francés, los giros bahianos, la trama de la alta cultura, el sabor del habla popular.

“El mundo no es tan nítido, el bien de un lado, el mal del otro, negro de un lado, blanco del otro. Para el poeta el mundo no es lineal. Las fronteras son mucho más confusas y mezcladas, el mundo es mucho más denso y ambiguo que la filosofía”, cuentan las traductoras que les dijo Salomão en alguna de las muchas entrevistas que le hicieron: trabajo de ida y vuelta entre lenguas, cotejo de jerga callejera carioca y lunfardo rioplantense, cuidadoso hilvanado de un complejo universo conceptual.

“Estamos, literalmente, a sus pies”, confiesan Arijón y Belloc al retratar aquel encuentro de 2001. “Estando él presente o no, no hay quien pueda resistírsele –se explayan–. Además de ser escritor y persona célebre, Waly es una leyenda urbana. Sus versos y sus andanzas corren de boca en boca. Es el Imán”.

Algo similar ocurre al sumergirse en las aguas de su obra. Desbordan los textos de comienzos de los setenta (huellas de su experiencia en los Estados Unidos, contracultura en tiempos de represión, el intenso intercambio creativo con Hélio Oiticica y Torquato Neto). Maravillan las búsquedas insaciables de los ochenta, los noventa, los dos mil.

“Tengo hambre de convertirme en todo lo que no soy./ Y el propósito no cumplido de quedarme toda la noche leyendo a Fernando Pessoa y quemarme las pestañas para nada”, se lee en un poema de Gigoló de Bibelots. “Tengo hambre de convertirme en todo lo que no soy/InventarME un otro:/Sailor of all moons”, continúa. Hay palabras, ritmo, sonido, sentido, imágenes. Referencias al arte, la arquitectura, la historia. Poemas a la Siria de sus ancestros paternos. Palabras de amor. Textos que son puro juego, alusión al caligrama, a la poesía concreta, a la estética de los medios, del cine, de las neovanguardias.

“TTTTTtttttiroteo/de/Metáforas”, se permite escribir. Language is fossil poetry cita, en inglés, a Ralph Waldo Emerson. “En éter y cápsula radioactiva se disuelve la poesía./ Las existencias de la tierra son cenizas de estrellas muertas”, sentencia. Inasible. Descomunal. Torrentoso.